Hace unos días llegó a las tiendas de video la tan esperada versión para venta de la cinta de George Miller, Mad Max, Furia en el Camino, especie de reelaboración del clásico road movie de los 70 y 80 del siglo pasado, la trilogía de Mad Max, estelarizada por Mel Gibson. La versión de 2015, protagonizada por Tom Hardy y Charlize Theron promete ser a su vez un clásico, no sólo por la sugerente fotografía y efectos visuales, sino por el arte y la trama que pintan a la perfección un mundo decadente, crudo y hostil. Y aunque sin duda se asoman nuestra moral occidental presente, nuestra concepción del mundo en voz de los protagonistas –no deja de ser un producto para Hollywood, los gabachos y todo el entorno occidental– y un toque de ingenuidad, hay mucho del universo que Miller quiso retratar en la primera versión en 1979. He de decir, como nota aparte, que me pareció muy peculiar el que varias personas se sintieran poderosamente atraídas por la cinta y el caos reinante en ese universo cuando sus vidas son de caramelo y lo que más les preocupa es lo que se pondrán el día de mañana o si van camino al liderazgo prometido por sus mundillos de niños y niñas “bien” preocupados por el futuro. Obvio es que no vieron las tres primeras cintas, que nunca se preocuparon por entender el interesante mensaje detrás de ellas y mucho menos reflexionaron un poco por el entorno agreste en que nos encontramos; por el contrario se instalaron en el discurso visual de una postmodernidad dudosa y hasta hicieron chistes sobre el desabasto de gasolina Premium en el país lo que estaría anunciando la llegada del fin del mundo… Acaso sea que se pone de moda el discurso decadente y entonces es “Cool” pensar la destrucción del mundo. Modas pasajeras, en un mundo que demanda reflexión. Sin duda a los hombres de finales de los setenta les preocupaba a dónde caminaría la sociedad si seguía decayendo de la manera en que lo hacía, especialmente a nivel local –en este caso Australia– donde se impone la delincuencia, el desparpajo y el caos. Hoy, varias décadas después, vemos que la preocupación sigue presente y el discurso en múltiples cintas y series de televisión gira en torno al apocalipsis y sus consecuencias.
Se han ido sucediendo una a una películas en este sentido: Guerra Mundial Z (2013), Oblivion (2013), El Libro de los Secretos (2010), El Camino (2009), basada en la novela de Cormac MacCarthy, la estupenda animación 9 (2009), precedidas por la fenomenal Exterminio, de Danny Boyle (2002), la sugerente Soy leyenda (2007) y la enorme 12 Monos (1995). En televisión tenemos la exitosa serie The Walking Dead que inició en 2010 y que se encuentra en su sexta temporada. En esta serie, abundan las referencias al sentido humano y moral de los protagonistas, especialmente del personaje principal, Rick Grimes (Andrew Lincoln) que es una suerte de boy scout combinado con policía y Capitán América; constantemente se encuentra en el debate entre el bien y el mal producto de la terrorífica y estresante situación en la que viven. Me encuentro muy interesado en la serie, pues sólo había aparecido el tema en el cine y es difícil plantear todas las aristas de una situación tal en tan sólo dos horas. Pero más allá de que se trate de una serie que vale la pena revisar por sus atributos televisivos, es menester comprender las razones del tema apocalíptico representado por zombis. Quizá se quiere jugar con la idea de que el grueso de la población en nuestro mundo actual vive fuera de la realidad, medio muertos, medio vivos, sin que les importe un pepino el mundo que les rodea y mucho menos las afectaciones de los otros: son simples zombis que medianamente respiran. El beneficio propio sobre el colectivo bien que se ajusta a lo que nosotros vivimos. Por otro lado, la idea de que el ser humano es el enemigo a vencer es fundamental en este discurso, aun cuando se encuentren rodeados de zombis devoradores de carne humana, hay que cuidarse de los vivos, que han perdido todo tipo de sentido moral.
La serie presenta escenas perturbadoras y grotescas, muy al estilo del género: puro gore, sangre, tripas, cabezas que estallan, miembros cercenados… Sin embargo, no necesitamos esperar a que llegue el Apocalipsis zombi para ver estas escenas ya que más allá de ficciones, constantemente vemos en nuestras noticias las atrocidades cometidas por la delincuencia organizada o por algún gobierno represor de cualquier tamaño. Ayotzinapa, Tlatlaya, la larga serie de feminicidios en Puebla y otras entidades, la interminable lista de muertes relacionadas con la lucha contra el narco desde el sexenio calderonista, todos son ejemplos que pudieran estar en películas de este corte… Sin duda, el discurso va más allá de la ficción y se instala en la vida cotidiana. No extraña, como se ve, que exista una fascinación por los zombis come cerebros; no extrañan tampoco los vicios y la falta de valor de la vida humana vistos en estos productos visuales, pues el ser humano se come al mismo ser humano y lo desecha cual excremento. No hay más que decir, la realidad de nuestro mundo cotidiano es apocalíptica aunque imagino que algunos dirán que todo se queda en la pantalla; no obstante, tal ingenuidad y molicie nos han llevado a experimentar uno de los momentos más sangrientos en este país tan afectado por la violencia y la decadencia. No se trata de que el fin de la humanidad será contundente; por el contrario, nos iremos apagando de manera pausada, dolorosa y cruel… depresión total.