Sevilla, 8 de julio de 1982. Un antecedente había del duelo germano–galo que se avecinaba: en 1958, Just Fontaine anotó cuatro veces en la meta del alemán Kwiatkowski y Francia venció 6–3 a Alemania en la disputa por el tercer puesto de Suecia 58. Desde entonces, nadie ha vuelto a marcar semejante cantidad de goles en el portal teutón. Además, contemplado en perspectiva, el historial de los albinegros resultaba mucho más rico que el de los bleus. De modo que, por muchas reservas que hubiese suscitado hasta ese momento el desempeño de la Selección de Jupp Derwall, muy pocos esperaban que el alegre y desenfadado estilo francés, apoyado en un medio campo de enorme creatividad y clase –Tigana, Giresse, Platini y Genghini– hiciera mella en el acero germano, templado en toda clase de batallas.
Con esa convicción jugaron en principio los alemanes, y poco tardó el pequeño pero hábil Littbarski en poner a funcionar la pizarra, al rematar sobre la marcha y desde el borde del área un rechace del arquero Ettori, que había salido a los pies de Klaus Fischer (17’). Pero Francia no se amilanó, pasó al ataque y, de penal, Platini lograba la igualada: el abrazo y derribo de Foerster a Rocheteau fue indiscutible (27’).
Empezó entonces un nuevo partido, que los tudescos intentaban inclinar a base de fuerza, mientras los galos procuraban torear sus embestidas con un arte diríase que de inspiración andaluza. Tocada así en su vena más sensible, Sevilla empezó a inclinarse por el bando tricolor. Pero el tiempo transcurría y, pese a lo movido e interesante de la contienda, el balón no entraba en ninguna de las dos porterías.
Hubo, sin embargo, una jugada que marcó el destino del cotejo y de la eliminatoria. Ocurrió en el minuto 62 y ha quedado grabada a fuego en la historia de España 82 y del arquero Harald Schumacher. Servido en profundidad por Platini, Patrick Battiston se adelantó a los defensas y elevándose en el aire tocó con suavidad sobre la salida de Schumacher; éste, imposibilitado de interceptar el envío –que saldría a cortísima distancia del palo izquierdo de su meta–, se lanzó de manera brutal contra el francés cuando acababa de rematar y permanecía en el aire, y con la pelota aún en juego –detalle fundamental– lo golpeó en el rostro, dejándolo seriamente conmocionado (de hecho, Battiston tuvo que ser hospitalizado de urgencia). Era penalti y el árbitro Corver, de Holanda, nada marcó. Toni Schumacher siguió en la cancha y, en la tanda de desempate, sería factor de la victoria alemana.
La conmoción del drama no detuvo el bordado francés. Y justo al minuto 90, el larguero devolvía un cañonazo largo de Amorós. Lo que siguió fue la prórroga más electrizante de la historia. El primer tiempo extra fue para Francia, que no cesaba de tejer un futbol de primerísimo orden y cobró pronta ventaja: Tressor, un extraordinario central negro nacido en la isla de Guadalupe, se tendió para conectar una bolea impresionante dentro del área a medido centro de Alain Giresse (92’); y el propio Giresse, convertido en el hombre del partido porque a su omnipresencia aunaba un toque con ambos empeines verdaderamente exquisito, colocó con precisión milimétrica dentro del arco de Schumacher, por el vertical derecho, un servicio corto de Six, en momentos en que el juego francés semejaba una sinfonía (99’).
Pero una vez obtenido ese 3–1, Francia no se cerró como cualquiera lo habría hecho y continuó atacando, aunque ya con cierta displicencia. Error fatal, porque Alemania siempre es Alemania. Derwall acababa de hacer ingresar a Karl–Heiz Rummenigge, su estrella máxima, marginado hasta entonces por una lesión; y aún fuera de ritmo, el recién llegado se las arregló para anticiparse al cierre del zaguero y tocar con gran precisión, cayéndose casi, un servicio de su lateral Kaltz (102’). El empate definitivo se produjo a los 108 minutos, en un centro desde la izquierda que el rubio Hrubesch devolvió de cabeza al área menor, donde una chilena de Fischer, desde muy cerca, hizo el resto. El estadio trepidaba, pero el empate a tres no se movió.
Entonces, por primera vez en la historia de la Copa, se llegó al desempate por penales. Durante muchos años, el reglamento los había marginado, haciendo prevalecer el antideportivo sorteo, instancia a la que, sin embargo, nunca se llegó. El estadio Ramón Sánchez Pizjuán fue, pues, escenario de un estreno absoluto. Y de la injusta derrota francesa, sin que bastara el abucheo del público sevillano para inhibir la sangre fría de Harald Schumacher.
En principio, los rematadores de ambos equipos cumplieron sin tacha su papel hasta que, en la tercera ejecución de la serie, Ettori atajó el disparo de Ulrich Stielike, lanzado sin mucha convicción. Pero en seguida, Schumacher rechazó el tiro de Six, y como tanto Littbarski como Platini y Rummenigge acertaron, procedía la muerte súbita. Y ahí, Schumacher, sobre su derecha, evitó que el lanzamiento de Bossis llegara a la red, cosa que Ettori no pudo impedir cuando Hrubersch remató abajo a su izquierda, a rozar el poste y resolver la eliminatoria.
Harald Toni Schumacher seguiría siendo el titular de la portería alemana en México 86. En ambos mundiales, su equipo llegó a la final. Pero él nunca logró levantar la copa FIFA.
Alemania federal 1 (Littbarski 17’)
Francia I (Platini 27’, de penal)
Penaltis: anotan por ALE: Kaltz, Breitner, Litbarski, Rummenige y Hrubesch. El tercero lo falló Stielike.
Anotan por FRA: Giresse, Amorós, Rocheteau y Platini. Fallaron Six (el tercero) y Bossis (sexto).
Desempate: 54
Alemania: Schumacher; Katz, KarlHeize Foerster, Stielike, Briegel (Rummenige, 97’); Bernard Foerster, Breitner, Dremmler; Litbarski; Magath (Hrubersch, 73’) y Fischer. DT: Jupp Derwall.
Francia: Ettori; Bossis, Janvion, Tressor, Amorós; Tigana, Genghini (Battiston, 50’) (López, 63’) Giresse, Platini; Rocheteau y Six. DT: Michel Hidalgo.
Árbitro: Corver (Holanda)
Estadio: Sánchez Pizjuán.