“La campaña ya pasó”, precisó contundente el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, durante su estancia en el estado el pasado jueves 31 de enero.
Pero en los hechos la herida provocada por los resultados rotundos de las votaciones del histórico 1 de julio de 2018, todavía sangra. Es inevitable.
El tabasqueño vino a constatar que para muchos tlaxcaltecas todavía significa la esperanza de remediar a México. Sin embargo, su presencia resucitó rencores entre sus devotos y los incondicionales del priista Marco Antonio Mena Rodríguez. Grupos disidentes vapulearon al gobernador con abucheos e insultos.
La rechifla recordó a la descargada en contra del ex mandatario Mariano González Zarur durante una de las primeras giras de Enrique Peña Nieto a Tlaxcala, en el municipio de San Pablo del Monte, entonces gobernado por un perredista.
La notoria incomodidad de Marco Antonio Mena por las expresiones de reprobación al partido del que es emanado y al que millones de mexicanos castigaron con su voto a favor de López Obrador, se prolongó casi todo el evento en el que el presidente anunció la puesta en marcha de los programas sociales.
El gesto de fastidio del gobernador se acentuó todavía más cuando fue nombrada Lorena Cuéllar Cisneros, coordinadora estatal de Programas de Desarrollo del gobierno federal, su principal adversaria política desde el proceso electoral local de 2016.
Y aunque Andrés Manuel López Obrador pidió respeto hacia las autoridades, el pueblo desobedeció. El saldo de la visita es la resurrección de rencores. Aunque los mismos poderes, Ejecutivo y Legislativo, tampoco han abonado a sanar fracturas.
Es la hora en que priistas y morenistas siguen inmersos en una lucha de poder, no de división de poderes. La campaña no ha pasado, sigue supurando enconos.