Una de las enormes ventajas que tengo como investigador y docente, es mi variopinta formación. Gracias a ello, carezco de los enormes prejuicios que muchos colegas, varones y mujeres, tienen desde sus propias disciplinas. Claro está que muchas y muchos no estarán de acuerdo y argumentarán que, para poder ser historiador, antropólogo, arqueólogo, lingüista o literato, comunicólogo o filósofo, entre muchas otras, hay que hiperespecializarse y desdeñar abiertamente el conocimiento brindado por las otras disciplinas. Es como si entráramos a un club del que asumimos colores, prácticas, “valores” y hasta porra y canto de guerra y no hay que abjurar nunca de ello. Como dice uno de mis alumnos más reflexivos de hoy, “eso me da miedo, como si estuviera destinado a ser un clon más de una subespecie destinada a solo citar y citar autores sin poder salir de allí. (…) ¿En verdad esta carrera no es una estafa piramidal de profesores enseñando a futuros profesores por los siglos de los siglos?” Cuando escuché lo anterior, lo reconozco, una amplia sonrisa se dibujó en mi rostro. En efecto, ¿qué tanto nos hemos preguntado como profesores si lo que enseñamos no forma parte de una perversa cadena de disciplinamiento que impide la construcción de nuevo pensamiento? Es justo decir que, así como sucede con todas las actividades de este mundo, las academias están repletas de mentalidades conservadores y otras que buscan propuestas nuevas; de igual manera, gente que va con la corriente y transmite el conocimiento sin mediar crítica o análisis. Quien lea esto y pertenezca a una academia estará identificando con rostros y nombres a aquellas personas que se ajusten claramente a lo que digo. Sin embargo, es justo decir que las apariencias engañan y no necesariamente porque un docente o grupo de ellos se ostenten como “revolucionarios y contra sistema” quiere decir que en verdad están construyendo nuevas formas de conocimiento. Por el contrario, a la fuerza de contraponerse al grupo que suponen en el “poder” terminan anclados en el mismo problema e imponen igual o peor que lo que critican, su visión de las cosas. Los extremos se tocan y he oído de todo.
Motivan esta entrega frases como “no vale la pena estudiar nada antes del siglo XX pues ya todo lo dijo la escuela norteamericana” o “de Mesoamérica ya todo está dicho”. Francamente yo no podría jamás afirmar semejantes frases que vienen, por más que duela, de la ignorancia más grande, producto sin duda de grillas y pleitos de grupúsculos, pero mucho más de un excesivo celo disciplinar que impide que veamos más allá de las bridas que las disciplinas nos colocan. Aprovecho este espacio para torpedear semejantes afirmaciones con acontecimientos más recientes, especialmente en el tema de Mesoamérica, uno de los que más me apasionan. Por ejemplo, actualmente se ha explorado en el estado de Quintana Roo una zona arqueológica que no sólo nos arroja datos importantes sobre la presencia maya en esa región, sino que nos obliga a cuestionarnos lo que sabíamos sobre su periodización. Según una nota publicada en La Jornada el 18 de marzo, “Ubicada en el municipio de Bacalar, a una hora del Pueblo Mágico y la laguna de los siete colores, la antigua ciudad maya de Ichkabal es de los vestigios monumentales más antiguos de esta civilización que se conocen hasta ahora. (…) Se trató de un Estado nación que se remonta a unos 400 años antes de nuestra era, únicamente comparada con la zona arqueológica El Mirador, en Guatemala, que hasta antes de descubrir Ichkabal se consideraba la más antigua. Hoy es una de las seis zonas arqueológicas de Quintana Roo que se rehabilitan en su infraestructura por la Secretaría de la Defensa Nacional y el INAH, a través del Programa de Mejoramiento de Zonas Arqueológicas (Promeza), como parte del proyecto prioritario Tren Maya”. Pregunto entonces, ¿ya estaba dicho todo sobre Mesoamérica?, ¿los gringos ya lo habían dicho todo? Por supuesto, he de decir que me encuentro al corriente de notas periodísticas y artículos académicos recientes sobre hallazgos, avances y reportes de investigación en diferentes zonas, pero especialmente en la zona maya y comparto tales datos con mis estudiantes con la idea de demostrarles que el conocimiento se produce y reproduce constantemente y así debe ser transmitido. Como dije, esta nota nos invita a cuestionarnos qué entendemos por el tiempo en Mesoamérica. Lo más aceptado es dividir la historia de la super área cultural en tres periodos groso modo: Preclásico (1500 aE a 250 dE), Clásico (200 dE a 600 dE), Epiclásico (600 dE a 900/ 1000 dE), sólo en el Altiplano Central, en la zona maya el Clásico termina en torno al 900 dE, y el Postclásico (1000 dE a 1521 dE), siguiendo a los que juzgan que con la caída de Tenochtitlan, Mesoamérica termina. Hay quien piensa esta clasificación en términos evolutivos, es decir, se identifica al Preclásico como un periodo de formación, al Clásico como de mayor esplendor y el Postclásico de cierto declive y decadencia. Pero lo que nos muestra Ichkabal, así como lo hizo la Cuenca el Mirador y sus ciudades hace unos años, es que, contrario a esa postura evolutiva, lo que tenemos es una clara continuidad pues, tan majestuosas las ciudades del Preclásico, como las del Postclásico. Algo similar atestigüé cuando estuve en el Petén Guatemlteco y de la mano de la arqueóloga Evelyn Chan observé la perfecta traza de Nixtun Ch’ich’, ciudad del Preclásico de esa región, que nada tiene que envidiar a Teotihuacan en México si hablamos de trazo urbanístico y astronómico.
En esa misma visita examiné con el arqueólogo Mario Zetina y Jorge Chcocón Tun, encargado de las excavaciones, la ciudad de Tayasal, antigua capital de lo itzaes en la zona petenera. De su exploración esperamos recibir rica y variada información que nos ayudará a reescribir la historia Postclásica en esa zona. ¿Qué necesité para hacerme de esta información? Buscar y atender múltiples fuentes lo que me permite tener un panorama mayor. En todas mis clases busco mostrar a mis alumnos lo dicho y lo publicado por las principales autoridades del tema y lo contrasto con lo más reciente; de igual manera, los invito a hacer una crítica de ese conocimiento, sin importarme si son estudiantes de licenciatura o posgrado, todos tenemos algo que decir. Así como el presente se está escribiendo y el futuro es el terreno de la imaginación, considero que el pasado no está escrito ni acabado y, con independencia que planes de estudio y programas estén elaborados y estructuren carreras y posgrados, pienso que son apenas puntos de partida y es nuestro deber no sólo poner bajo sospecha todo lo dicho ahí, sino invitar a nuestros dicentes a hacer lo propio. ¿Que corremos el riesgo de que también nos cuestionen a nosotros? Bien, que lo hagan, con evidencias, con lecturas, con argumentos, no producto de grillas espurias arrojadas por grupúsculos pusilánimes y de chisme de pasillo. Me niego a formar parte de la estafa de pirámide en la que se ha vuelto la Universidad y, como he mostrado con estos fabulosos y recientes ejemplos, seguiré haciendo esfuerzos por construir con mis alumnas y alumnos nuevos conocimientos dispuestos para que sean cuestionados más adelante. No, no está todo dicho sobre Mesoamérica y hay mucho que decir sobre la historia anterior al siglo XX, pero para ello, debemos crecer como personas y académicos y abrazas lo inter, trans y multidisciplinario. ¿Pueden hacerlo compañeras y compañeros? Queda abierta la invitación.