Viernes, abril 26, 2024

Jugador argentino conocido como D10S (Maradó)

Los napolitanos son argentinos que hablan italiano. Los povere de un país tan contradictorio como todos los que beben del Mediterráneo.

La gente del sur de Italia, nos cuenta Roberto Saviano en Gomorra, es una suerte de avanzada del Tercer Mundo. Infestada de pobreza, corrupción, desigualdad económica, la región meridional italiana también es cuna de grupos delictivos, como la Camorra.

En esa Europa latinoamericana o africanizada recaló Diego Armando Maradona, luego de su atropellado paso por el Camp Nou. En Catalunya había coincidido con Menotti, cuando el Barça tenuemente se argentinizó, en búsqueda de esa desesperada Copa de Europa que se le había escapado en tiempos de Cruyff.

En Nápoles, Maradó acabó por convertirse en un santo laico. Lo hemos escuchado hasta el cansancio en los últimos 30 años. Gracias a Maradona, el Napoli pasó de ser un equipo de tercera línea, a codearse con la aristocracia del fútbol europeo.

A punta de goles y de jugadas que años después sólo podrían recrearse en la PlayStation o en el mejor de los sueños húmedos de todo pambolero, Maradona redactó a dedo su propia hagiografía.

Luego, a lomos de una selección que apenas si merecía la atención por las disertaciones de Valdano, ya puesto en modo de filósofo del fútbol, y con un entrenador italiano con pasaporte argentino que respondía al nombre de Carlos Bilardo, Maradona ascendió hasta el altiplano mexicano para hacerle cosquillas al otro Dios, su par sin tacos.

En México 86 tuvimos el privilegio de ver trotar por el césped a ese barrilete cósmico (la idea fue alumbrada por el propio César Luis Menotti y el periodista deportivo uruguayo Víctor Hugo Morales, quienes se combinaron para darle ese sobrenombre a Maradona, uno de los tantos que tuvo en su vida).

La arremetida de Diego Armando, el Diego para los pelusas, esquivando a jugadores ingleses aquella tarde del 22 de junio de 1986, ya está grabada en la memoria colectiva de la humanidad. Forma parte de un patrimonio más humilde, el del deporte más simple y más practicado, que cualquiera puede jugar, aunque sólo los Elegidos saben llevar a esas cumbres.

Los jugadores de antes del advenimiento de Sky Sports vivían en el recuerdo de los aficionados que habían presenciado sus hazañas en directo, desde las gradas de los estadios. Un poco ayudaban las crónicas de los diarios o las shakesperianas narraciones radiofónicas. Pero la televisión vino a cambiar todo eso.

Así como el video mató a la estrella de radio, la retransmisión del fútbol, las imágenes atrapadas en el videotape o ahora en esos rabiosos bits que se agitan en una nube invisible a los ojos humanos, ha venido a transformar a fondo nuestra percepción del fútbol.

Y eso lo agradecemos profundamente, porque podemos repetir hasta la náusea esa magistral cabalgata, que para los argentinos fue como presenciar que el General Belgrano, el barco hundido por los británicos en la Guerra de las Malvinas, surgía del fondo del Atlántico Sur y se aprestaba de nueva cuenta para la batalla.

Gol argentino, obra maestra del deporte elevado al rango de arte. Pero eso era una construcción humana. Minutos antes, el propio Diego Armando había alcanzado su divinización con esa jugada llena de picardía rioplatense, que él mismo acabó poniéndole mote: la mano de Dios.

Lo que vino después era historia convertida en futuro: Maradona abatiendo en semifinales con dos modestos tantos a los belgas, que habían fulminado a todos; Maradona tomando revancha de la derrota que sufriría cuatro años más tarde en el Olímpico de Roma, a manos de los alemanes, que siempre acaban ganando ese deporte llamado fútbol; Maradona tomando la Copa del Mundo de manos del inenarrable Miguel de la Madrid.

Luego llegó Maradona consumiendo a Diego Armando. La revancha del futuro.

Seguramente más de uno está seguro que Maradona no está muerto. El futbol pierde, pero el mito se afianza. El D10S de los argentinos y de los napolitanos ya está en otro plano: el de las leyendas.

Maradona era el hijo del pueblo. La exageración y la catarsis. El barroco que mezcló a Mozart con Beethoven para alumbrar a los Sex Pistols.

Era el Diego. El Diez. La Nada.

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