La violencia es consustancial a una sociedad donde la mayor parte de la población, los trabajadores cuya fuerza de trabajo es la única creadora de valor, vive en la pobreza; ellos son las víctimas permanentes de un modo de producción basado en la apropiación del trabajo ajeno y en la dominación ideológica que les hace creer que ni son explotados y que si viven en la pobreza es su propia culpa. Este es un tipo de violencia estructural que sólo desaparecerá cuando el capitalismo ceda su lugar histórico al socialismo.
Pero hay múltiples formas de violencia; una, ejercida por la delincuencia organizada y, otra, la de oportunidad. El combate a la primera, exige una enorme capacidad de inteligencia y una estrategia que, muchas veces, implica el enfrentamiento violento entre la fuerza pública y los criminales. La segunda, tiene diversas manifestaciones, el robo en pequeña escala y, lamentablemente, la violencia en las relaciones personales e intrafamiliares, ejercida, muchas veces, contra las mujeres.
Pero la derecha sabe de la importancia de lucrar con la violencia, forjando la percepción de un clima de violencia atribuido al gobierno y deslegitimarlo, cuando no es de los suyos. La delincuencia y la derecha saben bien la importancia política de generar una percepción sobredimensionada de la realidad cuando se quiere combatir a un gobierno o crear desasosiego entre la sociedad y lo usan para sus propios fines, pero las cosas son más serias que esas actitudes y hay que devolver a la ciudad y a sus habitantes lo que la realidad, y una percepción distorsionada, les ha arrebatado: la tranquilidad indispensable para recomponer el tejido social.
En la creación de las percepciones sociales, los medios y las redes tienen un papel clave, sin embargo, no todas están basadas en lo que tanto les gusta a los conservadores: “los datos duros”. Es cierto, para saber que hay violencia no es necesario haber sido víctima de la delincuencia. Hay violencia, pero conviene dimensionarla para saber la real magnitud del problema cuya solución tiene que partir de un diagnóstico preciso. No se trata de resignarse a la violencia y decir “es inevitable”, sino de evitar que la sociedad sea rehén de sus propios fantasmas.
En la presentación del Informe General sobre Seguridad, el 17 de diciembre pasado, se dieron a conocer algunos datos que nos hacen ver una situación de Puebla distinta a la percepción que parece tener la población respecto de la violencia en el estado y el municipio capital. Por ejemplo, con información de las procuradurías o fiscalías de las 32 entidades de la República, en el número de víctimas de homicidios dolosos por estado, Guanajuato ocupa el primer sitio, Puebla se ubicó en el lugar 11; respecto de los municipios con más homicidios dolosos, el primer sitio lo tiene Tijuana y el de Puebla ocupa el lugar 26 de 30 considerados. Es decir, no somos el estado y el municipio más violentos, lo cual no significa estar conformes, sino tener el ánimo para continuar luchando contra ese flageo.