Lunes, abril 29, 2024

Para chinas… ¿las poblanas?

(2ª de 2)

Era un bello firmamento 

de lentejuelas de plata,

era el manto de escarlata

de las reinas del amor.

Era la china garbosa, 

la linda china poblana

sobre la nube de grana

de su enagua de castor.

(Fragmento)

Fidel (Guillermo Prieto)

“El túnico y el zagalejo”,

en Musa callejera, 1883

Manuel de Santiago. Los papás y los chamacos, jalando también con los abuelitos, acuden presurosos a la escuela para la festividad escolar que consiste principalmente en “bailables” que los niños y niñas ejecutan, ataviados de lo que les “toca”; si de raperos (lo moderno y aceptable) o de folclóricos (la tradición y ni modo). Hoy la nena va vestida de “China Poblana” con su trajecito estampado, pero con algunas lentejuelas aplicadas “pa´ dar el gatazo” y su rebozo; lleva su cabello trenzado con listones tricolores y le han pintado la boquita de rojo y puesto colorete en sus cachetes. El niño, lleva pantalón negro, camisa blanca, corbata tricolor de lazo, sombrero de charro (de aeropuerto) y lleva un bigote pintado con delineador de cejas, aunque calza tenis por lo que su zapateado sonará amortiguado. Bailarán el “jarabe tapatío” que han ensayado desde hace varias semanas y con ello se cumplirá una vez más el orden cósmico identitario.

La “China Poblana” y el charro son la matria y la patria, respectivamente.

Todos hemos escuchado muchas cosas acerca de la China Poblana, empezando por considerar que su traje es el “traje nacional” femenino de México, aunque no corresponda a ningún grupo étnico en todo el territorio de nuestro país, ni exista registro histórico alguno de este atavío sino, como fenómeno urbano, hasta épocas relativamente recientes. Su pareja masculina, el charro, porta el “traje nacional” que distingue a nuestro país en todo el mundo, aunque justo es decirlo era el traje de gala del hacendado, del gran propietario rural del México decimonónico y de la primera década del siglo xx que representó realmente a una aristocracia entre rural y urbana que sometió a los peones de las haciendas a condiciones de vida sumamente precarias y que fue uno de los motivos del levantamiento popular de la Revolución Mexicana.

¡Ay! que… vente conmigo chinita a donde vivo yo

Otra pléyade de estudiosos, pintores, escritores ha dedicado muchas páginas a las “chinas poblanas” del siglo xix, un conjunto característico de mujeres mestizas que fueron conocidas y celebradas por el pueblo y algunos poetas, que vivieron en diversas ciudades de nuestro país como Guadalajara, Oaxaca, Valladolid (Morelia), Querétaro, Durango y la propia Ciudad de México durante la primera mitad del siglo xix, teniendo su apogeo entre 1840 y 1855. De manera que había muchas chinas poblanas que no eran de Puebla. ¿Quiénes eran esas chinas? Para comenzar, sabemos que no venían de China, ni de algún lugar del Oriente, sino que eran oriundas de diversos lugares de México, “nomás tras lomita”. ¿Por qué poblanas todas ellas? Trataré de contestar esa interrogante, aunque sé bien que algunos de ustedes me mostrarán la dentadura con desagrado.

Para “chinas” … las poblanas.

Muchos de los artistas extranjeros que llegaron a México en la primera mitad del siglo xix, así como escritores, poetas y periodistas mexicanos de profundos sentimientos nacionalistas nos muestran imágenes coloridas y elogiosas —gráficas y literarias— de unas mujeres del pueblo llano, mestizas la mayoría, que eran habitualmente independientes y muchas de ellas vivían del comercio en pequeño, del servicio doméstico y algunas de la prostitución. Estas mujeres vestían en forma muy diferente a las señoras y señoritas de las élites urbanas; las “señoritingas” de círculos sociales muy estrechos, quienes imitaban fielmente las modas europeas, adquirían prendas de muy alto costo y se apartaban de la gente del pueblo a quienes consideraban inferiores, de ahí el uso despectivo de “lépero” destinado a las personas de los empleos más modestos: cargadores, limosneros, aguadores, arrieros y por supuesto a los vagos. ¿Verdad que la “polarización social no acaba de inventarse?

