En una polémica afirmación, en octubre de 2020, el actual presidente de México solicitó a la Iglesia Católica ya la corona española que pidieran perdón a los pueblos originarios de México. Más allá del debate que esto suscitó, la vida cotidiana en las regiones indígenas poco cambiaría si se les pidiera perdón por las masacres y brutalidades sucedidas en los tiempos de la Colonia. El colonialismo acabó, pero como bien ha desarrollado Aníbal Quijano, la colonialidad del poder es la matriz de dominación que se construyó desde tiempos de la Colonia, y que se quedó una vez que fueron expulsados los colonizadores.
Las formas de opresión que continúan expresándose en México contra las regiones indígenas , y que son evidentes en los indicadores de bienestar que se viven en las zonas rurales e indígenas y las carencias de servicios, infraestructura, así como los altos niveles de pobreza y pobreza extrema que viven los pueblos originarios de nuestro país, no necesitan de las disculpas de la Corona española, sino de acciones de reparación que se manifiestan en reformas legislativas, políticas públicas y planes y programas que documentan resarcir los daños que históricamente han producido las formas de discriminación , opresión y despojo sobre la vida y los territorios de los pueblos originarios en México y el mundo.
Habría que comenzar con reconocer la autonomía que mucho han solicitado los pueblos primigenios. La firma y ratificación del Convenio 169 de la OIT, ha sido una constante en nuestro país, independientemente del partido político que lo gobierne, sin embargo, ningún mandatario ha hecho nada de lo que está estipulado en el mismo para garantizar los derechos de los pueblos originarios.
En un contexto complejo como el que se vive en México, donde más del 60% vive en condiciones de pobreza o pobreza extrema, los pueblos y regiones indígenas se encuentran dentro de estos indicadores. Las disculpas de la corona o la iglesia no sirven de nada en tanto no exista un cambio en la concepción racista, discriminatoria y de opresión que sigue teniéndose contra las regiones indígenas, principalmente desde la construcción histórica del mestizaje y los procesos de blanqueamiento que se han dado a través de los años.
Las opresiones que viven los pueblos originarios en nuestro país son resultado de la colonialidad del ser, del poder y del saber, pero también siguen reproduciéndose porque le resulta de utilidad a los grandes capitales, las prácticas extractivistas continúan siendo en las regiones rurales e indígenas de México y el mundo. Son cuerpos y territorios subordinados al capital y despojados y violentados en la lógica de la acumulación de capital.
Los pueblos indígenas, son entidades sujetas de derechos, cuya autonomía debe ser reconocida, respetada y promovida por el Estado, otorgando presupuestos, recursos, espacios de formación, reconocimiento de sus prácticas sociales, económicas, culturales, ambientales, políticas y todas sus formas de organización. Para dejar de infantilizar las regiones indígenas y respetar sus modos de organización social. Este es un reto que el gobierno actual y los subsecuentes deberían optar. Sin embargo, la carencia de infraestructura mínima, escuelas, hospitales, vivienda, alimentación, etc., en las regiones indígenas, sigue siendo un mecanismo de control de los pueblos primigenios. Sigue prevaleciendo la lógica de un pobre=un voto. Sin importar el color del partido, los pueblos originarios, continúan viviendo múltiples formas de opresión que no han logrado desmontarse a través de la historia.
Los pueblos y culturas originarias no deben ser seleccionados piezas de museo o representación folclórica, sino culturas y grupos vivos, dinámicos y constructores de su propia historia, por lo que urge el acceso a recursos y oportunidades para el ejercicio pleno de sus derechos como pueblos y comunidades. Falta la voluntad política que posibilite un proceso de reconciliación entre los pueblos primigenios y los Estados, que históricamente los han dejado fuera del contrato social.