Viernes, abril 26, 2024

Mujeres y capitalismo

Si pudiéramos caracterizar rápidamente al capitalismo, podríamos decir que este modo de producción y reproducción social: es racista y patriarcal. Cuestiones que, junto con la explotación, afectan, primordialmente, a las mujeres, aunque también lo padecen los hombres.

Las cantidades de trabajo necesarias para la reproducción de nuestra vida cotidiana, son inmensas y esenciales a la reproducción capitalista. Esos trabajos son realizados mayoritariamente por mujeres. En el día a día, a las mujeres se les responsabiliza de cocinar, cuidar a los hijos y a los ancianos, arreglar la casa para hacerla funcional a la reproducción social y biológica del trabajador, que es poseedor de la fuerza de trabajo que vende a los capitalistas que la usan en el proceso de producción de valor.

Según la CEPAL (Observatorio de igualdad de género, 2017), en Nuestra América las mujeres destinan al trabajo doméstico, no remunerado, un promedio de 37 horas semanales, mientras que los hombres le dedican menos de 13 horas. El trabajo doméstico de la mujer, al no ser remunerado, tampoco entra en la formación del precio de la fuerza de trabajo (precio, o salario, constituido por el costo de los bienes que requiere el trabajador para su reproducción biológica y como clase social), aunque sea esencial para sostener saludable a la clase trabajadora de manera que la explotación del trabajo doméstico femenino, a pesar de ser esencial a la reproducción capitalista, es gratuito para el empresario, Ahora bien, el trabajador para vender su fuerza de trabajo (su capacidad psicofísica para transformar objetos de trabajo en objetos útiles), debe mostrarse  saludable física y emocionalmente, además de respetuoso de los valores hegemónicos, lo que, en buena medida, se logra en el hogar y con los cuidados que le otorga, sin remuneración y de manera sometida, la mujer a la que la sociedad le asigna ese rol.

Por supuesto, la solución a esta condición de sometimiento y súper explotación, no se encuentra en el mercado, pues, aunque se mercantilizaran los trabajos de cuidados domésticos, éstos seguirán recayendo principalmente sobre las mujeres. Lo que en realidad se requiere es un cambio de paradigma del trabajo, y de los roles frente a él, de la mujer y el hombre. Si se trata de disminuir las desigualdades de género desde su origen se deberá considerar que no hay trabajos para ellas y trabajos para ellos. En el esquema actual, al incorporarse al mercado laboral, la actividad de la mujer se restringe a la esfera de los cuidados y de la reproducción de la fuerza de trabajo, lo que refuerza la asignación de las mujeres limitada a los espacios privados en menoscabo de su participación en la esfera la esfera pública.

En la sociedad capitalista, se insiste en que la mujer sólo es capaz de llevar a cabo los trabajos de cuidados. Esto ha significado que en América Latina los principales sectores en donde se inserta la mujer, sean: servicios en casas particulares, salud y educación, es decir, se mantiene en el mercado de trabajo remunerado el estereotipo de género que manda a la mujer a cuidar, actividades que, además, son las peor pagadas. Esto conduce a que la discriminación de género se dé también por el sesgo que tienen cada sector: uno, los sectores de cuidados mal pagados y feminizados, frente al resto de los sectores mejor pagados y masculinizados. La determinación social de un valor más bajo a las actividades de las mujeres y el hecho de que sean las que sufren mayor desocupación, hace también que ellas tengan menores salarios que los hombres, incluso cuando realizan las mismas tareas. La situación es aún peor para las mujeres “no-blancas”, las indígenas que se encuentran en el eslabón más bajo de la división social del trabajo y que están sometidas a situaciones de explotación inauditas, división social que, a la vez, resulta ser la base para la apropiación patriarcal de sus cuerpos. Eso explica, quizá, que, con excepción de las zonas de conflicto bélico, América Latina sea la región donde ser mujer es más peligroso. Según la ONU-Mujeres, el 69% de las mujeres de 15 países de la región manifestaron haber sido violentadas por parte de sus parejas y el 47% han sido víctimas de, al menos, un ataque sexual durante el transcurso de su vida y la situación es peor mientras menor es el nivel de ingreso.

Finalmente, conviene recordar que dedicar el 8 de marzo a rememorar las luchas de las mujeres, fue una propuesta de la Internacional Socialista, hecha desde el interior de la lucha anticapitalista. Hoy día, las mujeres luchan en todos los espacios de la vida; luchan a diario para enfrentar al capitalismo patriarcal que las oprime, de ahí que el 8 de marzo no sea un mero día de fiesta, sino el espacio para rememorar la prologada lucha de las mujeres por su independencia y emancipación del capital. La lucha feminista debe ser anticapitalista. Mujeres y hombres debemos reconocer que la lucha anticapitalista que se construye a diario debe ser antirracista y antipatriarcal, o no será.

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