Hace unos días, la Unión Europea anunció el diseño de una campaña para atacar a las mafias de tráfico de personas que operan desde Libia y que requeriría el apoyo de la OTAN en labores de inteligencia. “El éxito de la operación…–según informa el diario español El País en su edición del 12 de mayo– dependerá en gran medida de las labores de inteligencia, un terreno en el que Bruselas se plantea pedir colaboración a la OTAN.
La propuesta que debatirán los países el próximo lunes incluye la controvertida destrucción de barcos de traficantes”. Por supuesto, lo anterior generará controversia y es muy probable que tal iniciativa no tenga los resultados que los europeos esperan, acaso porque el problema real no radica en las mafias de tráfico de personas, sino en la agreste situación económica y política en la que se encuentran numerosos países en el orbe, aunado al espejismo que representa Europa como paraíso económico y social para múltiples personas del tristemente llamado “tercer mundo”.
“Rusia, con derecho de veto en el Consejo de Seguridad –al igual que el resto de miembros–, ya ha expresado su rechazo a este concepto –sigue reportando El País–, lo que podría obligar a la UE a retirarlo del documento para obtener el apoyo de Naciones Unidas.
Barcos, depósitos de combustible e instalaciones para la embarcación de personas figuran entre los activos que el servicio exterior europeo contempla destruir. Todo ello requerirá ‘una amplia gama de capacidades aéreas, marítimas y terrestres’ por parte de la UE, aunque en ningún caso habrá tropas de tierra”.
Lo dicho, acciones que pretenden dar solución a la problemática, pero que plantean meros fuegos de artificio que no llegarán a nada.
La situación llegó a niveles de ridículo y alarma hace unas semanas cuando escuchamos las noticias en torno a naufragios multitudinarios donde cientos de personas perdieron la vida.
Por supuesto, Europa cayó presa del terror y decidió encarar la situación con acciones que francamente me desconciertan; en lugar de evitar la demanda y la oferta relacionadas con el empleo y la situación de pobreza de la que derivan, pretenden destruir a los mafiosos intermediarios –indudablemente fuera de la legalidad– que llevan a estos migrantes para cumplir su sueño de trabajo en países donde hay paz y con la posibilidad de mejorar su existencia y la de sus descendientes de paso. ¿Nos suena conocido? ¡Claro!, es justo lo que buscan muchos de nuestros connacionales en Estados Unidos –sí, también escapando del clima de violencia e inseguridad en el que se vive actualmente en México.
Por supuesto, no se trata solamente de eliminar a esos delincuentes, sino de paso evitar que crezcan y lleven más migrantes de los que esos países están dispuestos a recibir. Porque les guste o no, necesitan de esos migrantes y del invaluable trabajo que realizan en esas latitudes en que las tasas de crecimiento poblacional suelen ser negativas y donde la necesidad de trabajadores que incentiven la economía es crucial pues la base que alimenta el sistema de pensiones será inexistente en los próximos años.
Es necesario hacer ver la hipocresía detrás de las palabras de muchos de estos líderes que hoy ven en la fuerza de las armas, la solución al problema de la migración y, después de hacerlo, poner énfasis en la necesidad de aceptar esos migrantes mediante programas claros de trabajos temporales o permanentes, acompañados de constantes campañas que combatan los crecientes sentimientos xenófobos y racistas en Europa.
El problema es más complejo, empero, y se suma al tráfico de sustancias prohibidas –tanto naturales como sintéticas–, a la trata de personas para su explotación sexual –muy en boga hace unos años con mujeres y niños de Europa del Este– y a la creación y alimentación constante de guetos en esos países lo que a la larga genera identidades encontradas y conflictos evidentes. Es un hecho que muchos europeos suelen ignorar deliberadamente estos problemas pues se les hace más fácil hacerlo que enfrentar la realidad cada vez más contrastante en las ciudades.
Hace varios años, durante mi estancia en España, el número de indocumentados africanos provenientes especialmente del Sur del Sahara iba en aumento y se veían muchos de ellos en lugares como la Puerta del Sol dedicados a la venta de piratería y productos chinos de contrabando.
Se les denominaba en esa época “manteros” pues traían en mantas la mercancía para poder levantarla rápidamente ante las constantes redadas. Me tocó presenciar algunos operativos para recogerles la mercancía, arrestar a los que se pudiera, y deportarlos con la menor dilación y eran desproporcionados.
Allá por 2002, Romano Prodi, presidente de la Unión Europea, comentó en un discurso dado en la Universidad de Lovaina “el Mediterráneo existe como realidad humana, social e histórica: una realidad que impone de manera cada vez más apremiante intervenciones atrevidas y proyectadas hacia el futuro lejano”.
Dichas intervenciones vendrían destinadas a los acuerdos de libre comercio, pero no contemplaban el pandemonio que se les venía unos años después.
Los europeos tienen que pensar en soluciones a largo plazo, incluyentes y edificantes de un mundo mucho mejor para Europa, el Mediterráneo y sus migrantes. He ahí el dilema.