Con amor a la vida
El amor, en tanto una experiencia interpersonal y relacional, implica un espacio de diálogo y construcción social, incluso, aquellas expresiones más íntimas y subjetivas están permeadas por una serie de construcciones y aprendizajes sociales que se expresan en las diversas prácticas y manifestaciones de lo que llamamos amor.
El amor se construye con base en referentes socioculturales. Expectativas que nos han sido impuestas. Y pareciera sacrílego intentar desmontar aquellas expresiones de la esencia del amor, especialmente cuando se plantean como elementos que fortalecen procesos de injusticia social, lo que definitivamente devela su entrañable carga política.
Nuestros cuerpos se mueven, se miran, se sienten y se expresan con base en una infinidad de procesos estructurados”estructurantes. El habitus, que, en términos de Bourdieu, se conforma y expresa desde los diversos campos sociales en que nos movemos y está mediado por las configuraciones de clase social, género, etnia, sexualidad, etcétera, y de las cuales, el amor no queda exento.
El amor resulta, junto sus manifestaciones simbólicas y materiales, una parte de la vida que está mediada y configurada en contextos socio”históricos concretos, por lo que es interesante poder desmontar las prácticas de dominación/subordinación que se han legitimado en nombre del amor. Por ejemplo, señala Giddens, el amor romántico, fue una configuración social gestada en la modernidad industrial, que posibilitó la institución matrimonial. Ha implicado desde entonces establecer vínculos de por vida y supone una clara separación de roles, legitimando la subordinación de las mujeres y su supuesta expertice en el ámbito de lo afectivo y de los cuidados. Supongo que un amor emancipador, supondría superar ese modelo y establecer relaciones equitativas e igualitarias.
Así, me surgen varias interrogantes: ¿Cuál es el rol que juegan los procesos en que codificamos culturalmente lo romántico? ¿Qué sentido y significación le otorgamos al amor en general y cómo se expresan las experiencias amorosas en particular? No creo responder estas interrogantes, sin embargo, es fundamental reconocer aquellos aspectos prácticos e instrumentales que han sido asignados al amor y que consciente o inconscientemente producimos y reproducimos en nuestra cotidianidad.
El amor se ha convertido en inscripciones sociales que pasan y son vivenciadas en nuestros cuerpos. Aspiración de la mayoría y parte importante en la organización social que ha permitido definiciones y prácticas normativas. Y aunque se asume con una fuerte carga de pureza, en realidad no es un ente incontaminado por el contexto sociocultural. No es exclusivamente natural, ni neutro. Sus expresiones, contradicciones y continuidades son prohibidas o legitimadas del mismo modo que se regulan otros ámbitos de nuestras vidas. La transversalidad que cruza el amor, pasa por la clase, el género, la etnia, la sexualidad, etcétera, e implica por lo tanto, relaciones de poder. Diversas construcciones socioculturales del amor han posibilitado expresiones de dominación y sufrimiento. Dramas históricos e intergeneracionales que se han escudado en el amor. Por amor se vive y se muere.
Es tiempo de dotarle sentido al amor de justicia social.