Al día de hoy, en una misma agrupación política autodenominada de “izquierda” podemos encontrar individuos que piensan de forma totalmente diferente con respecto al que hacer político, tanto a largo plazo como al corto. Sin embargo, casi todos los integrantes de estas agrupaciones tienen como referente, en mayor o menor medida, a Carlos Marx. La definición y la caracterización del “Capitalismo” es muy difícil que varíe entre ellos, éste es un concepto marxista, que al margen de que pueda estar bien o mal, no es cuestionado. Además, este concepto es el parteaguas entre los diversos grupos que integran las “izquierdas”.
Pareciera ser sorprendente que después de las revelaciones hechas evidentes en el transcurso del siglo pasado sobre las atrocidades cometidas en nombre de Carlos Marx y de la Revolución, los grupos políticos de la izquierda ortodoxos se están reagrupando bajo las viejas consignas ideológicas del partido de la revolución, el sujeto histórico, el derrocamiento del capitalismo, la abolición de la propiedad privada, los burgueses y los revolucionarios (porque no se atreven a llamarse proletariados), Estados Unidos (el imperialismo hegemónico a vencer). Estos grupos están retomando el discurso mecanicista bi-polar de buenos y malos, los que no están conmigo contra mí están, simplificando la heterogeneidad mundial a obreros y burgueses con inclusión somera de los campesinos, a excepción de los neo-maoístas los cuales los tienen como eje central en el cambio social.
Aunque de la gran mayoría de la literatura elaborada por Carlos Marx y Federico Engels se puede desprender con claridad el origen, el desarrollo, el funcionamiento y la extinción del capitalismo, en la Ideología Alemana y en el Manifiesto Comunista se puede leer con exactitud la supuesta transición del capitalismo al comunismo. Obviando la crítica a la interpretación eurocentrista que estos autores hacen de la histórica y retomando exclusivamente el concepto de contradicción como elemento de cambio podemos señalar que la premisa fundamental de la revolución, hasta el día de hoy, no se ha dado: el proletariado no es revolucionario, lo más lejos que llega, como ya lo han señalado varios autores clásicos, es a un sindicato. Lo mismo ha ocurrido con los campesinos, estos todavía son más conservadores que le proletariado.
Lo que la historia nos señala es que la toma del poder por parte del proletariado, para despojar paulatinamente a la burguesía de todo el capital, de todos los instrumentos de la producción, y así centralizarlos en manos del estado, fue sustituida por la toma del poder por parte de un partido autoritario y de una burocracia despótica y asesina, como bien lo anunciaron los anarquistas, especialmente Bakunin. Esta premisa es fundamental en el pensamiento marxista, sin embargo, la historia señala que esto no es precisamente correcto. Si bien se puede identificar al proletariado como contraparte en la contradicción en la lucha de clases, este no es capaz, por lo menos así lo ha demostrado hasta ahora, de organizarse para derrocar a la burguesía. En estos momentos está muy lejos de organizarse como clase gobernante.
Por tal razón, suena incongruente el unirse en formación política, retomando los principios de clase revolucionaria proletaria en vías a la toma del poder para expropiar despóticamente la propiedad y el régimen burgués de producción y de esta forma transformar todo el régimen de producción vigente. Este proyecto político descansa sobre supuestos falsos. Podríamos pensar que estos grupos pretenden reproducir la historia con el viejo argumento de los “intelectuales orgánicos”, sin embargo, aún es muy temprano para tener claridad sobre su proyecto revolucionario. Un proyecto de este tipo es de carácter sustitutivo, un grupo de intelectuales aislados del proletariado y enajenados de la vida cotidiana de una fábrica elucubraban sobre la lucha armada para la toma del poder, eso ya fracasó. Si estudiamos la revolución rusa, china, vietnamita, camboyana, coreana y cubana, podemos observar que en ninguna de ellas fue el proletariado el que se levantó en armas para la toma del poder y que el discurso que el grupo revolucionario utilizó para dirigir la revolución jamás fue el del manifiesto comunista, por lo menos ante las masas.
De acuerdo al Manifiesto Comunista, de tomar el proletariado el poder su plan inmediato se resume en las siguientes diez medidas a seguir, podemos suponer que algo parecido se proponen hacer los grupos ortodoxos: 1. Expropiación de la propiedad inmueble y aplicación de la renta del suelo a los gastos públicos. 2. Fuerte impuesto progresivo. 3. Abolición del derecho de herencia. 4. Confiscación de la fortuna de todos los emigrados y rebeldes. 5. Centralización del crédito en el estado, por medio de bancos nacionales, con capital del estado y régimen de monopolio. 6. Nacionalización de los transportes. 7. Aumento de las fábricas nacionales y de los medios de producción, roturación y mejora de terrenos con arreglo a un plan colectivo. 8. Proclamación del deber general de trabajar. Creación de ejércitos industriales, principalmente en el campo. 9. Organización de las explotaciones agrícolas e industriales. Tendencia a ir borrando gradualmente las diferencias entre el campo y la ciudad. 10. Educación pública y gratuita para todos los niños. Prohibición del trabajo infantil en las fábricas bajo su forma actual. Régimen combinado de la educación con la producción material. De ser aplicadas estas medidas estas medidas en cualquier país, bajo el régimen del liberalismo económico, estos gobiernos colapsarían en minutos.
Si estos grupos de tendencia ortodoxa retoman a Lenin la tesis de la construcción de «un partido de cuadros, selectos y secretos», una vanguardia organizada que impone por la vía de las armas la “dictadura del proletariado”, probablemente será la trayectoria lógica. Nos preguntamos si retomarán de Stalin la sistematización simplificada del marxismo como “materialismo dialéctico” y “materialismo histórico”, además de la tesis del partido único y el culto a la personalidad. Los neomaoístas estarán obligados a retomar la tesis de Mao Zedong para las zonas campesinas más subdesarrolladas: la conquista del poder con una “guerra popular prolongada del campo a la ciudad”. Ante el evidente divorcio entre estos grupos ortodoxos y el proletariado no les quedará otra que recurrir a Trotsky para justifica la incursión de estudiantes clase medieros en las fábricas para construir una vanguardia revolucionaria, de corte militar.
Estas reflexiones son sustentadas, más que en evidencia directa sobre el quehacer político actual de la línea de izquierda ortodoxa, en un análisis teórico-histórico de lo que ha sido la práctica revolucionaria de aquellos que tomaron el poder en nombre del proletariado. Nos queda un sabor amargo al estudiar la historia de la izquierda. Sin temor a equivocarme puedo afirmar que juntando todos los crímenes de Lesa Humanidad cometidos por la izquierda gobernante sobrepasan la suma de los crímenes de Adolfo Hitler, Francisco Franco, Harry Truman, las invasiones norteamericanas a Latinoamérica, la guerra de Vietnam, los golpes militares en Latinoamérica, entre los que puedo recordar, aunque no se trata de competencias. Nunca jamás, ninguno de los dos extremismos deberá gobernar el mundo.
