Viernes, abril 26, 2024

Conquista

El pasado 13 de agosto, día en que se cumplieron 500 años de la capitulación de la capital mexica, Tenochtitlan, a favor de las huestes indígenas y europeas encabezadas por Hernán Cortés, el partido político ultraconservador español Vox publicó en su pagina de Facebook y otras redes un mensaje que decía lo siguiente: “Tal día como hoy de hace 500 años, una tropa de españoles encabezada por Hernán Cortés y aliados nativos consiguieron la rendición de Tenochtitlán, en México. (…) España logró liberar a millones de personas del régimen sanguinario y de terror de los aztecas”. Bueno, las reacciones de todo tipo no se hicieron esperar y la mayoría de los comentarios exhibieron la visceralidad con la que suele tratarse este tema, producto de los nacionalismos de ambas latitudes. En España esa palabra incomoda “conquista”, lleva inmediatamente a pensar en el nacionalismo español de finales del siglo XIX y el ostentado por el franquismo durante buena parte del siglo XX; a su vez, en otros nacionalismos, como el catalán o el vasco. En el caso mexicano, nos recuerda al nacionalismo posterior a la Revolución Mexicana, ese al que contribuyeron intelectuales como Vasconcelos y Gamio y que se sustenta en un pasado prehispánico glorioso, encabezado por los mexicas y su grandiosa capital, pero que negaba a las comunidades indígenas del presente en pos de lograr el mestizaje como triunfo de la mexicanidad. Tanto uno como el otro, como podrá verificar quien vea con atención e interés libre de maniqueísmos, descansan en interpretaciones a modo de la historia.

Como afirma David Marcilhacy en su capítulo “La Hispanidad bajo el franquismo. El americanismo al servicio de un proyecto nacionalista” del libro Imaginarios y representaciones de España durante el franquismo, desde “…fines del siglo xix, el nacionalismo español tendió a considerar el subcontinente americano como una prolongación de la propia identidad nacional. (…) Como referencia a unas tierras a la vez distantes y afines en sus rasgos, la proyección ultramarina le ha ofrecido a España una dimensión universal. (…)  A los ideólogos franquistas no les escapó el enorme potencial propagandístico que contenía el americanismo. La construcción de un imaginario nacionalista ad hoc, que el régimen dictatorial establecido en 1939 puso a su servicio, lejos de hacer tabla rasa del pasado de España, recurrió a una serie de ideas y corrientes que ya iban gestándose desde hacía varias décadas”. Según estas premisas, España, imperial y gloriosa, se encargó nada más y nada menos de traer a estas tierras civilización, pensamiento, policía (que en términos de la época implicaba orden, legalidad, justicia), lengua y, en orden de importancia, al Dios verdadero y al Rey, también verdadero.

Curiosamente, en estos días tuve la oportunidad de ver la película Mientras Dure la Guerra (2019) de Alejandro Amenabar, cinta que narra el momento en que las tropas de la insurrección encabezada por el ejército contra el gobierno republicano, llega a Salamanca, España en 1936. El protagonista de la cinta, un atribulado y confundido Miguel de Unamuno, molesto con el gobierno republicano por hacerlo a un lado de la Rectoría de la Universidad de Salamanca, avala el alzamiento militar junto con otros intelectuales de la Universidad. Más adelante, después de constatar la brutalidad de los franquistas, lanza su famoso discurso en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca en la celebración del día de la raza, el 12 de octubre de ese año, ese en que supuestamente dice “venceréis, pero no convenceréis” a los falangistas ahí reunidos.  Sin embargo, eso no fue lo que captó mi atención, sino los discursos previos a su participación que aludían al pasado imperial de España. El discurso respondía, según analiza Pantxo Unzueta en un artículo publicado en El País en octubre de 2006 a cuento de ciertas anotaciones que hiciera el filósofo en una carta que traía mientras se sucedía el evento: “La mayoría de las anotaciones -dice Unzueta- de la carta tienen que ver con el discurso de Francisco Maldonado, el más doctrinario de los que se pronunciaron aquella mañana y que incluía elucubraciones estrambóticas sobre el imperialismo de vascos y catalanes, que formarían con Madrid el triángulo de la Anti España, a la que se había opuesto la ‘España de la tradición occidental y de los valores perennes’: otra forma de referirse al concepto de ‘defensa de la civilización occidental cristiana’, acuñado por Unamuno y pronto incorporado por los franquistas, y el propio Franco, al discurso de justificación del Alzamiento”. Platicando con un amigo gallego, le comentaba que la ultraderecha española, encabezada por Vox, caminaba detrás de los pasos -al menos en el tono discursivo- del franquismo, cosa sumamente peligrosa.