No quieras andar de “china libre”

En cambio, las mujeres del pueblo que eran llamadas generalmente “chinas”, se movían con soltura y coquetería, fumaban con total desenfado, vestían blusas escotadas, el cabello trenzado y adornado con listones, collares y pulseras eran parte del atuendo, también el indispensable rebozo y llevaban generalmente una amplia falda colorada de “castor” (lana) con aplicación de lentejuelas, así como un refajo con “puntas enchiladas”, de ahí viene la expresión española, arreglada en México, “irse de picos pardos”; es decir, buscar “amores” ocasionales de paga. Las “chinas” gustaban de cantar, bailar el popular “jarabe” y de esta manera tenían la oportunidad de lucir sus trajes, así como sus destrezas dancísticas que atraían la atención de los hombres de su clase y de no pocos “currutacos” que se daban ocasionalmente baños de pueblo para escapar un poco al ambiente aburrido y de “apariencias” de su círculo social. “Andar de china libre” es hacer sin impedimento ni reparo alguno “tu santísima voluntad”.

¿Poblana o pueblerina?

El pintor Agustín Arrieta (1803-1874) nacido en Huamantla, Tlaxcala, pero que vivió casi toda su vida en la ciudad de Puebla, desarrolló su trabajo artístico en el que aparecen profusamente retratadas las chinas en pinturas como “Escenas de pulquería”, “La china y el soldado” o “El requiebro”, “El chinaco y la china”, “Cocina poblana”, “Tertulia de pulquería” y algunas otras. La china, junto a otros tipos populares del México decimonónico, está presente también en las litografías y acuarelas de Claudio Linnati (1790-1832), Pedro Gualdi (1810-1857), Petros Pharamond (1805-1873), Édouard Pingret (1788-1875), entre otros. Es Karl Nebel (1802-1855) a quien debemos una estampa sobre las chinas en la que figuran tres de estas mujeres ataviadas con las clásicas enaguas de castor y se perciben “salidoras”, con evidente desparpajo, pero en una litografía contemporánea a Nebel realizada por Mathieu de Fossey (1805-1870 ó 1872) se nos proporciona una clave interesante respecto de la “poblanidad” de la china.

En la litografía de Fossey se muestran tres “chinas” también y dejo la descripción, así como el comentario de esta escena al polígrafo Gutierre Tibón quien en el capítulo “Las dos chinas poblanas” de su libro Aventuras en México (1937-1983) nos dice:

“…una fuma; otra luce el cásico refajo picudo. Pero lo singularmente importante de la litografía de Fossey es su título bilingüe, modesta piedra de Rosetta para la interpretación de la voz “poblana”. Dice: Poblanas (Paysannes). No se trataba de Femmes de Puebla, sino de pueblerinas, campesinas.”

En apoyo a lo que revela este pie de grabado existen muchos testimonios del siglo xix acerca de que “poblano” no se refiere al gentilicio de Puebla o angelopolitano, sino a la procedencia popular —pueblerina— de los personajes, en este caso de la “china”. Guillermo Prieto en su libro “Memorias de mis tiempos” menciona en repetidas ocasiones a las chinas, pero de la ciudad de México, y las describe con su falda encarnada (de castor) con aplicaciones de lentejuelas, con su refajo de “puntas enchiladas”, blusa blanca con bordados de chaquira, zapatitos de raso de color verde con “mancuernas de oro” . Manuel Payno, en sus libros, habla de las chinas con semejante tono al de Prieto. La señora Frances Erskine Inglis, mejor conocida como Madame Calderón de la Barca, quien después adoptó el título de marquesa por su esposo, el marqués don Ángel Calderón de la Barca, primer ministro plenipotenciario (embajador) de España en México, en su estancia de dos años en nuestro país (1841-1842), relata en un descriptivo libro titulado “La vida en México”, su experiencia acerca del traje de poblana, que pretendía vestir en un baile de disfraces al cual estaban invitados ella y su esposo; pero algunos ministros de Bustamante y el señor José Arnáiz, quien hace llegar a su esposo una esquela reservada, se tomaron el tiempo para disuadirle de tal propósito. La cartita, que ella misma reproduce en su libro. dice:

“El traje de poblana es el de una mujer de reputación dudosa. La señora del Ministro español, es una dama en toda la expresión de la palabra. A pesar de los compromisos que haya podido contraer, ella no debe de ir ni de poblana ni de ninguna otra cosa que no sea lo suyo propio. Así lo manifiesta al señor Calderón, José Arnáiz, que le estima demasiado” 

Don José María Rivera, coautor de “Los mexicanos pintados por sí mismos” , dedica un texto a “La china” y agrega un grabado en el que se muestra una mujer con el atuendo típico que ya hemos descrito, quien con gran desparpajo lleva un cigarrillo en la mano derecha. En el texto se exalta a la china: su autenticidad de mujer mexicana, su gracia, salero, coquetería, belleza, traje y maneras. Reproduce un cuarteto de un tal picaresco “Zancadilla” que dice:

Encarnado zagalejo,

banda con fleco de plata,

cintura delgada, chata,

y ojos de ofender a Dios.

