En esta ocasión volveré a dos aspectos que he trabajado en entregas anteriores: el 12vo. Congreso de Mayistas y la generación de conocimiento a través de la creación de categorías de estudio o, en este caso, de la comprensión de una de esas categorías en el pasado preeuropeo maya: la guerra. Desde que se desbloquearon algunas claves para descifrar la escritura maya, gracias a los esfuerzos de especialistas como Yuri Knórosov o Tatiana Proskouriakoff, se eliminó la ingenua idea de los mayas como una civilización pacífica y dedicada a la observación de los astros. Ahora se sabe que a la par de haber desarrollado conocimientos excepcionales en torno al mundo que les rodeaba, su aprovechamiento de la naturaleza en un sentido simbiótico, su arquitectura sin igual y su comprensión de la astronomía, las diferentes culturas mayas, tanto de las tierras bajas como de las altas, desde el periodo Preclásico hasta la llegada de la invasión europea, hicieron la guerra, tal y como lo hicieron también sus vecinos mesoamericanos. Existe evidencia de que tal o cual señor de dicha ciudad, venció a tal o cual señor de otra ciudad; que lo hizo cautivo por varios años y que sometió a su gente y su territorio. Sin embargo, no nos queda claro cómo se hacía y cómo se concebía tal actividad. Claro, se hacen proyecciones desde el momento del contacto con los europeos y lo que ellos registraron, pero no necesariamente lo que vio -y cómo lo juzgó- un fraile o un capitán es lo correcto y, también hay que decirlo, tampoco lo que ve un investigador del presente, desde una formación epistemológica claramente occidental, ya volveré sobre el particular. Pero entonces, ¿cómo podemos concebir a la guerra en estos momentos de nuestra historia?
De acuerdo con la ponencia “Cuando chocan los pedernales se trabaja la tierra” de la investigadora de la ENAH Gabriela Rivera Acosta, -especialista en guerra en la época Clásica maya- expuesta en el simposio “Estudios Interdisciplinarios de los estudios mayas”, trabajo que presencié en el 12vo Congreso de Mayistas en Ciudad de México, no existió en las inscripciones de los mayas clásicos, postclásicos o de fuentes de la Conquista y los inicios del periodo colonial, una palabra que aludiera directamente a la guerra, aunque sí tuvieron forma de denominarla. “De entre ellas, -nos dice la Dra. Rivera- una de las más alusivas, propia de los manuscritos coloniales, fue la de ‘chocar los pedernales’. En este sentido, pareciera que la frase ‘Trabajar la tierra’, la que igualmente fue usada para referir a la guerra, fue una forma retórica para referirse a la misma, como en un principio lo pensé; sin embargo, el fenómeno que refleja esta frase y, objeto de esta presentación, es que en realidad esta es una pista de un fenómeno mucho más complejo ligado a la concepción ontológica de la guerra, la humanidad y el mundo entre las sociedades mayas”. Lo anterior quiere decir, que Rivera vio, después de un concienzudo análisis iconográfico y de fuentes, una más que clara relación entre la actividad de la guerra y la agricultura. Para ella, existe una constante vinculación de los gobernantes con los árboles o las plantas, como la del maíz, principalmente, tanto en la iconografía del Clásico, como en la vida de las comunidades del presente, esto es, que algunos grupos mayas de hoy siguen viendo a sus autoridades como los árboles que de alguna manera sostienen y protegen a la comunidad. “En el mundo mesoamericano -continúa Rivera-, donde los mayas no fueron la excepción, la violencia y la consecuente violencia ritual, era una secuencia metafórica del nacimiento y la creación (Hoopes y Mora-Marín 2009: 292). En un mundo donde la cosecha de maíz era el nacimiento de hombres, la guerra es el momento donde se trabaja/siembra la tierra, para después cosechar hombres. el guerrero exitoso es quien siembra y el guerrero cautivo, la semilla a germinar”.
El que el cautivo sea la simiente, me parece sumamente interesante. Rivera ya ha trabajado otras concepciones vinculadas a la guerra, como es el asunto de la cacería, donde el cautivo sería la presa para sacrificar; empero, establece una lógica concomitante con lo agrícola. “Parece que el cautivo -sigue Rivera- es el sujeto que en el discurso hace más claro este fenómeno. B’aak es un sustantivo que responde a vocablos distintos, pero homófonos: ‘hueso’, ‘cautivo’ y ‘presa’. Es interesante que actualmente en k’iche’ baq ‘hueso’ es homófona a baq’ ‘semilla’ (Christenson, 2012: 166) y en Tz’utijil semilla es jolooma, literalmente pequeña semilla o muk, hueso enterrado (Scherer, 2015: 23)”. Más adelante, la investigadora nos mostró con imágenes de dinteles, retablos, vasos y platos ceremoniales, la forma en que se representaba al señor lo mismo en relación con elementos arbóreos o de maíz, como teniendo a sus pies a los cautivos de los que, según su interpretación, estaría brotando la vitalidad del señor/ guerrero, triunfante en batalla. Claro está que esa victoria estaría garantizando el equilibrio necesario para que las cosechas fueran buenas y la comunidad pudiera alimentarse. Al momento de las preguntas y las respuestas, una académica española (que sólo estuvo en el momento de la ponencia de la Dra. Rivera) le preguntó que cómo es que había llegado a tales conclusiones en un tono que me pareció un tanto confuso pues no identifiqué si es que lo decía con sorpresa por la interesante propuesta o con cierta incredulidad. Tiene lógica que exista cierta reticencia a aceptar propuestas como esta pues tienden a cuestionar lo que “ya se sabía” con respecto a estos temas. Pero ¿realmente se sabe a ciencia cierta esto?
