Viernes, abril 26, 2024

Nacionalicidio / I

“El delito es el producto de una desorganización

caracterizada por el desempleo, la debilidad

de la estructura familiar, las

escuelas inadecuadas y las

comunidades desintegradas”.

Jock Young

 

Hoy todo lo que huele a nacionalismo, a sentimientos propios de un país, a regionalismos y a costumbres propias está desfasado a grado tal que se le denomina “populismo” y hasta se ha considerado despectivamente en el lenguaje actual como una medida política atractiva para las masas que se encuentran en pobreza; y se sostiene que como medida no es eficaz, que normalmente es propuesta por las corrientes de pensamiento político de izquierda, que provocan mayores crisis económicas. Pero ¿qué es la izquierda y, en su caso, qué es la derecha? Pudiera sostenerse que la izquierda siempre ha apelado por los derechos de igualdad, y que la derecha siempre ha reclamado por los derechos de libertad; por ende, existe una colisión permanente: a mayor libertad, menor igualdad, y a mayor igualdad, menor libertad. A decir del profesor italiano Norberto Bobbio: “La distinción entre derecha e izquierda que durante casi dos siglos –desde la Revolución Francesa en adelante– sirvió para dividir el universo político en dos partes opuestas ya no tiene ninguna razón de seguir siendo utilizada” (Bobbio, Norberto, Derecha e izquierda, Taurus, México, 2014).

Los pensamientos de izquierda y derecha eran dos polos opuestos necesarios para mantener el desarrollo de la humanidad, y eran indispensables como contrapesos para evitar desbocar a la humanidad en una sola posición y, con ello, hacia su propia extinción; sin embargo, a partir de la caída del muro de Berlín (1989) se ha considerado que la desaparición de la URSS, de los países del este de Europa, la escisión que hubo de ellos, representó la pérdida de estos dos polos opuestos. Cayó la posición de izquierda y, por ende, subsistió la derecha; con ello, el sistema económico del capitalismo –en su fase Terminal, dicen algunos; otros le llaman capitalismo tardío o capitalismo financiero– ha permitido que los Estados tengan ante sí la impotencia de afrontar al poder económico, que es el que se desarrolló libremente, pues no es cierto que se haya desplegado la libertad para todos, sino que ésta ha sido sólo de algunos, que es ese poder económico, también mal llamado empresarial, pues en realidad el poder económico no es de las empresas y empresarios nacionales que desafortunadamente están a lo que dicten las corporaciones mundiales, igual que los Estados, que se encuentran en una fase critica de su vida, ya que su actual comportamiento es: “La reducción de los Estados a un papel absolutamente subalterno, su impotencia frente al mercado… Los poderes económicos incrementan su presión sobre el poder político que caiga en el pozo de la corrupción, en el descrédito ante la ciudadanía” (Revelli, Marco, Posizquierda: ¿Qué queda de la política en el mundo globalizado?, Trotta, Madrid, 2015).

De esta forma, observamos, en voz del profesor español D. Innerarity, que la justificación de hacer pequeño al Estado en sus funciones y capacidades se debe a que: “El Estado puede reducir sus acciones si de este modo las optimiza. La retirada del Estado de determinados ámbitos únicamente se justifica en orden al mejor cumplimiento de sus responsabilidades de configuración” (Innerarity, Daniel, El futuro y sus enemigos, Paidós. España, 2009). Por ello, observamos tantas actividades que anteriormente se denominaban estratégicas y que ya no lo son, o servicios que eran públicos y que ahora son concesionados a compañías privadas detrás de las cuales siempre se encuentra una empresa mundial que incluso cotiza en alguna de las bolsas más importantes del mundo; para lograr esto, se requiere de cambios jurídicos como la autorización en la concesión de los centros penitenciarios, de los cuales el profesor colombiano Tocora da un ejemplo: “Lo que le interesa a una empresa de éstas es generar el mayor lucro, para así responderle a sus socios, cotizar en la Bolsa con los mayores valores. Corrección Corporation of América (CCA) es una de las empresas que mejor cotiza en la Bolsa de Nueva York…” (Tocora, Luís Fernando, Política criminal global en América Latina. Mitos y realidades, Argentina, Eudeba 2015).

Entonces, ¿qué le queda a las naciones –como es el caso de los Estados de América Latina–? En realidad, muy poco; la pérdida de la distinción entre izquierda y derecha ha provocado una sola posición hegemónica, más por necesidad que por voluntad, como sostiene Adolfo Pérez Esquivél, Premio Nóbel de la Paz: “El caso más ilustrativo es Colombia, donde hay grandes cantidades de desplazados internos por la presión de los grupos paramilitares. Ahora sus tierras, de las que fueron despojados, se las están entregando a grandes empresas para la explotación minera, petrolera, agroindustrial. El caso de Ecuador, con el caso de Chevron, que huye del país porque la justicia lo condena a pagar millones de dólares por daños ambientales. ¿Y qué hace? Se va a Argentina. Y Cristina Kirchner lo recibe y le entrega las tierras de Vaca Muerta, en Neuquén, para que las explote con fracking” (La Jornada, 16 de abril de 2016). Por ello, los nacionalismos, los sentimientos propios de una patria, los regionalismos y las costumbres propias se encuentran en peligro de extinción. La ausencia de dos polos encontrados ha provocado el nacionalicidio.

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