Oír hablar de cambio climático o calentamiento global del planeta, y de que para enfrentarlo se reúnen a nivel mundial los países más representativos del capitalismo (ahora en Marrakech, Marruecos), nos obliga a reflexionar sobre la profundización de las crisis que el capitalismo fomenta por su voraz acumulación: por un lado, las crisis hacen crecer la miseria material en el mundo, donde millones de personas apenas sobreviven en la pobreza extrema, mientras aumenta el desempleo, el subempleo, el empleo precario y la sobreexplotación de los trabajadores, lo que se traduce en el deterioro de valores y pérdida de expectativas de buena parte de la población, sometida al consumismo y la violencia en sus distintas expresiones, adicciones, suicidios, etcétera; por otro lado, se agudiza la crisis ecológica, que resulta de la contradicción entre la lógica del capital y la necesidad de preservar la naturaleza de la que somos parte. La voracidad del capital agrede los sistemas ecológicos impidiendo su renovación y equilibrio.
De no poner un límite a la avidez capitalista y frenar la actividad destructiva del capitalismo, la catástrofe ecológica es inminente y nos lleva a la barbarie. Ya comenzamos a vivir el espectro de la catástrofe ecológica: derretimiento de glaciales, que pone bajo el agua a las poblaciones costeras; aniquilación de las selvas y bosques; aire irrespirable; escasez de agua potable; agotamiento de tierras fértiles y hambrunas masivas; efectos negativos y mortales de los transgénicos en los humanos; cambios climáticos devastadores; desastres de la industria nuclear; etcétera. La “civilización” capitalista, impone una situación perversa que no se limita las necesidades y el consumo.
Controlar “descarbonizando” la economía mundial para que no se rebase en más de 2° Celsius la temperatura del planeta, es una falacia. Tiene razón Michael Lowy cuando afirma: “Las reformas parciales son completamente insuficientes: es necesario reemplazar la microracionalidad de la ganancia por una macro–racionalidad social y ecológica, lo que requiere un cambio real de civilización” (M. Lowy, “¿Qué es el ecosocialismo?”). Se necesita una reorientación tecnológica profunda para reemplazar las fuentes actuales de energía por otras no contaminantes y renovables, como la eólica o la solar. Esto requiere del control de los medios de producción para que las decisiones de inversión y mutación tecnológica, conduzcan a convertir las fuentes de energía en propiedad social.
Ciertamente, se trata de un cambio radical que no sólo involucra la producción, sino también al consumo actual, fundado en el desperdicio y la ostentación, la alienación mercantil, la obsesión por acumular. Es, sin duda, indispensable sustituir este modo de producción y consumo, por otro fundado sobre criterios que atiendan las necesidades reales de la población y procure salvaguardar el ambiente. En otros términos, se trata de una economía de transición al socialismo, sustentada en una planificación democrática local y nacional, cuyas prioridades sean decididas por la población y no por el mercado.