Es difícil que no te guste un buen documental. Y uno muy bueno es La sal de la tierra, de Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado, que venturosamente exhibe entre nosotros. Está lejos de ser cualquier cosa, cual lo reflejan los reconocimientos que ha obtenido: el premio del público en los Festivales de Abu Dhabi y San Sebastián; una mención especial del Jurado Ecuménico –y el premio especial del Jurado de Un certain regard– en Cannes; el César francés a mejor film documental y el One Future Prize del Festival de Munich. Se ocupa del trabajo del fotógrafo brasileño Sebastiao Salgado –por increíble que parezca, un autodidacta– a lo largo de más de cuatro décadas de recorrer el planeta en busca de lo que en él existe y sucede, siendo eso lo mismo el horror que la belleza, el amor que el odio, y tanto esperanza como sinrazón. Salgado es padre del co–director de La sal de la tierra Juliano Ribeiro Salgado, lo que además aporta a la mirada del film unas cercanía y comprensión de otro orden, de vínculo más directo y reconocible.
Los documentales también narran historias, al testimoniarlas. Y en este caso La sal de la tierra obtiene su material de lo que a su vez son otros testimonios: las fotografías en blanco y negro de Sebastiao Salgado, que no sólo valen por su calidad formal, sino mucho más aún por los eventos, momentos y sentimientos que recogen. Algunos obscuros, de dolor casi insoportable; otros luminosos, que traducen en algo parecido a la redención –o expiación al menos– del género humano. Lo anterior es posible, claro, por la sensibilidad y dominio artístico de Salgado, pero también, en lo esencial, por su calidad de hombre decente, entendido esto como un perenne compromiso con sus semejantes (vinculado a eso, en 2001 Unicef nombró a Salgado su “Representante Especial”, durante la apertura de su exhibición Migraciones, resultado de un proyecto de siete años que ilustra el desplazamiento global de ciudadanos de países en crisis, especialmente niños. En fin, La sal de la tierra es, según los críticos, “una fascinante e inolvidable mirada al mundo a través de los ojos de un artista profundo y perspicaz” (Rodrigo Pérez–The Playlist); “un documental estrujante pero esperanzado sobre la obra de toda una vida, en la que Salgado comparte las historias detrás de esos momentos en blanco y negro, dándoles aún mayor dimensión” (Chris Nashawaty–Entertainment Weekly); y “un film sobre los dos viajes de Salgado: el externo, que lo llevó a todos los confines del planeta para capturar las alucinantes imágenes que muestra; y ese otro íntimo, paralelo, con el que por completo mantiene nuestra atención” (Kenneth Turan–Los Angeles Times). Que nadie se pierda La sal de la tierra.
En cuanto a otras posibilidades –más allá de Tomorrowland, Mad Max: furia en el camino, Terremoto: falla de San Andrés, etcétera– lo más recomendable parece ser Mommy, cinta canadiense de Xavier Dolan ganadora en Cannes del Premio del Jurado y que presume una cincuentena de reconocimientos internacionales. Versa sobre una viuda que, sola, debe hacerse cargo de su hijo adolescente, cuyos peligrosos arranques de violencia le tienen al borde de sanciones por delincuencia juvenil. Y si de films canadienses se trata, Atom Egoyan regresa con Cautiva, thriller al que la crítica le ha dado la espalda, pero…Egoyan es Egoyan. También ha llegado El exótico Hotel Marigold 2, de John Madden, atractiva por su cast de Judi Dench, Maggie Smith, Bill Nighy y hasta Richard Gere, si bien no es mejor que su antecesora. Y finalmente, de Paul Haggis –el tipo que en 2004 entregó Alto impacto (Crash)– podemos ver Amores infieles (Third person), drama romántico de historias que entrecruzan, adornado por nombres llamativos: Liam Neeson, Kim Basinger, Adrien Brody, Mila Kunis, Olivia Wilde y James Franco, entre otros. Habrá que ver si vale la pena, independientemente de su reparto.