Nuestra primera dama y presidenta del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF), Angélica Rivera, instruyó a este organismo para que se apoye a la familia del niño Feliciano Díaz Díaz (conocido en las redes como Manuelito), quien hace unos días fuera maltratado por un supuesto inspector del gobierno de Tabasco en las calles de Villahermosa. El caso, que provocó indignación y numerosas notas en los principales noticiarios del país –todas ellas mal elaboradas, peor informadas y siempre a medias–, como se ve, ha llegado a tocar los corazones de muchos mexicanos que se condolieron del sufrimiento del niño y levantaron plegarias y puños de indignación, lo mismo que entonaron mentadas de madre al unísono, con el mismo acaloramiento con que se escandalizaron de la explotación infantil y del “descaro” de la madre que permitió que su hijo se fuera a trabajar a Tabasco; ¡pura limpieza de conciencia! También estimuló el apoyo inmediato de la televisora del Ajusco, que a través del bodrio Cosas de la Vida, de Rocío Sánchez Azuara, le regaló una bicicleta y un apoyo económico, baratijas comparadas con la venta de publicidad y los puntos del rating que seguramente le generó a TV Azteca… Bajo, soez, lamentable… “Manuelito” es tzotzil y habita en el paraje Romerillo en el municipio de San Juan Chamula. Quien haya conocido Chiapas y concretamente la zona de la que proviene el menor, sabrá que la pobreza de ese lugar es enorme; de hecho, nada nos extraña que la familia ponga a trabajar a sus hijos cuando entendemos que para lograr alcanzar el sustento del día a día se requieren de todas las manos posibles, máxime cuando el padre no se encuentra –supuestamente migró a Estados Unidos– y cuando hay muchas bocas que mantener.
Como reportó en abril pasado Angélica Enciso –reportera de La Jornada– sobre un informe que presentó la Unicef y Coneval sobre derechos sociales en el país, “la pobreza tiene el rostro de la infancia: 56 por ciento de los niños de cero a cinco años –cinco de cada 10– viven en esa condición. Esto supera el porcentaje del promedio nacional que ubica a 46.2 por ciento (cuatro de cada 10 personas) de la población en pobreza multidimensional”. Gonzalo Hernández Licona, secretario general del Coneval comentó que “…el mayor porcentaje de la pobreza infantil se encuentra en Chiapas, Oaxaca, Guerrero y Veracruz, además de que los niños indígenas son los que más la padecen. (…) 76 por ciento de los niños y adolescentes indígenas, es decir, siete de cada 10, viven en esa situación, lo cual supera casi con 20 puntos cuando se habla de niños en general”. Los números son escandalosos; no sólo por la cantidad en sí, sino porque estamos en pleno siglo XXI, con un flamante nuevo gobierno, precedido por otros dos gobiernos supuestamente del cambio, libres de corruptelas y con talentos superiores que habrían de llevarnos a nuevos rumbos… ¡Pamplinas! Calderón prometió ser el presidente del empleo, por ejemplo, y terminó siendo el presidente del empleo infantil. Según un reporte elaborado por Inegi en 2011, para ese año trabajaban en México poco más de 3 millones de niños de los cuales, 40 por ciento no asisten a la escuela. En 1986, en el seno de las Naciones Unidas, nuestro país junto con muchos otros, firmó la Convención de los Derechos del Niño. En ella se estipula que los países firmantes “reconocen el derecho del niño a estar protegido contra la explotación económica y contra el desempeño de cualquier trabajo que pueda ser peligroso o entorpecer su educación, o que sea nocivo para su salud o su desarrollo físico, mental, espiritual, moral o el desarrollo social ”. Palabras, puras palabras…
La situación es grave como se ve y los compromisos que ha adquirido México, con independencia del partido en el poder, nos obligan a tomar medidas serias y contundentes para mejorar esta situación. El tema se torna todavía más complicado cuando hablamos de menores indígenas. De acuerdo a un encuentro internacional sobre Trabajo Infantil y niñez indígena en América Latina, llevado en 2010 en Cartagena, Colombia, la explotación infantil indígena va en aumento y se suman a su explotación cuestiones de discriminación, deterioro de usos y costumbres, vulneración de su identidad y su salud tanto física como mental. Y por si fuera poco, gracias a que México es uno de los cinco paraísos de explotación sexual infantil en el mundo –de acuerdo con la organización Save the Children–, bueno, el panorama es desolador. “Manuelito” es uno más de los millones de niños que sufren las consecuencias de décadas de modelos económicos fallidos, de luchas políticas estériles –millones de pesos gastados en campañas políticas cada vez menos creíbles y legítimas– y de la indiferencia de una sociedad cada vez menos empática y solidaria. De nada sirve que del DIF equipen a la familia con una papelería con todo y fotocopiadora –es justo lo que les darán debido a que se encuentran cerca de la preparatoria local– o que los depredadores televisivos le obsequien una lana y una bici al niño, usufructuando de manera vil con la desgracia del niño. Sin duda son meros paliativos para la terrible enfermedad social que rodea a millones de niños. Una sociedad que no cuida a su infancia, tendrá un futuro terrible; no lo hicimos en el pasado y hoy vemos las consecuencias. ¡Genial!