Durante muchos años he trabajado por los derechos de las mujeres y en procesos de prevención y erradicación de la violencia de género contra las mujeres, como en servicios de atención a mujeres sobrevivientes de la violencia. La problemática de violencia de género que vivimos las mujeres, históricamente construida, legitimada y producida desde el sistema patriarcal y en nuestra era, subsumida y revitalizada para la acumulación de capital, resulta un asunto añejo y complejo.
De forma llana y sin debates filosóficos sobre la violencia, sabemos que la violencia contra las mujeres, ya sea física, verbal, emocional, sexual, económica, patrimonial, religiosa, cultural, cibernética, negligente… O en los ámbitos doméstico, comunitario, institucional, laboral, docente y familiar. La violencia, es un acto donde se utiliza la fuerza o el poder, para dañar y ejercer control sobre el cuerpo de otra persona o grupo de personas. Teniendo como consecuencia daños sobre la salud e integridad de las personas receptoras de la violencia o hasta la muerte, por parte del o los perpetradores.
La violencia contra las mujeres es claramente un problema de salud pública y derechos humanos, y ahí también nos enfrentamos a un sistema capitalista heteropatriarcal. En los últimos nueve años me he dedicado a estudiar y pensar la violencia desde el feminismo decolonial y la crítica de la Economía política, y algo que irremediablemente me ha entristecido es darme cuenta que, tanto en la política pública existente como en la posible aplicabilidad de los marcos jurídicos existentes en materia de derechos de las mujeres, prevalece una mirada patriarcal.
Pese a que las personas víctimas y sobrevivientes de la violencia de género son mayoritariamente mujeres, no existen aún los servicios, ni los recursos necesarios y pertinentes para que las mujeres podamos acceder al derecho a una vida libre de violencia. La falta de información y de protocolos de atención e instalaciones con personal especializado en la violencia de género contra las mujeres, se topa todavía con un gran vacío tanto académico como práctico operacional.
Es común que las mujeres acudan en búsqueda de servicios de salud por algún malestar general que, cuando una indaga más a fondo, resulta ser la máscara de profundas raíces de hábitos y patrones de comportamiento que han estado presentes por años y que pueden remontar sus orígenes a edades tempranas de la niñez, en donde las diversas expresiones de la violencia, se han legitimado desde los sistemas de valores y creencias. Estas raíces han crecido y se van diversificando como ramas de los árboles, en donde las ramas y follaje no permiten identificar la raíz del problema. Mientras los servicios de salud continúen ofreciéndose, cuando se ofertan, desde la mirada patriarcal, difícilmente se podrá tener una mirada integral de lo que implica atender las necesidades de salud de las mujeres, principalmente aquellas en situación de violencia. De tal modo que urjo a las autoridades a comprometerse con la complejidad que implica atender la salud de las mujeres y erradicar la violencia.