Las manifestaciones en contra de las políticas del nuevo presidente de Estados Unidos han alcanzado una dimensión prácticamente universal y a lo largo y ancho de este mundo mucha gente lo repudia. El sujeto padece de una verdadera diarrea oral (lo prefiero a verborrea), autoritaria, amenazante, disparatada y peligrosa; tal parece que se siente dueño de su país y no su representante. Muchos de sus propios conciudadanos están verdaderamente aterrados al escuchar y leer sus cotidianas bravatas.
Pero lo que quiero comentar aquí es la actitud “crítica” de mucha gente del “medio pelo” poblano que, permanentemente mal informada por la televisión, dirige los juicios de su naciente y blanduzca “conciencia” política hacia el personaje solamente. Que si Trump es esto o es aquello, que si está loco, que si es racista, que es un deslenguado irredento, que se lo van a echar sus propios paisanos, que si el muro es una reverenda estupidez, que si se compró una Barbie y la convirtió en “la primera dama” de Estados Unidos, etcétera.
Por supuesto que estas finas personitas no ponen en duda –ni por encimita– al capitalismo voraz que representan tanto Trump como doña Hillary y que a toda costa está dispuesto a pasar por encima de quien sea para lograr sus fines, que no son otros que obtener la máxima ganancia económica aunque en el camino se destruya el medio ambiente, aunque la codicia signifique una infamante explotación de la gente, aunque se establezca en este mundo el valor máximo de lo material sobre cualquier otro valor humano, incluyendo la vida y la libertad. Eso no se lo cuestionaban antes ni lo advierten ahora.
No, los mediopeleros están indignados porque este hombre impresentable ha ofendido su nacionalismo chabacano y epidérmico. De manera que los “memes” que difunden, aunque mueven sinceramente a risa por lo ingeniosos que son, están centrados en el hombre y las barbaridades que vomita a cada rato don “Trum…pas”. Estos flamantes críticos güegüenches, que acaban de estrenar su crítica, siguen deslumbrados con el modo y las formas de vida estadounidenses, y con esos valores que emanan de una sociedad que persigue el “éxito” material como su valor supremo.
Los clasemedieros mexicanos parecen ignorar que en la rabiosa persecución del éxito y la fama, tan apremiante para los gringos, hay que “estar al 100”, como dice un amigo que vive en las entrañas del monstruo. Y que para “estar al 100” muchos se meten cualquier cantidad de drogas para aumentar su rendimiento y su vigilia, pues de otra manera pierden la competencia y eso les convierte automáticamente en marginales loosers: perdedores. Si a esto le aumentamos el racismo ordinario y la creencia en la supremacía de los anglosajones de confesión protestante, entonces estamos hablando del peor de los fundamentalismos. Trump es sólo uno de tantos y ahora, como mandatario, es el que les da cuerda para lograr sus propósitos.
Así, finos lectores, los Buch, los Trump, los Reagan o quien sea son lo de menos, la mera verdad es lo que dice una canción que escuché en mis ya lejanas mocedades y que se refiere a la muerte de los niños en los países subdesarrollados, muchas veces evitable, por falta de asistencia médica, por desnutrición, por ignorancia o por violencia:
“La muerte de este angelito
no fue muerte natural,
fue del sistema social
que nos mata de a poquito”