Uno de los sitios emblemáticos de la ciudad de Puebla ha sido sin duda alguna el Museo José Luis Bello y González. No ha habido prácticamente ningún turista nacional o extranjero que no visitara este sitio durante su estancia en la ciudad, así fuera de un solo día; y qué decir de los habitantes de Puebla, tanto los de la ciudad capital como los de otras ciudades y pueblos del estado que han estado en él también, ya que nadie que se precie de “poblano chicharronero” no ha recorrido, al menos un par de veces en su vida, este museo.
El museo cuenta con multitud de objetos artísticos provenientes de la colección que reunió don José Luis Bello y González y que heredó a sus hijos; siendo uno de ellos don Mariano Bello y Acedo, quien donó la parte que le correspondió, a la Academia de Educación y Bellas Artes del Estado; es decir, la puso al servicio del interés público, tanto de los poblanos como de los mexicanos en general. La casa que lo ha albergado desde entonces fue adquirida por el gobierno del general Maximino Ávila Camacho. Su inauguración fue el día 21 de junio de 1944, lo cual constituyó un gran acontecimiento para la ciudad.
Yo recuerdo especialmente al personal que trabajó en el museo durante la época de la señora Alicia Torres viuda de Araujo, quien fungió como directora de este centro cultural durante muchos años. Los recorridos guiados que se ofrecían eran realmente gratos e instructivos, porque aparte del anecdotario obligado en museos de ese tipo se proporcionaba información acerca de casi todos los objetos de la exposición. Para ello se contaba con una pequeña pero fundamental biblioteca localizada en las propias oficinas administrativas del museo y los guías, en su mayoría mujeres, se instruían acerca de los materiales y técnicas de elaboración de las piezas, su estilo, tipología, procedencia y antigüedad.
Ciertamente el museo carecía de una propuesta museográfica moderna que diera cuenta del por qué se habían reunido tan diversos objetos en un mismo sitio, de la coherencia de tal colección; pero ese precisamente era el meollo del asunto. Se trató de la colección de un hombre adinerado que disfrutó de la adquisición de cada uno de los objetos y que probablemente estos mismos, representaron para él el reconocimiento social de sus pares, otros empresarios. Sea cual fuere el propósito íntimo del coleccionista, el museo mostraba, sin pretenderlo explícitamente, el poder económico de la burguesía local, así como sus gustos y la aspiración de refinamiento de quien la poseía.
Hoy el museo se encuentra en peligro real de que su colección se desmembre, de que algunas piezas se utilicen para satisfacer un capricho con criterios utilitaristas de dudosa eficacia económica y de una simplona concepción de la cultura como espectáculo. No se ha informado a nadie acerca de dónde se encuentran algunas piezas que hace poco podían considerarse en el museo y que ahora ya no se muestran; eso genera una razonable desconfianza acerca de su desaparición y su destino.
Necesitamos que las autoridades de la cultura en Puebla expliquen a la ciudadanía qué ha pasado con esos objetos artísticos y cuándo serán reintegrados a su sitio original. No estaría de más que también nos aclaren cuales son los criterios académicos por los cuales se está construyendo un nuevo museo dedicado al barroco, por qué no a los camotes, y cuáles son las piezas con las que cuenta su colección, así como su procedencia y su costo. ¿Ya ven que todavía sigo creyendo en los Santos Reyes Magos?