En el año 2001, en el marco de la Marcha del Color de la Tierra, el subcomandante Marcos contó a los intelectuales un relato que hacía eco de las concepciones políticas del zapatismo. El personaje del relato, un indígena, pregunta a un grupo de “especialistas” qué es lo que juegan. Alguno de los presentes le responde con desprecio que jamás podría entenderlo y le da la espalda. El indígena se queda observando el tablero, los movimientos, y las maniobras de aquellos sujetos. Al cabo de un rato nota que los “especialistas” juegan a lo mismo, repiten fórmulas y celebran lo bien que siguen las instrucciones del manual. Se acerca inconforme y les pregunta: “¿Para qué juegan si ya saben quién va a ganar?” Molestos, los jugadores le responden que no lo entendería, que aquel juego era algo que no lograría comprender nunca. En silencio el indígena se repliega y vuelve para azotar una bota enlodada en el tablero. Los “especialistas” lo miran desconcertados y furiosos. Él sonríe mientras revira la pregunta: ¡¿Jaque?!
Contra el juego del poder; contra lo hermético, predeterminado y obsoleto, los pueblos originarios agrupados en el CNI, junto con el EZLN, han decidido proponer otras reglas, otros modos y otra visión de lo que es el ejercicio político. En un despliegue de formas y sentidos “muy otros”, estos pueblos han nombrado un Concejo Indígena de Gobierno que aspire a contender en las elecciones federales de 2018. El Concejo tendrá como vocera y representante a la mujer indígena nahua, María de Jesús Patricio Martínez. Ella dará voz al Concejo, quien a su vez dará voz a los pueblos.
Sin embargo, se ha dejado claro que la propuesta apunta más allá, a otra cosa, a aquello que siempre falta, y que no cabe en los discursos oficiales o en las campañas electorales. No se busca contender por votos o puestos administrativos, sino organizar la dignidad y la resistencia del abajo, azotada por la muerte que trae el despojo. Se busca articular la lucha más allá de tiempos o coyunturas electorales, así como dar voz y presencia a los pueblos que conforman el México profundo.
El tablero está puesto de nuevo, y ante el peligro de que las piezas del poder de arriba se sigan moviendo en contra de la vida, los pueblos han pasado a la ofensiva. De este lado la esperanza no es un slogan de campaña, sino el impulso, junto con la dignidad, de ese otro mundo posible y necesario, en tiempos en que el neoliberalismo parece matar todo a su paso. En el antagonismo en que estamos inmersos, en la contradicción fundamental entre vida y muerte que representa el gran proyecto del despojo, la dignidad que emana de los pueblos originarios alumbra el camino y cuestiona nuestros pasos, nuestros tiempos y nuestros juegos. Se apuesta por un mañana nuevo, distinto, “otro”; donde la democracia, la libertad y la justicia signifiquen plenamente lo que prometen.
El indígena regresa después de un tiempo. En realidad no se fue nunca, ese fue solo un cuento de los medios. A pesar de que para ellos pasó de moda, su reloj marca el tiempo justo y necesario, el tiempo lleno de la fiesta y la rebeldía. Entonces se muestra ante los sujetos que lo despreciaron y resulta que estos notan, asustados, que no está solo, que son muchas las voces y las presencias que le apoyan. Que con él piensan, que con él resisten, que con él ponen de nuevo la bota sobre el tablero, ahora con más firmeza, con más lodo, con más huellas dejadas, con más caminos recorridos; y que con él ya no solo cuestionan, sino afirman: ¡Jaque!