En un acuerdo con tintes xenófobos e inmerso en la construcción ideológica neoliberal que hace que los entes –sean individuos u organismos– se preocupen exclusivamente de su propia realidad, los países que forman parte de la Unión Europea decidieron, junto con Turquía, la expulsión de refugiados de suelo europeo, para su posible reincorporación posteriormente. Los refugiados que lleguen a Grecia, serán expulsados a Turquía, llevados a centros de atención a refugiados, para luego revisar sus casos y admitirlos nuevamente en los países de la Unión Europea. Según cifras reportadas por el diario español El País, el año pasado llegaron a Europa casi 900 mil refugiados sirios. Lucía Abellán informa en la misma nota que “La UE nunca se ha mostrado muy eficaz expulsando a personas del continente. De todos los migrantes irregulares –no refugiados– con una orden de retorno en la mano, las autoridades solo consiguieron devolver a 40 por ciento en 2014. Un año antes fue 30 por ciento. Sabedoras del llamado poder blando que siempre ha caracterizado al club comunitario, las mafias explotaban esas enormes probabilidades de permanecer en suelo europeo para ganar clientes. (…) Pero Europa ha decidido enseñar las garras con el objetivo confeso de acabar con el negocio de los traficantes (y el motivo inconfeso de no haber sabido gestionar unos flujos bastante asumibles si se hubieran afrontado entre los 28 estados miembros). Desde la canciller alemana, Angela Merkel, hasta los funcionarios europeos, el diagnóstico es compartido: se trata de una tarea ingente. Porque Grecia necesita, de un día para otro, a 4.000 expertos para devolver a Turquía a todos los arribados desde ayer, según un cálculo oficial de la Comisión Europea. Y, más aún, porque quienes ahora deberán retornar son refugiados de libro, que se resistirán con uñas y dientes a abandonar el sueño europeo por el que arriesgaron la vida”. El tamaño del esfuerzo hace ver las dimensiones del problema.
Por supuesto, hay voces por todo el orbe que critican la medida, que no sólo resulta impopular sino que muestra que también los europeos sufren de pérdida de memoria. El éxodo como el que ahora enfrentan los sirios se ha repetido constantemente desde que la humanidad existe. Basta revisar la historia de ese continente para verificar los constantes movimientos de personas que más adelante nutrieron culturalmente los espacios donde se refugian. Y qué decir de la suerte de numerosas generaciones de judíos que no sólo han padecido genocidios, sino que han sido refugiados en cuanto sitio se les ha permitido y que Hollywood se ha encargado de documentar ávidamente; de los numerosos contingentes de personas, alemanas, francesas, españolas y de otras nacionalidades europeas que se movilizaron producto de las dos enormes guerras del siglo XX; del constante flujo de bosnios, serbios, croatas, albano–kosovares, por mencionar algunos, que migraron por el conflicto en los Balcanes… Y sin embargo, los sentimientos europeos de xenofobia, autosuficiencia y superioridad, –bien enraizados– afloran en este momento en que el orbe reclama depor ciento mayor solidaridad, en un siglo en que supuestamente estas actitudes habrían cambiado. En Europa, hablar de nacionalismos con frecuencia remite a fascismo, racismo y segregación; hoy ese tipo de nacionalismo y quizá conceptos que vienen apegados, como soberanía e identidad y la mentada seguridad, impregnan discursos y propuestas. Los atentados en Francia –y los más recientes en Bruselas– vienen siendo tan sólo confirmaciones de lo anterior, aunque sean facturas perniciosas y terribles que algunos grupos radicales de países del llamado Tercer Mundo le estén cobrando al colonialismo europeo, intervención e hipocresía que se ven pagadas con muerte y terror. Lo peor del caso es que, como comenté líneas arriba, ello ha llevado a que los discursos reaccionarios en esos países afloren y los europeos –muchos de a pie– decidan apoyar semejantes propuestas xenófobas. ¡Qué oportunidad!, si hasta parece que se pusieron de acuerdo con los terroristas.
En el diario ABC de ese mismo país, Guillermo D. Olmo reportaba hace unas semanas las dificultades de este acuerdo y sus contradicciones evidentes: “La Carta de Derechos Fundamentales de la UE prohíbe explícitamente las expulsiones colectivas y justo eso es lo que se proponen hacer los Veintiocho, expulsar a territorio turco a los migrantes que lleguen a través de Grecia. Esta flagrante violación de las propias normas europeas alimenta interrogantes como el que el pasado jueves lanzó Johanna Mikl–Leitner, ministra austriaca de Interior: «Me pregunto si realmente aún tenemos respeto por nosotros mismos y nuestros valores»”. De igual manera, reporta que organismos como la ACNUR (agencia de la ONU para los refugiados) pese a que elogia el trabajo de los turcos para refugiar a más de 2 millones de refugiados en su país, también reporta que “un extenso informe de Amnistía Internacional del pasado diciembre recogió que estas instalaciones funcionan de facto como cárceles en las que a los internos se les priva de todo contacto con el exterior y no se les informa de la suerte que correrán, que en algunos casos fue la de ser repatriados forzosamente a Siria, el mismo país devastado por la guerra del que huyen”. Y mientras, Europa se prepara para enfrentar lo que les viene con intolerancia y cerrazón. Se vislumbra un futuro muy negro para la humanidad.