México celebrará elecciones el próximo 6 de junio. Sé renovará totalmente la Cámara de Diputados, se elegirán gobernadores en 15 estados de la República, se renovarán congresos locales, alcaldías, y presidencias municipales. Estarán en disputa más de 20 mil cargos públicos, serán las elecciones más grandes de la historia.
Todo esto, en medio de la pandemia que padecemos, pero, si bien el COVID-19 amenaza al proceso electoral, lo que más priva de oxígeno a la democracia mexicana son aquellos factores que conspiran contra nuestra facultad de reflexionar, analizar las cosas con autonomía y emitir nuestra opinión con sinceridad y libertad, El alud de la información que nos atropella, sobre todo a través de las redes sociales, los envíos y reenvíos que nos impiden analizar, reflexionar con calma, confrontar lo que recibimos, empañan el pensar crítico. Se pierde oxígeno al irse alineando entre posturas, que no permiten el debate. El maniqueísmo parece dominar los discursos de los partidos y candidatos contendientes, que ya lo hacen desde las campañas internas partidarias. Para colmo, los medios masivos de comunicación nos atiborran de mensajes de partidos políticos y organismos electorales hasta la saturación y el tedio. Los eslóganes, los espectaculares, las caricaturizaciones del adversario, la ausencia de verdaderos debates, son llamados al pensamiento mínimo. Al ciudadano no se le pide opinar, participar. Se le demanda el apoyo total e incondicional a una opción expresado al cruzar un emblema o un nombre en la boleta de votación. Así, la renuncia voluntaria o involuntaria a pensar por uno mismo o la renuncia impuesta por los mecanismos de avasallamiento con datos, por las redes sociales y por las formas excluyentes o medio incluyentes de hacer política van restringiendo de facto los derechos de ciudadanía.
Los partidos políticos, han devenido partidos poco sustanciosos, cuyo objetivo único es la búsqueda de poder a toda costa. Eso los convierte también en organismos cacha todo, donde la solidez ideológica pasa a segundo término, si bien le va ya que a veces desaparece. Su discurso deja de ser un modelo que le ayude al ciudadano entender bien lo que está pasando y le ofrezca una alternativa coherente y viable. El ir y venir de personajes entre una y otra formación partidaria torna también poco sustancioso el proceso político-electoral. No existen los procesos de formación política e ideológica de cuadros y el oportunismo priva en esos partidos. La cercanía a los problemas de la gente, a la construcción de soluciones junto con ella se ha ido perdiendo. Con tales restricciones al pensar, al opinar, al analizar para tomar una decisión, se transforma la participación ciudadana en un reducto que poco ayuda al desarrollo de la democracia.
Estas elecciones serán una especie de plebiscito, en el que los mexicanos habremos de decidir si queremos que continúe, se profundice y consolide el proceso de transformación que votamos en el 2018 o si, por el contrario, decidimos dar marcha atrás y revertir por completo el proceso de cambio de régimen ya iniciado.