Es inevitable para mi escribir sobre Fidel, porque la mayor parte de mi vida estuve ligado ideológica y emocionalmente a Cuba y todo… por causa de Fidel y los barbudos que hicieron la Revolución Cubana en el principio de la segunda mitad del siglo pasado. Muchos jóvenes de entonces nos sentimos atraídos fuertemente por una revolución que retó al poderío estadounidense con… “la honda de David”, como expresó José Martí en 1895, a las puertas de los Estados Unidos. La revolución cubana concedió en primerísimo lugar una gran dignidad a ese pequeño país del Caribe que los gringos habían convertido en un enorme prostíbulo y centro del tráfico de drogas.
Sabemos bien que los gánsters, asociados con algunos empresarios y políticos estadounidenses, tenían el control de todo, absolutamente de todo en Cuba. Ellos ponían y quitaban presidentes, controlaban el Ejército cubano y despojaban a la isla de todas sus riquezas. Se podría decir que Cuba, hasta finales de los años 50, era solamente La Habana, pues las provincias y ciudades del interior estaban completamente abandonadas pues en la capital se concentraban todo tipo de negocios, legales o turbios y era donde vivían los dueños de los centrales azucareros.
La estatura de Fidel ha sido tal, que durante casi toda su vida y ahora su muerte ha provocado encontradas reacciones, desde quienes lo lamentan sinceramente hasta los que se alegran del suceso. Respecto de Fidel Castro nunca ha habido términos medios: se le quiere o se le odia. Las reacciones de júbilo de algunas personas en Miami, la mayor parte descendientes de exiliados cubanos, nos muestran con su celebración el profundo odio que les inculcaron sus padres, que mantienen y que expresan con sus demostraciones. Por otro lado, los admiradores de Fidel, más viejos que recientes, lamentan la muerte de una figura icónica, el símbolo de una ideología, más que el fin de un personaje histórico. En cualquiera de los dos casos, creo yo, que se trata de torcer el raciocinio para acomodarlo a aquello que tiene sentido para cada quien. La razón brilla por su ausencia y da paso a la pasión.
“La historia me absolverá” es la histórica frase de Fidel, la cual constituye el núcleo de su alegato ante los magistrados del tribunal, asumiendo su propia defensa con motivo del proceso que se le instruyó por el asalto al cuartel Moncada y es la Historia, con mayúsculas, la disciplina que deberíamos invocar para poder entender lo que ha significado Fidel y la Revolución Cubana para Cuba y América Latina, principalmente, y seguramente para el resto del mundo. A despecho de la polémica de los historiadores respecto de la sentencia de Cicerón de que “la historia es la maestra de la vida”, yo creo que en todo trabajo historiográfico subyace una intención de enseñanza.
Fidel ha muerto, pero su inmenso legado seguirá inspirando los deseos de muchos para cambiar aquello que impide al ser humano tener una vida digna y plena. Otras personas buscarán algún otro en quien descargar su odio y sentirse a salvo mientras tanto. La controversia respecto de Fidel Castro y sus acciones resulta inevitable, pero rechacemos discutir con quienes solamente son “hechuras de la televisión”. El mundo seguirá sin Fidel y nosotros aún aquí… en el mientras.