Un gran tren, de al menos 20 vagones, traslada equipo militar; grandes tanques de guerra tiñen el paisaje de un tono verde amarillo militar. ¿Coincidencia o se avecina tormenta?
La guerra en si terrible, siempre adquiere un tétrico carácter en la vida de las personas. Opaca la sonrisa de los niños, remueve los peores recuerdos de los ancianos y nos atemoriza a todas las personas que, en lo cotidiano, intentamos simplemente hacer lo que creemos que es correcto, para que las cosas, la vida, el mundo, sean cada día mejores. El rostro de las y los demás, debería siempre ser un pretexto para vivir la ética. Sin embargo, la diferencia, en un mundo de intransigencia y dolor, opta por ver en las y los demás, una amenaza continua.
La violencia nos dice que debemos desconfiar, que el otro diferente ha de ser malo, que lo extraño y desconocido hay que destruirlo o anularlo. En un mundo de incertidumbres, donde los vínculos comunitarios de ponen en riesgo, se despliega una realidad compleja que nos interpela y nos demanda replantearnos las formas en que debemos organizarnos para poder reproducir la vida. El principio de Esperanza, como señalaría el filósofo Alemán Ernst Bloch (http://www.elsarbresdefahrenheit.net/documentos/obras/1661/ficheros/67902232_Bloch_E_El_principio_Esperanza_vol_I_1938_1947.pdf), nos alienta, es movimiento y no pasividad como el miedo, se fundamenta en la acción y no en el aletargamiento. Es el “todavía no ha llegado a ser…” Pero por consiguiente es posible que sea, nos corresponde, en lo cotidiano, no de forma aislada, sino en la colectividad, en los diálogos y reconocimiento de la diversidad, poder decidir lo que todavía nos es pero queremos que sea.
Ante un panorama oscuro, que pareciera desesperanzador, alto deterioro ambiental, amenaza de guerra nuclear, pobreza, discriminación, injusticia e inequidad, debemos desnaturalizar las formas de violencia para poder construir la esperanza de lo posible, de lo que nos interesa que sea y por tanto nuestras aspiraciones y acciones sean puestas en la construcción de sociedades más dignas y justas. Podemos dar cabida al corazón, a la ética desde el rostro de las y los demás, como señalaría Lévinas, para que desde el dolor propio y el ajeno, potenciar las acciones para y por el bien común.
Asumamos, pues, que la esencia de las personas está en la dignidad, en la propia y la de las y los demás, por lo tanto, la esencia seria entonces la posibilidad del bien común, de la felicidad en su más alto grado de excelsitud. La experiencia buscada es descrita, entre otras cosas, como una “patria de la identidad” o el “bien supremo” de tal modo que nuestro actuar cotidiano nos conduzca a la construcción de espacios de dialogo, de convivencia pacífica, de construcción social alternativa, por el bien común. Desde un actuar creativo, cuasi artístico, que nos permita construir nuevos discursos y desmontar aquellos que legitiman la violencia y la inequidad.
El principio de esperanza apela a la acción creativa, al movimiento, a la vida.