Recuerdo el trabajo de tesis que hace varios años Lourdes Alvarado, una buena amiga y colega de la comunicación, presentó en su examen profesional, en el que mostró la forma en que las producciones cinematográficas reflejan la realidad. Para realizar su análisis, recurrió a dos películas: Los olvidados de Luis Buñuel, publicada en los inicios de los años 50 del siglo pasado, y Amores Perros de Alejandro González Iñárritu, que vio la luz en el año 2000. En ambas obras, se puede apreciar la manera en que habitualmente viven algunos sectores de la población mexicana y cuyo drama está determinado por una situación política, económica y social concreta, de tal modo que lo que viven los personajes, es paralelo a lo que viven las personas en ese preciso momento histórico.
Este reflejo cine–realidad me evoca a lo que Octavio Paz escribía en el Laberinto de la Soledad: “El adolescente se asombra de ser. Y al pasmo sucede la reflexión: inclinado sobre el río de su conciencia se pregunta si ese rostro que aflora lentamente del fondo, deformado por el agua, es el suyo”. Este mismo asombro le sucede al espectador al ver a la sociedad en la que vive reflejada al desnudo en el celuloide; no hay mayor crítica que la que se hace a uno mismo, a lo propio. Evidentemente no todas las producciones cinematográficas provocan esa reflexión, hay productores y directores que se casan con la idea mercantilista del boom comercial y evanescencia que permea a la industria del espectáculo.
Si algunas obras de arte son capaces de provocar profundas reflexiones y en muchos casos situaciones incómodas para ciertos grupos en el poder, los artistas son capaces de revolver conciencias –y la ira de uno que otro estómago– cuando expresan sus opiniones y críticas sobre la podredumbre que prevalece en las estructuras de poder, la incapacidad del Estado para resolver problemas graves, los actos de corrupción ventilados por la prensa… su voz ruge desde lo alto de la fama y logra lo imposible para el ciudadano de pie: ser escuchado. Esto mismo sucedió el pasado domingo en la 87ª entrega de los premios Oscar cuando el cineasta Alejandro González Iñárritu pronunció su breve discurso de agradecimiento al recibir el Oscar a la mejor película por Birdman tocando dos puntos sensibles: desear que los mexicanos construyamos el gobierno que merecemos y pedir el reconocimiento de los inmigrantes.
Estas breves pero contundentes palabras causaron evidente molestia en los conservadores estadunidenses, quienes se aferran a negar la contribución de los inmigrantes en la construcción de su país y se la viven pensando que aún son herencia directa de los conquistadores británicos, y también a la estructura priista que salió a la defensa del gobierno que encabeza uno de sus militantes, Enrique Peña Nieto, con el siguiente mensaje publicado en Twitte: Coincidiendo en el orgullo mexicano, es un hecho que más que merecerlo estamos construyendo un mejor gobierno. Felicidades #GonzálezIñárritu.
¿Será que para ellos un mejor país consiste en uno donde asesinan periodistas, donde desaparecen estudiantes, donde son golpeados y criminalizados quienes se manifiestan, donde se vive en una situación precaria? Tal vez su mundo no es precisamente el nuestro.