“Fue el amor de mi vida… bueno es, él murió pero yo no”, inició su relato. Ayer fue. Me avisó su prima –dijo–. Él marcó mi vida y yo la de él. Nuestra relación fue tan intensa que impactaba la vida de quienes nos rodeaban. Fueron muchos años juntos. Con él me descubrí y me hice. Éramos muy afines: disfrutábamos el campo, la gente sencilla. Su familia me adoraba por cómo lo adoraba yo a él. De hecho cuando me llamó su prima, todo lo que le dije fue: “Es el amor de mi vida…”, ella respondió: “Lo sé, por eso te aviso”. ¡Y guardé silencio porque me removió todo!
“No puedo olvidar sus manos… recorrieron tanto y de tantas maneras mi cuerpo… y su pecho, en el que me regodeé incansablemente, aún lo tengo vivo en mí. Mira, recuerdo y sudo. Me tiemblan las manos. Me lo puedo imaginar recostado en el ataúd con las manos cruzadas sobre su pecho, ¡para mí está vivo!
“¿Que qué pasó? Lo tuve que dejar. Hace años: primero sufrí lo indecible para sacarlo de mi vida… y ahora él se salió de la vida. Así es, pero la vida no era para vivirla juntos. No, no lo era. Pero el tiempo que compartimos, que fueron años, ¡cómo nos amamos! Fue una relación muy muy penetrante y extrema. Se nos salía la pasión por cada poro… Cuando terminamos, si coincidíamos en algún lugar, había un imán que nos jalaba el uno hacia el otro y siempre terminábamos juntos, pasáramos sobre quien pasáramos para lograrlo. En dejarlo se me acabó el alma… y se me fue el corazón. Nunca he vuelto a amar igual y al revivirlo todo, me duele la carne. Me hierve… ¿Y sabes? Me siento huérfana. Es ese tipo de orfandad que te hace sentir sola en el mundo porque ya no está quien te identifica en tu ser. Y aunque ya no lo tenía, lo iba a ver y verlo me reconfortaba. Era un eje de lo que fui cuando fui tan feliz.
“Tomaba mucho, era difícil. Eso fue. Después le vino diabetes, pero ya no nos veíamos… Dicen que los grandes amores son como los buenos libros, después de ellos, nunca vuelves a ser la misma. Y yo nunca fui la misma después. Es el punto de quiebre en mi historia que se divide en antes de, y después de.
“Él vivía fuera. Me llevo bien con sus hermanas y yo iba seguido a verlas. Lo veía a él… y me vibraba la sangre ¡muy cabrón! Y él, ciego por la diabetes, percibía mi aroma. Sabía que estaba cerca y se le iluminaba la cara, aun sin verme, y sus hermanas me decían: ‘Huele que estás aquí’.
“Cuando supe que había muerto lo primero que hice fue decirle ‘pendejo’. Fue muy pendejo al tomar sus decisiones. No teníamos nada pendiente pero siempre hay un hilo invisible que te une a quien vive en ti. Y él desgració nuestras vidas. El amor es un regalo que no puedes desperdiciar y cuando lo desperdicias los dioses te castigan. Tomó malas decisiones, pero fueron suyas y yo tuve que respetarlas, y él tuvo que respetarme cuando me alejé… Sí, me duelo de que sigo siendo la que él amó y la que lo amó. Esta removida de amor me ha hecho recordar quién soy…”