Hace algunos meses tuve una pesadilla terrible. Me encontraba, en un sueño particularmente realista, con una insuficiencia respiratoria franca. Me costaba trabajo inhalar aire y esta sensación se acentuaba con un impedimento en la expulsión ventilatoria. Gradualmente caí en la desesperación y desperté con un grito… ahogado, porque incomprensiblemente y tal vez agotado por el trabajo, me había acostado con un cubrebocas puesto. Esta circunstancia ridícula marca con mucha puntualidad los errores que cotidianamente cometo en esta conducta que socialmente no se comprende y que, por un lado, lleva a personas hasta la exageración, mientras, a medida que pasa el tiempo, gente menosprecia su uso y hasta lo evita en un comportamiento que puede erróneamente ser interpretado como una rebeldía social, siendo que la gente ya está cansada de todo lo que gira alrededor de este material colocado alrededor de nuestra boca.
La información es lo suficientemente clara como para no generar confusiones; sin embargo, en una crítica feroz para las autoridades del Sector Salud en México, con un esfuerzo por desvirtuar la información, generando interpretaciones erróneas que confunden a la sociedad, hacen del uso de un cubrebocas conceptos verdaderamente estrafalarios.
Se ha evaluado que el coronavirus SARS-CoV-2 tiene un diámetro que va de los 60 a unos 140 nanómetros. Este tamaño es tan extraordinariamente pequeño que difícilmente lo podemos imaginar. Como agente biológico, se esparce en el ambiente por medio de pequeñas o relativamente grandes gotas que surgen de nuestro aparato respiratorio. Podemos denominar a estas secreciones “aerosoles”, que pueden permanecer en el ambiente por tiempos que van desde los segundos hasta un buen número de minutos u horas. Las gotas que son más pequeñas pueden permanecer suspendidas en el aire durante mucho tiempo porque el efecto del arrastre de aire, en relación con la gravedad, es grande.
Además, el contenido de agua de las gotas portadoras de virus se evapora mientras están en el aire, disminuyendo su tamaño. Incluso si la mayor parte del líquido se evapora de una gotita cargada de virus, la gotita no desaparece; simplemente se vuelve más pequeña, y cuanto más pequeña es la gota, más tiempo permanecerá suspendida en el aire. Debido a que las gotas de menor diámetro son más eficientes para penetrar profundamente en el sistema pulmonar, también presentan un riesgo de infección mucho mayor. Con esto se puede ver que un cubrebocas difícilmente evitará que los virus puedan penetrar en nuestras vías respiratorias; sin embargo, es particularmente claro que portar un cubrebocas va a ser una barrera para que expulsemos aerosoles cada vez que respiramos o hablamos.
El Dr. Hugo López-Gatell Ramírez lo ha repetido en innumerables ocasiones: “El cubrebocas representa un auxiliar para evitar que una persona infectada esparza gotas de secreciones con los virus, pero de ninguna manera garantiza que se evite la infección”.
Para mí resulta verdaderamente ridículo que sea tan criticado por esta postura que incluso ha sido reconocida a nivel mundial.
Pero hay otras ridiculeces que ofenden a la razón y al sentido común. Conducir en un automóvil al volante, sin pasajeros, con el cubrebocas bien puesto, no tiene sentido práctico alguno.
Se ha planteado hasta el cansancio que una medida particularmente efectiva para contrarrestar el riesgo de infectarse está representada por el distanciamiento social, de modo que debieron haberse establecido medidas estrictas para evitar el “buen fin”, con mentiras tan absurdas (que son creadas como estrategia mercadotécnica) en las que existen personas que obtienen costosos aparatos electrónicos por supuestos “errores” en la colocación de los precios. El problema mayor no es que la gente lo crea, sino que irresponsablemente incitan a las aglomeraciones que, en estos tiempos de pandemia, son particularmente peligrosas.
Muchas cosas podrían expresarse alrededor de estos fenómenos, pero si bien personalmente recomiendo la utilización de cubrebocas, cometiendo una buena cantidad de ridiculeces por reflejo, inconsciencia, irreflexión o incluso automatismo, siento necesario expresar que he visto verdaderas obras de arte en el bordado de este nuevo ícono del año 2020.
Hablando de arte, me permito transmitir un poema de Lilia Rivera, que me pareció muy ilustrativo de los que estamos viviendo:
PANDÉMICA LOCURA-
Aunque sonreír a veces no quisiera
Fiesta de disfraces
Acontece en las calles.
Aquella que porta
Frente de su cara
Una ensaladera.
La otra que lleva,
Sobre de una caja
Enorme sombrero.
Este que se puso
Todo un botellón.
Bocas pintadas
En las mascarillas.
Yo presumo la mía
Porque es de marca.
Cola de zorrillo,
Diente de león,
Alejan al bicho:
Amuleto y té.
Dentro del armario,
Cómo piel sin huesos,
Cuelgan los vestidos
Qué no más usamos.
Jeans desgastados
Y todos rasgados.
Las gorras, los lentes.
Guantes y artificios más.
Todo convertido
¡Cómo un carnaval!
Lilia Rivera.
(Divertimento)