Compara a las mujeres de la “clase de alto rango”, que hacen todo por parecerse a francesas, inglesas o rusas. “…pero nadie me negará que el mejor retrato es el que más se parece al original, y en esto indudablemente la china tiene la ventaja; esa linda y fresca criatura salida del pueblo…” En otra parte de este texto nos dice “…pero para mí que no soy ni erudito ni literato la china es la legítima y hermosa hija de México”. Mariquita, que es el nombre que le da a la heroína de su artículo, “la de ojos negros subversivos”, “…no conoce el corsé: si lo viera desde luego pensaría que semejante aparato fue uno de los instrumentos que sirvieron para el martirio de santa Úrsula y sus once mil compañeras”; sin embargo, remata el texto lamentándose por la desaparición de la protagonista de su artículo: “… ¡Ay!, la china en fin, esa linda hija del pueblo, de bondadosa índole y corazón excelente, ¡dentro de pocos años será un tipo que pertenecerá a la historia!” Considerando que el libro referido se publicó por entregas a partir de octubre de 1854, podemos suponer que la moda de la china del pueblo o poblana estaba por concluir por esos años. Las señoras y señoritas “fufurufas” marcaban la diferencia social con su vestimenta y con su conducta “decente” y reprimida que buscaban contraponer a la expresividad y “ligereza” de las chinas.

¿De dónde salió entonces la “China poblana”?

La búsqueda permanente de una identidad mexicana para procurar la unidad del paisanaje ha llevado a los gobernantes a construir algunos estereotipos que han enraizado profundamente en la mentalidad colectiva y que al pasar del tiempo seguramente serán reemplazado por otros. El responsable de crear a la china, tal y como la conocemos hoy en día, con su peculiar leyenda, características e indumentaria fue el coronel Antonio Carrión en su “Historia de la ciudad de Puebla de los Ángeles” (1897) que, de acuerdo con Gutierre Tibón en “Las dos chinas poblanas”, “se dio vuelo” asociando a la visionaria oriental del siglo xvii, Catarina de San Juan con las mujeres voluptuosas del pueblo —que no necesariamente fueron angelopolitanas— y de ahí parece que se colgaron muchos personajes, incluyendo, según afirma Cristóbal Ramírez, al mismo Porfirio Díaz quien ¿decretó? que la china y el charro serían los representantes de nuestro México ante el mundo.

Chinas poblanas “hasta debajo de las piedras”

Se ha precipitado una cascada verdaderamente caudalosa de representaciones pictóricas, exaltados “estros” poéticos, investigaciones académicas, canciones, imágenes gráficas, textos turísticos, revistas musicales, calendarios, cromos, semanarios, libros, artículos de periódicos, coreografías escolares y chismes construyeron la imagen de las chinas poblanas, esas que sí son de Puebla por virtud de la repetición y de la candidez nacionalista de muchos. José Guadalupe Posada dedicó un cuaderno de canciones a “La China Poblana”. Marilyn Monroe, la muñeca rubia de agitada vida, vistió el traje de china poblana y Jacqueline Kennedy o Jacqueline Bouvier, de trágica existencia, también se fotografió con el traje con motivo de una fiesta en la ciudad de Nueva York, la famosa bailarina rusa Ana Pávlova en baile de puntas interpretó una versión del jarabe tapatío en el escenario del palacio de Bellas Artes y María Félix actuó el personaje principal de la imaginativa película “China poblana” (1944) etc. De ahí en adelante podemos mencionar, ayudados con una calculadora, a cancioneras, actrices, señoras fifís, porristas mexicanas, niñas de escuela y alguna que otra Drag Queen.

Sin embargo, casi por cumplirse el primer cuarto del siglo xxi, los destellos de las lentejuelas y la chaquira parecen ir perdiendo el brillo que se asoció a la figura, también luminosa, de la “china poblana” y este conjunto centenario se va diluyendo ante el embate de los nuevos paradigmas de la cultura mexicana influenciada grandemente por los gringos y una homogenización promovida por el gran capital y sus calculadores corifeos. Recordemos la introducción declamada que hace Pedro Infante a “Las mañanitas”, las que cantaba un inspirado rey David.

“Hallarás junto a tu reja un fresco ramo de flores.

Que mi corazón te deja, chinita de mis amores.”

Y remato con don Guillermo Prieto

“La del cabello encrespado, 

la delgada cintura, la de sagaz travesura 

en el mirar seductor;

la linda china poblana,

más linda que las estrellas,

¿quién quitó a tus formas bellas

el insurgente castor?

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