Unos libros de empastado verde y títulos negros con dorado, cuya editorial ya he olvidado y que se encuentran en la casa materna, fueron mi iniciación a las novelas de aventura. En esas hojas ahora amarillentas conocí a Tartarín de Tarascón, de Alphonse Daudet (1840–1897); el Cyrano de Bergerac, de Edmond Eugène Alexis Rostand, o simplemente Edmond Rostand (1868–1918); Robinson Crusoe, de Daniel Defoe (c. 1660–1731) y, por supuesto, a Sandokán, el tigre de Malasia, escrito por el italiano Emilio Salgari (1862–1911); controvertido novelista cuyo aniversario luctuoso se conmemora el día de hoy, 25 de abril.
Dudo mucho que los adolescentes que en la actualidad se maravillen con las aventuras de piratas, corsarios, espadachines o individuos perdidos en islas exóticas. Efectivamente los tiempos han cambiado y hoy resultan mucho más interesantes los viajes en el tiempo o las clonaciones de dinosaurios que pueden dar lugar a fantásticos animales o seres humanos con poderes sobrenaturales. Estamos viviendo la época de los súper héroes que ya no se disfrutan en las hojas de los libros, sino en el cine, los “videojuegos”, las computadoras y la televisión.
No se trata de criticar. En efecto resulta particularmente dudoso que los personajes de novelas antiguas, abrazaran en la totalidad de su naturaleza, un distintivo carácter pletórico de nobleza, magnanimidad, bondad y ética. No debemos sorprendernos de las superlativas cualidades que nos marcan los seres que emocionan a los niños y adolescentes de estos tiempos. Pero lo que sí resulta extraordinario son las realidades que tuvieron que vivir, individuos que enfrentaron tragedias y en una lucha sin cuartel tuvieron que retar a la adversidad sin armas poderosas ni poderes fantásticos para salir adelante, malamente cobijados por su amor al arte y la incomprensión social.
En un artículo publicado en La Jornada Semanal en 2002, Roberto di Caro (1) afirma que Salgari era alcohólico, hosco, perverso y “probablemente sifilítico”. En otro párrafo le adjudica otros calificativos no menos severos, como mentiroso, despilfarrador irascible y antisocial. También afirma que tuvo un amor enfermizo por una actriz llamada Ida Peruzzi, con quien se casó y de quien asegura que era caprichosa, escandalosa, exuberante e indiferente a los convencionalismos sociales, además de alcohólica, sifilítica y ninfómana.
Estos adjetivos extremadamente escabrosos contrastan con elogiosos atributos como un escritor fuera de serie y expresiones que llegan, incluso, a lo genial, en todos quienes admiramos su hermosa capacidad imaginativa.
Esta dualidad puede coincidir en un denominador que podríamos definir como común, pues Emilio Salgari fue un ser humano que vivió una existencia más compleja que sus novelas de aventura.
Su padre se suicidó en 1889, cuando el joven apenas tenía 27 años de edad. Dos años después se casó con la actriz Ida Peruzzi, cuando ya era reconocido como un escritor bastante popular. Nació su primera hija en ese año (1892); después Nadir (1894), Romero (1898) y Omar (1900). Sin embargo, ya para ésa época, la situación económica le era particularmente difícil, pese a que él trabajaba tenaz e infatigablemente, logrando que sus editores imprimieran hasta 100 mil ejemplares de sus textos por cada tiraje. Esto comenzó a desequilibrarlo emocionalmente, culminando con el internamiento de su esposa en un hospital psiquiátrico. Desesperado por no poder pagar una clínica particular teniendo qué depender de un manicomio, bajo el ritual japonés seppuku (mejor conocido como harakiri), se abrió el vientre con una daga y luego se cortó el cuello muriendo desangrado el 25 de abril de 1911.
Cuando el cadáver fue hallado, tenía tres cartas que describen con precisión lo que estaba sufriendo al momento de terminar con su vida. Una para sus hijos decía: “Mis queridos hijos: soy un vencido. La locura de su madre me ha destrozado el corazón y todas las energías. Espero que los millones de admiradores míos, que por tantos años divertí e instruí, se ocupen de ustedes. No les dejo más que 150 liras, más un crédito de 600 liras… Entiérrenme por caridad como alguien completamente arruinado. Los besa a todos con el corazón sangrante su desgraciado padre Emilio Salgari”. Otra carta es dirigida a los diarios de Torino, lugar del suicidio: “Vencido por las penas de todo tipo, reducido a la miseria a pesar de la enorme masa de trabajo, con la esposa loca en el hospital, a la que no puedo pagar la pensión, me mato. Cuento con millones de admiradores en cada parte de Europa y también en América. Les ruego, señores directores, abrir una suscripción para sacar de la miseria a mis cuatro hijos y poder pasar la pensión a mi esposa hasta que esté en el hospital. Con mi nombre debía esperarme otra fortuna y otra suerte”. Y la última que va para sus editores: “A ustedes que se han enriquecido con mi piel, manteniendo a mí y a mi familia en una continua semimiseria o aún peor, les pido solamente que por compensación de las ganancias que les di os ocupéis en los gastos de mis funerales. Los saludo rompiendo la pluma. Emilio Salgari”.
El diagnóstico psiquiátrico puede ser complejo desde el punto de vista médico, pero en términos humanos, Emilio Salgari fue víctima indudable de la incomprensión, la explotación, la insensibilidad y una brutal desconsideración. Esta razono que fue, definitivamente, la última de sus enfermedades.
Referencia:
1.La Jornada Semanal, domingo 6
de octubre del 2002; núm. 396