México se encuentra desolado, la ciudadanía continua desarropada por sus representantes, mientras que ellos se encuentran enriquecidos y soñadores, en una silla congresista. No es casualidad que las numerosas crisis institucionales del Estado pacten un retroceso infranqueable de nuestro país. No es casualidad tampoco que la República Mexicana no avance lo que debería y que en muchas veces retroceda. La actual administración, como en las pasadas, busca gobernar sin reformar a fondo, y hoy los mexicanos nos hemos dado cuenta de ello; años más de lo mismo.
Las diferentes reformas constitucionales –en telecomunicaciones, hacendaria, energética, fiscal, educativa y política– que hoy se encuentran en el quehacer de las cámaras parlamentarias, premian a los grandes poderes, una suerte de deuda hereditaria por parte de los poderes legislativo y ejecutivo a los imperios.
La cúpula política se ha encargado de golpear a México en sus vértebras democráticas, incidiendo y sometiendo de manera casi definitiva a los ciudadanos, cerrando la brecha entre las clases sociales; desintegrando a la clase media con el aumento de impuestos, con sus intenciones privatizadoras; en un país desigual, con un norte no sólo de ricos educados y con acceso a las telecomunicaciones, y un sur no sólo de pobres limitados.
Las iniciativas preferentes y las leyes secundarias ausentes son el claro ejemplo de sembrar sin cosechar, de trabajar para asegurar La Silla y no para legislar, de pensar que aprobar es avanzar, sin darse cuenta que los impuestos ya no son sostenibles por la clase media y baja; años más de lo mismo.
Cómo no indignarse cuando la clase media no puede mantener al país, como no indignarse cuando la razón perece ante los spots mediáticos. No han entendido que no es un impuesto al refresco, a la comida chatarra, al alimento de los perros, tampoco al incremento al precio de la gasolina y no creo que sea a los exámenes a los profesores; es la falta de ética y moral de pedirle a quién le robas de manera desmedida y desfachatada que continúe pagando para tus gastos innecesarios e ilegales, es el descaro de obligar a un maestro que realice un examen cuando los poderes representativos duermen en lugares y horas de trabajo.
Ya no es posible acotar los daños a este México. La democracia representativa de esta nación trastoca más allá de lo que se alcanza a percibir, se ha perdido la vida democrática y se ha forjado una sociedad excluida; la cual, ha aprendido muy bien a callarse, a someterse, a sentirse sola dentro de sus fracturas estructurales. Pero que aún teniendo todas las razones para sucumbir tiene todas las razones para seguir luchando; la esperanza democrática no se ha perdido, sexenio tras sexenio los claroscuros políticos nos dan una pequeña esperanza a un mejor porvenir, hay un intento de consuelo en las reformas –para que ayuden y no perjudiquen del todo.
Tenemos algunos, la esperanza de que un día el brazo de la clase alta y el de los representativos se encontrarán con la mano de los pobres y entonces si, ya no serán más años de lo mismo.