Prácticamente nadie recuerda los extraordinarios sucesos que se dieron en el denominado “incidente del equinoccio de otoño”, entre el 25 y 26 de septiembre de 1983, cuando el militar soviético Stanislav Yevgráfovich Petrov (Rusia, 1939), literalmente evitó una conflagración nuclear que hubiese acabado con la vida en la tierra y que se debe conmemorar el día de hoy.
La historia es digna de ser rescatada por una serie de factores que además de aleccionadores, son instructivos, formativos, ilustrativos y ejemplares, por la trascendencia de una decisión tomada en el momento preciso por la persona indicada.
Mucha gente cree que el periodo de mayor riesgo para provocar una guerra atómica se dio con la hoy conocida “crisis de los misiles en Cuba”, cuando en 1962 fueron descubiertas, por parte de los estadounidenses, bases militares soviéticas en territorio cubano.
La narración de este conflicto, el 15 de octubre de 1962, en la que fotografías aéreas del avión espía U–2 mostraban efectivamente instalaciones nucleares rusas en Cuba y que terminó su periodo más crítico con el anuncio de su desmantelamiento y regreso a la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) casi dos semanas después, no merece tanto la atención, desde mi particular punto de vista, pues ésta fue una crisis esencialmente política, que se desarrolló con relativa lentitud; algo totalmente distinto a lo que vivió Stanislav Petrov a las 00:14 horas del naciente 26 de septiembre, cuando un satélite soviético dio la alarma de que un misil balístico intercontinental había sido lanzado desde la base militar aérea en Malmstrom, Montana, Estados Unidos, y que con dirección a la URSS llegaría en unos 20 minutos.
Stanislav Petrov, que estaba a cargo del búnker Serpukhov–15 (que constituía un centro de inteligencia militar desde donde se coordinaba la defensa aeroespacial rusa), debía alertar a sus superiores de inmediato para el inicio de un contraataque con armamento nuclear. Al principio, el teniente coronel Petrov dedujo que se trataba de un error, pues no era lógico que los estadounidenses lanzaran un único misil, corriendo el riesgo de recibir, como respuesta, un ataque masivo. Pero la tensión alcanzó magnitudes inimaginables cuando el sistema indicó que otros cuatro misiles se acercaban a la URSS.
Era ya obligatorio que el militar diera de inmediato la alarma; pero conociendo que las computadoras podían tener fallas, con una frialdad indescriptible, decidió mantener su postura hasta que, varios minutos después (que para todo el búnker representó una verdadera eternidad) se corroboró que todo había sido efectivamente un error del sistema satelital ruso OKO, por una extraña conjunción astronómica entre la tierra, el sol y la posición del satélite.
Produce verdaderos calosfríos imaginar si la decisión de Petrov hubiese sido contraria. El caso es que, cuando lo cuestionaron sobre por qué no había dado la señal de alerta, simplemente contestó: “La gente no empieza una guerra nuclear con solo cinco misiles”.
Lo paradójico del asunto es que el alto mando militar de la URSS, lejos de reconocer la meritoria decisión del teniente coronel, lo degradó por “haber desobedecido lo indicado en manuales”, además de deshonrarlo a un puesto de mínima responsabilidad “por no haber estado a la altura de las circunstancias” ese 26 de septiembre. Finalmente, al considerar que sus decisiones habían sido erróneas, no solamente lo castigaron, sino que ocultaron el incidente, tratando de borrarlo de la historia.
Sin embargo, el 21 de mayo de 2004, es decir, 20 años y siete meses después, la Asociación de Ciudadanos del Mundo (Association of World Citizens) le otorgó merecidamente el premio World Citizen Award o en español, “Premio al Ciudadano del Mundo”, que consta de un trofeo y mil dólares; cifra risible a lo que podría haber sucedido si hubiese estallado una conflagración atómica mundial.
En enero de 2006, Stanislav Yevgráfovich Petrov recibió otro homenaje en la sede de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y en 2008, nuevamente un reconocimiento y un segundo premio, que se plasmó en un documental llamado “The Red Button & The Man Who Saved The World” (El botón rojo y el hombre que salvó el mundo).
Aunque hoy vive solo en un departamento ubicado en Friázino, a unos 40 kilómetros de Moscú, pensionado, olvidado por el mundo, ante cualquier entrevista que le hacen siempre responde con sencillez y humildad: “No hice algo más allá de lo que debía”.
Francisco VI, duque de La Rochefoucauld (1613–1680) desde su filosófico punto de vista afirmaba: “No son héroes los desesperados, sino los que en plena serenidad y juicio prosiguen un camino trazado y avanzan, sin que se precipite su pulso ni se enardezca su sangre”.
En la sabiduría de la discreción, no mencionó el incidente ni a sus familiares, de modo que cuando su esposa, 10 años después se enteró de que algo había sucedido a raíz de su conducta verdaderamente trascendente para la historia mundial y donde su esposo era el protagonista, le preguntó ¿pero qué fue lo que hiciste? A lo que Stanislav Yevgráfovich Petrov respondió simplemente… “¿Yo? No hice nada”.