El 7 de mayo se conmemoró el aniversario de Johannes Brahms, que nació en Hamburgo, en 1833. Su padre fue un contrabajista llamado Johann Jakob Brahms y lo inició en el mundo de la música, prácticamente como su primer maestro. Casado con una solterona cuyo nombre era Hersika Cristina Nissen, siempre fue calificada como una mujer dedicada y trabajadora, aunque la familia vivió en una pobreza terrible.
De esta relación marital hay algo sorprendente, pues el padre tenía apenas 27 años y la madre 44 cuando Johannes Brahms nació. Esta característica de diferencia de edad en relaciones de índole amorosa a la larga marcaría una huella indeleble en Johannes Brahms, pues tuvo un sentimiento de cariño sublime hacia la esposa de su maestro Robert Schumann (1810–1956), cuyo nombre fue Clara Wiek (1819–1896), y quien era 14 años mayor que él.
Fue tal la cualidad para asimilar el complejo arte de la música que a los 6 años requirió un profesor, eligiendo el piano como su instrumento. Su extraordinaria capacidad de aprendizaje y enorme talento, le dieron la oportunidad de contribuir al ingreso económico de la familia, desde muy chico, dando clases y amenizando lugares como restaurantes, cafés, bares y según algunos biógrafos, hasta en burdeles o casas de citas.
A los 20 años más o menos, realizó una gira acompañando a un violinista húngaro que se llamó Ede Reményi (1828–1898). En este viaje conoció al genio, director de orquesta, profesor, compositor y violinista alemán Joseph Joachim (1831–1907) que le presentaría después a Robert Schumann y que serían relaciones que iban a durar para toda la vida, pues no solamente pudieron reconocer el enorme talento sino incluso lo apoyaron para que se diera a conocer, proyectándolo en el ámbito musical.
Más o menos para ésa época, la familia Schumann le propuso quedarse en la ciudad alemana de Leipzig, verdadera capital musical de la época, para poder desarrollarse mejor y es ahí donde surgieron dos fenómenos de desgraciada tribulación. El padre de familia, Robert, comenzó a padecer graves problemas psiquiátricos y Clara, la esposa, se vio obligada a buscar todas las formas para mantener a la familia, por supuesto siendo apoyada por Johannes Brahms; relación que iba a convertirse en un vínculo amoroso que jamás fue manifestado entre los dos y que marcaría a la larga una soledad implacable pues nunca se casaron, pese a que ella enviudó el 29 de julio de 1856.
Indudablemente Clara, Robert y Johannes fueron unos genios con vidas entrecruzadas que parecieran haber sido marcados para surgir en ejemplares hazañas, desde las más sórdidas de las adversidades superando enfermedades, pobreza, necesidades afectuosas y teniendo como meta un progreso constante.
Cuando escucho a Johannes Brahms, todo lo que compuso me parece extraordinario. No soy músico ni musicólogo, pero innumerables horas de atenta audición y un incontable número de asistencias a conciertos me permiten sentirme a gusto expresando una opinión estética sobre la música, que si bien no es técnica, sí es lo suficientemente natural como para poderla compartir con compositores o ejecutantes pues éste arte fue creado precisamente para nosotros.
La música barroca marcó una exaltación a la belleza de las cosas. Las cuatro estaciones, de Antonio Vivaldi (1678–1747) y la estética ordenada de los conciertos con un “bajo continuo” que es una especie de acompañamiento de fondo que marca los tiempos en una forma muy precisa, nos lleva a imaginar la riqueza en las ornamentaciones de edificios casi agotando todo espacio. Es como la extroversión del hombre hacia la naturaleza.
El periodo clásico fue necesario para retomar el valor de lo antiguo, en un momento en el que la percepción de lo barroco se había agotado y era evidente una necesidad de cambio en los siglos XVIII y XIX, cuando la revolución francesa abolió la monarquía absolutista (1791–1792), a su vez como consecuencia del movimiento intelectual de la Ilustración.
Pero era necesaria una mentalidad introspectiva, haciendo del ser humano el centro del universo para expresar los valores fundamentales de libertad, igualdad y fraternidad propuestos por los franceses, además de dar rienda suelta a toda la gama de sentimientos, sensaciones, pasiones y emociones en una forma ilimitada y sobre todo, emancipada.
Los románticos fueron desaliñados, atrevidos, extrovertidos y desobedientes. Pero lo increíble de Johannes Brahms es que, pese a lo anterior, su música es elegante. Aunque las instrumentaciones de sus sinfonías y conciertos son grandiosas, resaltan momentos de una suavidad y delicadeza que motivan evocaciones melancólicas o incluso, invocaciones encendidas y llenas de pasión.
Escuchar cualquiera de sus obras es someterse a la experiencia de recorrer estados de ánimo, con un gran estímulo de la inteligencia y la razón.
Muchas cosas más se podrían expresar cuando se oye esta música, pero todas serán insuficientes para poder describir lo que generan y en un proceso de audición continua de las mismas obras, descubrir siempre algo nuevo.
Por esta razón, cada 7 de mayo he dedicado un buen rato para escuchar algo de lo que nos legó este genio. Así ha sido y seguramente seguirá siendo, a lo largo de toda mi vida, en la que jamás podré decir que algo de Johannes Brahms no me gustó.