La vida es una complejidad, en ocasiones, ininteligible. Las decisiones personales y colectivas están mediadas por nuestra historia, nuestros procesos de socialización, nuestro capital económico, político y simbólico. La forma en que estos se expresan en la cotidianidad es lo que Pierre Bourdieu denomina el Habitus, que es la forma en cómo nos relacionamos las personas y la que somos, estamos y hacemos en el mundo; nuestro sistema de valores, ideas y creencias que se corporeizan en prácticas concretas. El Habitus se construye a través de un proceso de significación en donde el lenguaje, el arte y la religión son herramientas para naturalizar los procesos de dominación, las clases sociales, las identidades étnicas, de género y generación, entre otras, están enmarcadas en el Habitus. Es decir, aquello que hemos naturalizado, normalizado como el sexismo, el racismo y el clasismo. Todo esto inserto en la estructura social que no es nunca totalmente material, sino que se enmarca en procesos simbólicos de significación, pero que tampoco es totalmente subordinada. También está la agencia; es decir, la capacidad que tenemos las personas de decidir de forma libre, pero sabemos que esa agencia nunca es del todo libre, y actualmente se encuentra más subordinada que agencial a la lógica de la acumulación de capital.
Si miramos el contexto del mundo en estos momentos el panorama se nos presenta desalentador. La expresión del Habitus y la Agencia en Trump es un ejemplo de la forma en que estos procesos de significación, que parecerían netamente simbólicos, se traducen en discurso, que, a su vez, se materializa en prácticas como la discriminación, la cancelación de DACA o la geopolítica que impone sobre Oriente Medio. Los feminicidios, la violencia interiorizada, la explotación, la discriminación, la guerra son expresiones de la violencia simbólica y material contenidas en el Habitus.
Así, el mundo se nos presenta caótico, subordinado, devastado, pero también se presenta profundo, posible, activo, crítico. Cada vez más se convoca a la organización social, a repensar y replantear la forma en que no estamos reproduciendo la vida, sino poniéndola en riesgo. Se convoca a pensar lo que necesitamos para reproducir y cuidar la vida que implica, entre otras cosas, el cuidado de la naturaleza, la equidad de género, la redistribución que permita a todas las personas cubrir las necesidades fundamentales, que no son únicamente las necesidades básicas fisiológicas, sino al menos, aquellas que describiera Maslow en la pirámide de necesidades.
Así, reconociendo, como diría Eduardo Galeano, que la realidad es una loca de remate, reconozcamos también la posibilidad de crear, de transformar, de construir más equitativamente por la justicia social. Resulta imperante promover procesos mayéuticos que potencialicen otra forma de hacer comunidad. Que permitan la expresión del poder colectivo, diverso, equitativo, por la dignidad de vida. Desde diversas trincheras, militancia desde la música y la poesía, la academia y el activismo, desde la espiritualidad o el pragmatismo. Para construir una realidad más sentida y discernida.