“Ha de haber pensado que estaba loca. Me miró como algún día yo miré a una mujer que llegó al confesionario en una iglesia, y me pidió le dejara entrar primero porque tenía prisa. Era yo niña y esta mujer se veía alterada. Se dirigió a mí de una manera igualada y me dijo le tocara el cuello porque estaba sudando. En esos tiempos yo obedecía lo que pedían los adultos y la toqué, y mis amigas, formadas a mi lado, me miraron con ojos de: ¡estás loca igual que ella!
“Hace días regresaba a la ciudad de México de Madrid; venía cansada después de tantas horas de vuelo sin poder dormir porque un bebé lloró todo el tiempo. En la oscuridad, el blanco de los ojos de todos los pasajeros y de las azafatas, sacaba brillantes chispas de reproche hacia la madre incapaz de consolarlo. Una señora mayor, sentada a mi lado, me dijo que en muchas ocasiones a los bebés les afecta mucho la altura y la presión y les duele el oído, la familia no sabe y no pueden calmarlo. A ella la habrá confortado su propio argumento pero yo terminé harta del chamaco y de la mamá y agotada sin poder pegar el ojo en once horas que duró el vuelo, más las horas de espera en el aeropuerto de Barajas.
“Llegamos a Guadalajara; recogí maletas, pasé aduana y me fui a la sala para abordar mi próximo vuelo a la ciudad de México. Desde que me levanté ese día ya llevaba más de 24 horas sin dormir, y desvariaba. Al llegar a la sala identifiqué el poste donde se cargan los celulares y vi a una chamaca sentada en el suelo al lado. Acomodé mi maleta, saqué el cargador, lo conecté al poste y enchufé mi celular. Era una niña bonita, como de anuncio. Acosté mi maleta en el suelo y me senté encima, no quería frío en mis nalgas. Ahí comencé la plática: ‘Y tú de dónde eres, hacia dónde vuelas, cuánto tiempo te vas, yo tuve un mal vuelo por un bebé que no dejó dormir a nadie en al avión… Le hablé como si fuera mi conocida, y ahí fue cuando me miró y recordé cómo miré yo a la loca del confesionario, pero bueno, yo no le pedí que tocara mi cuello. Y en mi cansancio le repetí dos o tres veces lo del bebé chillón, y ella, con un poco de hartazgo, me refirió: ‘Ya me contó que no pudo dormir’. Y me miró como si de veras estuviera yo zafada. Respondí: ‘Disculpa, es que vengo muy cansada y no sé lo que repito’. Una jovencita que va a ver al novio a Madrid, que habla con una mujer que la presiente loca, huye.
“Llegó la hora de abordar el avión a México y ¿adivina qué? La familia del bebé chillón, iba para allá. ¡Nooo! Con la mirada busqué a la chamaca para señalarle que iríamos con la familia del bebé, pero lo más seguro es que se escondió de mí porque me presintió loca. Tuve la suerte de que se sentaron hasta atrás y yo iba adelante. Íbamos a despegar, arrancaron motores y una señora muy amable, que era evidente no había viajado nunca antes en avión, ¡me pidió subiera el vidrio de la ventana porque le entraba el aire! Agotada, me dormí.
“¡Ya ves prima, cada espécimen que te encuentras cuando viajas! Cuando llegué a casa, me vi en el espejo y me pregunté si en verdad me parecía yo a la loca del confesionario…”.