La importancia de la propuesta de Rivera radica no necesariamente en su exactitud o en el rigor de su trabajo -que a juzgar por los recursos que utilizó para elaborar su propuesta, no cabe duda de que existe-, sino en la necesidad que tenemos como académicos de ir generando nuevas discusiones que se adapten a las realidades estudiadas, no sólo en el presente sino del pasado. Cuando escuchaba la ponencia de Rivera, me vino a la cabeza una interesante discusión en torno al concepto de Cosmovisión acuñado por Alfredo López Austin de la que nos dio noticia el Dr. Saúl Millán, catedrático de la ENAH en un curso que llevé en el Doctorado en Estudios Mesoamericanos sobre teorías de la cultura. Se argumentaba que la propuesta de López Austin se basaba en una postura agrícola del pensamiento mesoamericano (interpretación de su definición que juzgué simplista, hay que decirlo); los detractores, entre los que se encontraba el mismo Millán, sostenían que se trataba de una cosmovisión cuyo núcleo sería la cacería de unas entidades sobre otras: el ser humano frente a los animales y las entidades que pueblan el mundo no tangible -por ponerlo en términos más simples- sobre los seres humanos. Encuentro que ambas posturas tienen sus grandes atributos y es mi parecer que, al igual que con la postura de Rivera, la Cosmovisión de los pueblos mesoamericanos incluye ambas perspectivas y muchas otras más. Es frecuente ver que conceptos como civilización, ciudad, Estado, reino, rey, religión, Filosofía, arte y claro, la guerra, son utilizados por académicos -entre los que me cuento, no puedo negarlo- de manera indistinta, no importa si hablamos de una dinastía china, egipcia, de la cristiandad o de Mesoamérica. Por ejemplo, el concepto de “colapso”, tan llevado y traído, pero a su vez, tan discutido recientemente, termina siendo muy cómodo para simplificar un proceso tan complejo como el declive de numerosos señoríos en el Clásico maya. Por lo mismo, no es de extrañar que se piense con respecto a la guerra en términos occidentales, es decir, como se describen las guerras “que conocemos”. Si pensamos en un Alejandro Magno y sus conquistas o en un Hitler con su blitzkrieg cuando concebimos las relaciones entre señores y señoras en épocas prehispánicas, de inmediato nos vendrán a la cabeza estereotipos sumamente erróneos sobre sus conflictos, la idea de sus ejércitos, el ejercicio del poder, sus conquistas, victorias y derrotas y un largo etcétera que no sólo no están claros en los vestigios que quedan, sino que requieren nuevas herramientas tanto epistemológicas como materiales para ser interpretados. ¿Necesariamente hemos de imaginar los conflictos entre los señores de Calakmul y los de Tikal y sus aliados como si fueran las guerras entre romanos y germanos vistos en la película de “Gladiador” de Ridley Scott? ¿Un Ajaw maya puede ser personalizado como un Jerjes o Leónidas en “300” de Zack Snider, así de “sabroso y musculoso”? Sé que se lee exagerado lo que pregunto, pero baste echar un vistazo a la red para ver cómo se personifica a los guerreros “aztecas” o mayas, su físico (más parecido al de Jason Momoa en “Aquaman” que a la realidad) sus armas y batallas. ¿Así eran los cuerpos, las fisonomías? Claro, se podrá argumentar que existen sendos trabajos de grandes pensadores que, aunque de manera tangencial, han hablado del tema. ¿Y eso cómo ha impactado en el conocimiento de las personas no “mayistas”? ¿Dónde está esa gran obra de divulgación producida por las y los que verdaderamente saben que logre sacar a la población de su “error”? ¿En verdad les importa?
Existen ejercicios sobresalientes como el de Noticonquista (página que, por cierto, está caída), espacio de divulgación de la historia de las Conquistas mesoamericanas (especialmente aquella de Tenochtitlan) creado por investigadores de la UNAM entre los que destacan Federico Navarrete a cargo del proyecto y la misma Rivera, colaboradora activa. Por ejemplo, ella afirma en su artículo “Las mujeres que destruyen las lanzas”, que “Las imágenes de mujeres de alto rango social paradas sobre cautivos y portando armas de guerra son llamativas por su peculiaridad y poca recurrencia, pero las evidencias que validan la participación de la mujer como guerrera en los conflictos bélicos provienen del registro escriturario. En él, es posible encontrar mujeres gobernantes como portadoras del título kalo’mte’ –del que hablamos en el Amoxtli anterior–, el cual se traduce como ‘señor que destruye las lanzas’, los ejércitos; título que reconoció al gobernante portador como un exitoso líder militar”. Como se ve, en su estudio existe una propuesta científica basada en la interpretación de evidencias gracias a una sólida formación, equiparable a la de muchos otros renombrados investigadores. Su acento está en hacer evidente lo que no se ha visto o quiere verse y en que pueda hacer justicia a las sociedades que conceptualizaron aquello que se estudia. Son de analizar y celebrar estas nuevas perspectivas de investigadoras e investigadores, jóvenes y no, que están labrando un espacio en el mundo académico que, contrario a lo que pudiera verse desde afuera, es sumamente agreste, competido, envidioso y cerrado. El tiempo dirá.