Como pocas veces, al pergeñar esta colaboración me he sentido tan apenado por lo que hacen otros. Esta vez sucedió y lo lamento.
El domingo 1 de septiembre, atendiendo a mi lado masoquista, a eso de las 8:30 de la noche comencé a ver la transmisión que el Canal 11 de televisión hizo en vivo y a todo color del inicio de la primera sesión ordinaria de la Cámara de Diputados, en cuya agenda estaba la aprobación de la Ley General del Servicio Profesional Docente, norma rechazada por los profesores, porque nada tiene que pueda significar un cambio sustancial en aquello que al poder le gusta llamar la “calidad educativa”; la ley tiene, más bien, la pretensión de regular las relaciones laborales en tanto define la forma de ingreso, permanencia, ascenso y retiro de los docentes, con lo cual se desconoce lo estipulado en el Contrato Colectivo de Trabajo y violenta el derecho constitucional de los trabajadores para asociarse en defensa de sus intereses laborales. Como advirtió un diputado, ¿ahora para qué va a servir el sindicato, quién deseará afiliarse a un sindicato que nada tiene que ver en las relaciones laborales?
Sin discusión (o para mejor decirlo, con muy pobres intervenciones de los defensores del proyecto), porque la rehuyeron quienes ya conocían la consigna de como debían votar, y cuando aún faltaban algunos oradores por intervenir, el presidente de la Cámara pidió a los diputados sufragar para saber si el tema estaba suficientemente discutido –lo que realmente resultaba metafórico–, la asamblea de inmediato se pronunció y con una votación que anunciaba lo que sucedería en adelante, decidió cerrar el debate y pasar de inmediato a la votación de la ley.
Así, se procedió a votar, y por 390 votos a favor (de perredistas, panistas, priistas, verdes y panales), contra 69 en contra (del Movimiento Ciudadano, petistas y unos cuantos perredistas), quedó aprobada en lo general la dichosa y punitiva ley.
Hasta ahí, la vergüenza ajena todavía era soportable, con todo y que panistas y priistas se pasaron insultando soezmente a quienes subían a la tribuna para mostrar su inconformidad con el proyecto de ley y ofrecían puntos para debatir y, de verdad, se antojaba el debate. Particularmente se ensañaron con Ricardo Monreal y con un diputado perredista de Guerrero. Tal vez no le perdonaron no votar como ordenaron los Chuchos.
Con encomiable dignidad, la oposición presentó 28 reservas a la ley aprobada y con ello se inició el desfile de quienes las hicieron; había algunas reservas que hacían dudar de la constitucionalidad de algunos artículos, pero estas propuestas y todas las demás que merecían una discusión a fondo, seria, responsable e inteligente para mostrar, si fuera el caso su improcedencia, fueron rechazadas por los promotores de la ley –perredistas, panistas, priistas, verdes y naranjas–, quienes se negaron a discutir amparados en su negociada mayoría, en ese maridaje por interés.
Al concluir la presentación de las 28 reservas elaboradas acuciosamente y que dejaban ver preocupación y lectura del proyecto, el presidente preguntaba si las propuestas se ponían a discusión y, nuevamente, la aplanadora oficial se imponía, el Pacto por México ya había decidido, los parlamentarios nada tenían que parlamentar. Cínicamente, ofendiendo a los diputados que mostraban desacuerdos, jugaron con el futuro de la educación y con eso atentaron contra el futuro nacional. ¡Eso, eso sí, dio vergüenza, me llenó de pena ajena!
¡Ah! El nieto de Elba Esther dijo exaltado: “El de hoy es un día de fiesta para los maestros”. La suerte está echada.