Una conferencia dictada en París en 1946 por Jean–Paul Sartre denominada “El Existencialismo es un Humanismo”, como una iniciativa de varios representantes de la corriente filosófica y artística para defender sus posturas, queda reportada en un librillo sencillo con las tesis principales del existencialismo a saber según reportan Gustavo J. Monzón y Armando Perea Cortés, comentaristas de la edición: “a) la existencia precede a la esencia; b) el hombre es plenamente responsable; c) el hombre es un proyecto que se vive subjetivamente; d) el hombre está condenado a ser libre; e) no hay signos en el mundo; f) no hay ninguna naturaleza humana o lo que es lo mismo: el hombre es un ser en situación; g) el existencialismo no es una filosofía que promueve el quietismo; h) el punto de partida es la subjetividad humana, es decir, existencial; i) el hombre no se encuentra encerrado en sí mismo sino presente en un universo humano (existencialismo humanista)”. De la enumeración arriba expuesta, nos pueden quedar varias cosas claras: el hombre tiene la entera libertad sobre sí mismo, tiende a la acción, se debe a él y a su circunstancia y, quizá lo más importante: por lo mismo, es enteramente responsable, precisamente porque la existencia precede a la esencia. Es decir, que una vez que se es, estamos en la fantástica posibilidad de construirnos como queramos, tenemos esa inmensa libertad; por tanto, todo aquello que hagamos es y será nuestra elección, lo que indudablemente nos lleva a hacernos responsables de ello; además, hay que considerar que el proyecto que construimos beneficia nuestra subjetividad y otras, de ahí su importancia: de la colectividad. Terrible asunto lo que conlleva semejantes planteamientos, pues indudablemente nos lleva a considerar que no existe un dios y que, por tanto, no hay alguien que determine la naturaleza del hombre. Ello, aunque en primera instancia pueda resultar repulsivo a muchos creyentes, tiene una sentido superior.
En efecto, al no contar con un ente ominoso o un destino específico, el hombre está en capacidad de construir su propia esencia, lo que hace que no dependa de nadie o de nada que le indique que lo que hace está bien o mal. Es decir, no existen pretextos ni escapes fáciles ante las circunstancias de la vida: no hay un Dios que nos justifique, castigue o limpie conciencias. Simplemente las terribles consecuencias de nuestros actos, que nos llevan a enfrentarnos a nosotros mismos, actividad que casi a nadie le gusta. Parejas, individuos, políticos, artistas, profesores, estudiantes, autoridades, todos evadimos constantemente nuestra responsabilidad ante lo que implica nuestro paso por la vida en busca de esencia; y, para los que creen que existe dios, bueno, este pensamiento no necesariamente se contrapone a su existencia, simplemente elimina la comodidad detrás del concepto: sigan creyendo, pero háganse responsables, dios lo agradecerá. Es obvio que vivimos en sociedades estructuradas, que se han construido a lo largo de centurias y que nos dan las pautas de lo que somos, de cómo comportarnos; no obstante, existe la terrible e inmensa libertad del ser humano para acceder o no a las directrices marcadas. Se puede afirmar, no sin razón, que el desafiar las pautas que nos marcan las circunstancias pueden llevarnos a perder la vida, la razón, o la libertad misma, pero el hacerlo también nos puede llevar a lo mismo… “El existencialista no cree en el poder de la pasión. No pensará nunca que una bella pasión es un torrente devastador que conduce fatalmente al hombre a ciertos actos y que por consecuencia es una excusa; piensa que el hombre es responsable de su pasión. El existencialista tampoco pensará que el hombre puede encontrar socorro en un signo dado sobre la tierra que lo oriente; porque piensa que el hombre descifra por sí mismo el signo como prefiere. Piensa, pues, que el hombre, sin ningún apoyo ni socorro, está condenado a cada instante a inventar al hombre”.
En días como los que corren, me he puesto a reflexionar constantemente sobre el sentido mismo de la responsabilidad y mi entorno me horroriza: no sólo hay una constante necesidad de la sociedad por eludirla, sino que nos hemos vuelto especialistas en negarla, en darle vuelta a las cosas para faltar a toda norma y aún así, vernos a la cara en el espejo y negar que hemos hecho mal. Los hay que se corrompen, que se matan, que roban, que destruyen, que se envuelven en su propia vanidad y dejan de considerar a los demás y se regodean en su propia insipidez… Queda claro, siempre será más sencillo echarle la culpa a dios, a los padres, al marido o a la esposa; al sistema que obliga a extorsionar a proveedores, al gobierno que abusa de nosotros, a los partidos que no nos representan o que autorizan en los congresos gasolinazos, reformas falaces a favor de intereses mezquinos… siempre habrá alguien que nos diga lo que tenemos que hacer y si lo acatamos simplemente, sean cuales sean las razones, habremos eludido cómodamente la responsabilidad de nuestro proceder. Somos seres que actuamos y que vivimos, que nacimos en libertad porque nuestra existencia precede a nuestra esencia, misma que vamos construyendo. ¿Tan difícil suena eso? Para nada. Aceptarlo es lo difícil, porque es la constatación evidente de que nos hemos estado engañando día con día.