La primera vez que descubrí atónito el nombre de Johannes Kepler, aunque ya lo había revisado en la escuela y cuya conmemoración luctuosa es precisamente el día de hoy (27 de diciembre de 1571–15 de noviembre de 1630) fue cuando, lleno de sorpresa, veía el programa “Cosmos: un viaje personal”, de Carl Sagan (1934–1996) allá por principios de los años 80. En el capítulo 3, que lleva por título La armonía de los mundos, Sagan explica con una elegancia sorprendente la relación que existió entre Johannes Kepler y el astrónomo danés Tyge Ottesen Brahe, mejor conocido como Tycho Brahe (1546–1601).
En el documental no se narran datos biográficos como el hecho de haber nacido prematuramente; el que siendo niño padeciera una gran variedad de enfermedades como dolores intensos de cabeza, alteraciones intestinales frecuentes, para culminar con un ataque de viruela a los 3 años que lo dejó afectado de la visión. Pero tal vez una de sus más graves afecciones tuvo que ver con sus antecedentes familiares. Su padre era mercenario, por lo que casi no estaba en casa, quedando su formación en manos de su madre, quien era curandera y yerbera, de modo que, a la larga, iba a ser acusada de brujería. Cuando tenía 4 años de edad, la madre abandonó a la familia para buscar al padre que estaba en campaña (bélica), dejando a los niños en casa de sus abuelos, con uno de los hermanos que padecía epilepsia. Todos estos antecedentes pudieron haber tenido un efecto devastador en la personalidad del pequeño; sin embargo, una inteligencia precoz y una habilidad particular en el dominio de las matemáticas formaría a la larga a un muchacho efectivamente aislado y hermético, pero particularmente analítico y curioso, con un interés espontáneo y natural de encontrar explicaciones a todos los fenómenos que se le presentaban, desde un punto de vista matemático, tomando a la geometría literalmente como una guía para la vida. Observaba el cielo pensando en la inmutabilidad del universo, pero sus investigaciones no se ajustaban a un modelo perfecto. Entonces fue invitado por Tycho Brahe, quien era un danés noble y por consecuencia rico, lo que le daba mucho tiempo de ocio que dedicaba al estudio de los astros con una buena cantidad de ayudantes, aunque a decir verdad tributaba más tiempo a fiestas y festines de lo que Kepler, un humilde hijo de una familia alemana venida a menos, podía esperar. Sin embargo, Tycho era el mejor observador de los astros, y Kepler, el máximo teórico. Después de una serie de diferencias que terminaban en discusiones agrias, seguidas de reconciliaciones, en las que cada quien guardaba celosamente sus conocimientos por temor de que al compartirlos fuesen “plagiados”, Tycho Brahe falleció víctima de sus excesos. Una vez muerto, Kepler tuvo acceso a todas sus observaciones y anotaciones, pudiendo así describir la forma elíptica de la órbita del planeta Marte, que plasmó en una obra a la que le puso el nombre de Astronomía Nova y en donde detalló tres leyes del movimiento de los planetas (hoy llamadas Leyes de Kepler). Muchos otros trabajos le son atribuidos, como la Ley Fundamental de la Fotometría, y hasta la teoría de la visión, adelantándose a su época y planteando que en el ojo las imágenes se plasman invertidas, en la retina y a una escala muy pequeña.
Las referencias a las causas de su fallecimiento son escasas, solamente se describe que padeció una enfermedad “febril fatal” a la edad de 59 años. Considerando que se desconocía la causa microbiana de los padecimientos y sin antibióticos, lo más probable, desde mi particular punto de vista, es que haya muerto de septicemia o infección generalizada, lo que no le impidió escribir él mismo su epitafio, que impreso en su tumba, es exacto en la descripción total de su vida: “Medí los cielos, y ahora las sombras mido. En el cielo brilló el espíritu. En la tierra descansa el cuerpo.”