Por supuesto que molestan la estulticia y la bastedad de la publicación de Vox y los comentarios imperialistas, clasistas y racistas que se dieron a raíz de ella. Y le guste o no aceptarlo a muchos europeos – no sólo españoles-, lo cierto es que se sienten orgullosos de su identidad europea anclada en la idea de representar la “luz civilizatoria” de la modernidad en todo el orbe, y que enfatiza la diferencia entre la civilización (traída por los europeos) y la barbarie (representada por el “régimen de terror” de los mexicas). No obstante, molesta también la contraparte que cifra en 1521 el origen de la mexicanidad con el argumento terriblemente caduco de que la caída de Tenochtitlan es “la Conquista de México”. Por supuesto que ya no debemos hablar de “la conquista”, sino de “las conquistas” pues serán numerosas después, como la de Yucatán que supuestamente culminó en 1544, la de Guatemala que inició en 1524 y que tuvo como consecuencia la caída de la capital de los k’iche’, Q’uma’rkaj, entre otras capitales y comunidades hasta 1530, o la de los Lacandones en 1695 o de los itzaes con la caída su capital Tayasal en 1697. En fin, de ninguna manera podemos generalizar la conquista de estos territorios con la caída de Tenochtitlan.

Pero a su vez, es pertinente comprender el papel que jugaron los propios indígenas como conquistadores y en la construcción de la nueva realidad. Investigadores como Federico Navarrete y Berenice Alcántara se han dado a la tarea de reconstruir estos fenómenos, conquista y colonización, para ofrecer una visión distinta. Navarrete afirma en su libro ¿Quién conquistó México? (2019), a cuento de la enorme pluralidad resultado de estos procesos, que uno “de los efectos más perniciosos de la concepción de la conquista de México sostenida por la ‘visión colonialista’ es, precisamente, la negación de esta pluralidad. Al presentar a los indígenas como vencidos y a los españoles como los vencedores, no sólo ignora la importancia de las alianzas, sino que también se vuelve incapaz de valorar el gran esfuerzo de adaptación, reinvención y creatividad de los indígenas y de los africanos desde siempre. En consecuencia, conlleva imponer una derrota desde el presente a los pueblos originarios, cuando la mayoría no fue vencida en 1521 ni lo ha sido desde entonces. Implica continuar cancelando en el siglo XXI, como se ha intentado cancelar antes, los futuros y los mundos que los indígenas y los africanos han logrado mantener vivos durante estos cinco siglos. Esta visión histórica empobrece nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro”. En efecto, hay que superar desde ya esta visión que, pese a que pueda parecer nacionalista en su enunciación, termina siendo colonial en el fondo. Es el abrazo de la desgracia de los mexicas frente a los europeos, como un canto “hermosamente patético” a los caídos -irremediablemente falaz-, la exigencia de la entrada de nuestra historia a los anales de la historia mundial -esa construida desde Europa y en la que siempre quedamos en el último sitio- y la aceptación de nuestra vocación “aspiracional” por pertenecer al “primer mundo”.

Es necesario reconocer el papel de nuestras comunidades indígenas en su propia historia, como protagonistas – como nos señala Navarrete- y no como simples héroes de una tragedia griega absurdamente impuesta, cosa que sucede con la trama de la conquista. Pero también es necesario puntualizar el expolio, la marginación y el abuso del que han sido sujetos desde la llegada de los europeos y que bien han continuado los gobiernos independientes desde el siglo XIX, pasando por los gobiernos postrevolucionarios y hasta la fecha en que son, en muchos de los casos, empleados exóticos de paradisiacos hoteles en la zona maya, mano de obra barata en fincas cafetaleras, maquiladoras o constructoras, o usufructo político de cuanto candidato aparezca sea del partido político que se trate. Por tanto, ni la ensoñación imperialista de Vox ni la visión trasnochada nacionalista que impera hasta el momento, que, a final de cuentas, se asemejan ambas a la “defensa de la civilización occidental cristiana” de la que hablaba Unamuno y que, como vimos, fue bandera del franquismo. Me quedo con lo que dice Navarrete en la introducción del libro citado: “Mi propuesta es que lo que llamamos conquista de México no es más que el inicio de largos procesos históricos que hoy continúan, de formas de mandar y de obedecer, de prácticas centenarias de colonialismo, racismo y discriminación, pero también de maneras tenaces de desobedecer y de imaginar y construir presentes y futuros diferentes”.

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