Jueves, abril 25, 2024

Pienso luego estorbo (S. Martí)

Al principio y al final, el movimiento de los maestros no ha logrado pasar de un asunto laboral y sindical, que es contra lo que ahora reaccionan al afirmar que la reforma educativa es una reforma laboral
Al principio y al final, el movimiento de los maestros no ha logrado pasar de un asunto laboral y sindical, que es contra lo que ahora reaccionan al afirmar que la reforma educativa es una reforma laboral

¿Qué pasará con el movimiento de maestros?

El descubrimiento de aliados potenciales

Qué ocurrió con el MBMT

¿Qué pasará con el movimiento de maestros?, se pregunta el Jicoténcal.

El Margarito le dice que es una pregunta difícil de responder porque tiene que pensar.

Eso está muy complicado, mi hámster no da para tanto, responde el Tránsito.

Tiene razón el Márgaro, hay que pensar en lo que ocurrió con el movimiento del EZLN o con el Yosoy132, como para darse una idea, señala el Jicoténcal.

¿Qué  pasó?, inquiere el Margarito.

El Tránsito expresa que como escribe Salvador Martí: “Los estudiosos que pretenden averiguar las razones por las cuales la gente se rebela se preguntan por qué, en un momento dado, ésta grita, protesta y se enfrenta al poder. La respuesta no es sencilla”.

El Jicoténcal cree que es posible encontrar una respuesta en el texto de Tarrow, S. (2004). El poder en movimiento. Los movimientos sociales, la acción colectiva y la política. Madrid: Alianza. Ahí se anota que “el planteamiento principal de este estudio es que la gente se suma a los movimientos sociales como respuesta a las oportunidades políticas, y a continuación crea otras nuevas a través de la acción colectiva. Como resultado, el cuándo de la puesta en marcha del movimiento social –cuándo se abren las oportunidades políticas– explica en gran medida el por qué. También nos ayuda a comprender el motivo por el que los movimientos no aparecen sólo en relación directa con el nivel de las quejas de sus seguidores. En efecto, si son las oportunidades políticas las que traducen el movimiento en potencia de movilización, incluso grupos con demandas moderadas y escasos recursos internos pueden llegar a ponerse en movimiento, mientras que los que tiene agravios profundos y abundantes recursos –pero carecen de oportunidades– pueden no llegar a hacerlo… Al hablar de estructura de las oportunidades políticas, me refiero a dimensiones consistentes –aunque no necesariamente formales, permanentes o nacionales– del entorno político, que fomentan o desincentivan la acción colectiva entre la gente. El concepto de oportunidad política pone el énfasis en los recursos exteriores al grupo –al contrario que el dinero y el poder– que pueden ser explotados incluso por luchadores débiles o desorganizados. Los movimientos sociales se forman cuando los ciudadanos corrientes, a veces animados por líderes, responden a cambios en las oportunidades que reducen los costos de la acción colectiva, descubren aliados potenciales y muestran en que son vulnerables las elites y las autoridades”.

Los nuevos movimientos sociales

El Margarito replica con el argumento de un tal Bernard Duerme que declara: Estoy menos convencido por Touraine y Le Bot cuando se rehúsan a designar al zapatismo pos–1994 como “movimiento social” y hablan más bien de “deseo de movimiento social”. A veces, en los análisis de los “nuevos movimientos sociales”, hay una celebración exagerada de lo nuevo por sí mismo… el movimiento zapatista es también una especie de coctel circunstancial de culturas políticas (locales, nacionales, religiosas, indígenas, guevaristas…) en el que domina, hacia afuera, el toque del subcomandante Marcos, vuelto un gran maestro en el arte de hacer de la necesidad virtud. Cuando llegó a Chiapas, Marcos era bastante “cuadrado” en sus concepciones y sus certidumbres. Pero muy rápidamente, primero por el contacto con la realidad indígena preñada por la utopía liberadora de la iglesia chiapaneca, después de 1994 por las varias peripecias del conflicto «de baja intensidad» con la autoridades, el subcomandante se volvió un predicador de la indefinición, de la improvisación y de la adaptación a las circunstancias, con inflexiones más o menos radicales, más o menos incluyentes, más o menos intransigentes. Aunque el objetivo inicial parecía claramente “socialista”, no hay un verdadero “objetivo final” como tal: oficialmente, se trata de construirlo en el camino, está sustituido por un simpático “radicalismo democrático” que logra seducir más que comprometer. Desde 1994, tanto en lo que se refiere al modelo de autonomía para armar en el terreno concreto, como en lo que atiene a las vías de una verdadera democratización del Estado y de la sociedad mexicana, el EZLN ha multiplicado las invitaciones a debatir pacíficamente, a intercambiar puntos de vista, eso en todas las direcciones… sin embargo, una metodología no basta para hacer una política. Si bien el fin ya no justifica cualquier medio, los medios tampoco pueden sustituirse al fin” (disponible en: http://www.cetri.be/spip.php?article106).

