Viernes, abril 26, 2024

Cesaropapismo

La revista Letras Libres ha dedicado su más reciente número a la defensa del liberalismo. Se supone que en México, con el triunfo del populismo, la libertad está en peligro. LL nos propone entonces el debate entre liberales y populistas. Leyendo los artículos dedicados a ello vemos que en la historia real, no en el mundo de las ideas, los extremos se tocan y a veces se transfiguran. “Liberal no es sinónimo de democrático ni populismo es sinónimo de autoritario”, por ejemplo. ”No toda la izquierda es populista ni toda la derecha es liberal”, son algunas de las frases de los autores que nos previenen de no andar buscando etiquetas fáciles.

Uno de los artículos propone que la ocasión podría ser útil para pensar otro liberalismo…“para identificar y promover las oportunidades tanto democráticas como liberales que puede haber en el correctivo populista del lopezobradorismo”. (Carlos Bravo Regidor y Juan Espíndola Mata). O sea que tienen la esperanza que el populismo de AMLO se puede corregir o atenuar mediante las tradiciones  democrática y liberal existentes en México, tanto como fuerzas encarnadas en las instituciones y en otras organizaciones políticas, cuanto como tendencias que se debaten en el propio pecho de AMLO, me imagino.

Otro autor, Rafael Rojas, escribe que AMLO se define como liberal en tanto que juarista, pero no como defensor de la propiedad individual, sino como cuidador de la soberanía nacional, de la República, de la voluntad popular, de la austeridad y la honestidad. Pero AMLO ha dicho también que se inscribe en la corriente de pensamiento del liberalismo social, es decir, en el liberalismo que recurre a la autoridad del Estado, antes revolucionaria y ahora democrática, para corregir los excesos del capitalismo o del atraso social heredado. El meollo del asunto está precisamente en la invocación a esa autoridad, que no es democrática, puesto que se fundamenta en la justicia social, cuyo representante no es la ciudadanía sino el poder que actúa conforme a lo que le parece justo.

Para esta tendencia no se puede ser liberal sin adjetivos en un país atrasado, porque los individuos no se encuentran en las mismas condiciones de igualdad ante la ley. Por tanto, se dice, existen decisiones que no se pueden tomar democráticamente porque van orientadas precisamente a crear esas condiciones. Mientras la sociedad no esté constituida por individuos en igualdad de condiciones, el Estado tiene que tutelar a los más débiles.

Aquí, en la tutela de los débiles se encuentra la contradicción que casi siempre se resuelve en favor de la autoridad, es decir, la existencia de los débiles justifica que el Estado tome decisiones para su protección, pero si esas decisiones se limitan a mejorar las condiciones de su existencia sin cambiarlas para que ya no sean débiles, entonces la realidad se invierte y la existencia permanente de los débiles se convierte en la razón del poder del Estado para mantenerse por encima del cuerpo social. Los pobres seguirán siendo pobres y el Estado seguirá teniendo una legitimidad no democrática en uno de sus pilares de sostenimiento. En otras palabras, paternalismo asistencial, que funciona como una verdadera ideología de la miseria que asiste a los débiles para reproducirlos de manera ampliada.

Esa legitimidad no democrática tuvo su origen en la revolución para el nacionalismo revolucionario y ahora se pretende que se fundamente en la moral cristiana, por encima de la legitimidad democrática obtenida en las urnas. O ¿acaso se trata de la moral social del liberalismo? Los liberales del siglo XIX construyeron una visión de la sociedad basada en la negación de las comunidades y pueblos  indígenas, así como de aquellos otros pueblos regidos por los derechos  de la tradición. La revolución se hizo contra ese orden social liberal, no en nombre del liberalismo social sino del nacionalismo revolucionario. El liberalismo social se había planteado en otro momento anterior pero  no fue consistente. El nacionalismo revolucionario se abrió al socialismo pero éste también fue derrotado por sus excesos. El nacionalismo se volvió burocrático.

Posteriormente, el neoliberalismo de Salinas quiso recuperar al liberalismo social, por aquello de solidaridad, pero apenas se quedó en el enunciado por la debacle que le siguió. En su continuación tuvo que aceptar abrirse a la democracia electoral dadas las presiones nacionales e internacionales.

El liberalismo de AMLO se fundamenta en la constitución del 17 puesto que todavía contiene los elementos del presidencialismo que le permitirían invocar el interés general de la patria o del pueblo para corregir los excesos del modelo neoliberal, capitalista o moderno, según el caso. En tal sentido embona en realidad con el nacionalismo revolucionario.

Pero existe otra gran vertiente en la conducta de AMLO y es su pragmatismo, que le permite adecuar su discurso según el momento o el auditorio al que va dirigido. Su pensamiento es entonces una ensalada de ideas que va sacando según las circunstancias y que le ha permitido construir un movimiento a imagen y semejanza de esa ensalada.

Mi amigo Joel Ortega, frente a la dificultad de encasillar a AMLO, terminó diciendo en un artículo reciente en Milenio, que eso es imposible y que  en realidad se trata del pejismo. Con buen sentido del humor agregó que, como en el caso de México (o Suiza o Afganistán), cómo él no hay dos.

La decadencia mexicana produjo su cesarismo: un populismo moderado con elementos de nacionalismo revolucionario, liberalismo social, democracia directa, aislacionismo, cristianismo y una pizca de socialdemocracia.

La coexistencia de todos esos valores políticos será definida en función del pragmatismo. Las tensiones entre populismo y libertad no serán las únicas. Habrá que ampliar el debate para incorporar sobre todo a la democracia y a la justicia. Quizá también al cosmopolitismo ausente.

Nuestro cesarismo apenas y empieza. Creo que además del populismo moderado y el pragmatismo habrá otro elemento que terminará por configurarlo, aunque ya tuvimos en la campaña algunas pinceladas. En esta semana se produjo un gran acontecimiento para ello. Me refiero al beneplácito del Papa para trabajar con el régimen, empezando con los ninis. Con ese resorte y la constitución moral AMLO pretenderá  alcanzar su gran aspiración, política y personal: fusionar, en una sola figura, al Presidente y al Sacerdote. Nuestra decadencia nos traerá, no un cesarismo sin adjetivos, sino un verdadero cesaropapismo.

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