El Jicoténcal señala a un tal Julio Patán escribe: “el 132 parece apostar a la desobediencia civil desde ya. El encuentro en Atenco convocó a una pluralidad de organizaciones entre las que se cuentan varias de las más recalcitrantes, del SME a la Confederación Nacional de Trabajadores de la Educación, al Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, hasta sumar trescientas. ¿Qué se decidió como medidas de “lucha”? Bloquear carreteras, “liberar” casetas de cobro, ocupar plazas públicas, tratar de impedir la toma de posesión de Peña Nieto el 1 de diciembre y, llamativamente, “tomar” las instalaciones de Televisa en todo el país el 27 de julio, con la idea de boicotear la trasmisión de los Olímpicos. Rodrigo Serrano, uno de los voceros del movimiento, aclaró en la edición vespertina de Hoy x Hoy, en W Radio (16 de junio), que el 132 sólo había asistido a Atenco como invitado, no como organizador, y que muchas de las decisiones tomadas por la concurrencia, por ejemplo las tomas de instalaciones de Televisa, no las suscribían. La nota del diario Reforma de ese día, sin embargo, consigna intervenciones de estudiantes que contradicen ese desmarcarse. ¿Qué hace el movimiento que borra grafitis y representa a todo el espectro político en esas compañías y en esas maquinaciones? Definirse, quizá. O simplemente revelar su yo profundo, el del enésimo movimiento ciudadano cooptado por la radicalidad, que, esa sí, se organiza bien, en bloque, sin margen para la ambigüedad militante o la disidencia. La ambigüedad perdura: no sabemos quién es 132”

La participación política no convencional

Por eso regresemos a Martí, insiste el Tránsito. En Pienso luego estorbo, escribe que: “Para finalizar, en el plano de la reflexión, es importante señalar el incremento de la participación política no convencional y su conexión  con la política institucional. Ocupaciones, cortes de ruta, sentadas o bloqueos ya forman parte del repertorio que utilizan muchos ciudadanos. El fenómeno es relevante porque este tipo de manifestaciones se produce en el marco de regímenes que garantizan derechos y libertades, y que ofrecen canales normados para vehicular demandas, elegir representantes y fiscalizar políticos. El análisis de estos fenómenos induce a preguntarse qué lleva a los individuos a realizar acciones de protesta. Algunos sostienen que si la participación convencional se basa en una valoración positiva del sistema y supone un apoyo difuso a las reglas establecidas, la participación no convencional se asocia, por el contrario, a la insatisfacción y el rechazo al sistema. De este modo, parecerían configurarse dos colectivos diferentes según su inclinación al sistema. Sin embargo, algunos estudios recientes señalan que actualmente son muchas las personas que recurren a formas no convencionales de acción política sin que ello signifique una oposición a las instituciones, sino más bien una opción táctica”.

El Margarito se queda pensando en lo que ocurrió con el Movimiento de Bases Magisteriales de Tlaxcala y recuerda lo escrito por Veloz Ávila: “en un clima de abierto descontento con el grupo dirigente, al cual se le negaba representatividad, toman fuerza al interior del sindicato la corriente Nuevo Sindicalismo y el Frente por la Unidad del Movimiento Tlaxcalteca, encabezados, respectivamente, por los profesores Prisciliano Molina y Armando Castro Flores, quienes cuestionaron la corrupción de los Comités Ejecutivos Seccionales (CES) al denunciar la existencia de “aviadores”, venta de plazas y favoritismos en las instituciones de educación, propiciados por la estrecha relación del SNTE con las autoridades educativas. Denunciaron también la desprofesionalización del magisterio en el estado ya que, según datos que ellos adujeron, 80 por ciento de la planta magisterial de educación básica carecía de título profesional acreditado oficialmente.

Después de numerosas acciones: marchas (una de ellas hasta el Distrito Federal, del 4 al 7 de marzo de 1994), mítines, plantones (el más importante frente a Palacio de Gobierno), paros parciales, un paro indefinido de labores (con duración de 28 días), tomas de edificios, bloqueo de carreteras y hasta secuestros de funcionarios, el movimiento logra –en junio de 1994, luego de siete meses de lucha– la conformación de una comisión tripartita SEPE–SNTE–MBMT para buscar alternativas de solución al conflicto. Esta vez los principales logros fueron diferentes incrementos en las prestaciones, que en total elevan las percepciones integradas del salario mínimo profesional docente a 3.89 veces el general; además, se obtuvo del Comité Ejecutivo Nacional del SNTE la convocatoria a los congresos extraordinarios seccionales para enero de 1995.”

Al principio y al final, el movimiento de los maestros no ha logrado pasar de un asunto laboral y sindical, que es contra lo que ahora reaccionan al afirmar que la reforma educativa es una reforma laboral. ¿Pos de qué se trata?

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