El proceso de acumulación de capital, proceso social mediante el cual se reproduce el modo de producción capitalista, no es un mero proceso económico, por el contrario, si bien está basado en la explotación del trabajador, ésta no puede existir sin relaciones de poder y dominio de una clase, la propietaria de los medios de producción, sobre los obreros y el conjunto de la sociedad, dominación que, podemos llamar cultural al comprender todos y cada uno de los aspectos de la vida social capitalista. Idea muy cercana a la de hegemonía propuesta por Antonio Gramsci para superar la idea de la sobredeterminación de lo económico en los procesos sociales.
Ese proceso de acumulación, referido a la reproducción contante del capitalismo, que implica las formas múltiples que adquiere la dominación y el poder, se fortalece, entre otros, con cuatro elementos estrechamente vinculados entre sí: el despojo, la violencia, el derecho y el ideológico. Por supuesto, la relación dominante, aquella que organiza, jerarquiza y articula al resto de las relaciones sociales bajo el capitalismo, es el despojo. De ahí la importancia que, con David Harvey, adquiere esta categoría basada en “La llamada acumulación originaria”, correspondiente al capítulo 24 de El Capital de Marx, obra cuyo primer tomo cumplió, el 25 de julio, 150 años de haber sido publicada por primera vez.
El proceso de producción se inicia cuando el capitalista le compra, por un lado, al trabajador su fuerza de trabajo a cambio de un salario y, por otro, adquiere medios de producción, para comenzar con ellos el ciclo producción–circulación–distribución y consumo de las mercancías. En este proceso, el trabajador, en una parte de la jornada laboral, produce mercancías cuyo valor es superior al salario que se le pagó por su fuerza de trabajo, es decir, produce un valor (el de su propia fuerza de trabajo expresado como salario) y en el resto de la jornada laboral sigue produciendo mercancías que representan un plusvalor del que se apropia el capitalista, despojando así al trabajador de una parte, la más grande, del valor creado con su trabajo.
Pero ese despojo, justificado con el pago de un salario, no es ilegal –a lo mucho es inmoral entregar dinero a cambio de la naturaleza humana del trabajador–, pues las relaciones entre el capital y el trabajo se regulan mediante la legislación laboral que siempre favorece al capital, es decir, protege a quien despoja dándole la propiedad legal, aunque no legítima, de la fuerza de trabajo y de todo el valor producido con ella. Al mismo tiempo, de manera permanente, se desarrolla una intensa campaña ideológica desde el sistema formal e informal de educación o a través de los medios masivos de comunicación y muchas otras formas tendientes a naturalizar las relaciones de explotación y dominación capitalista.
Finalmente, el triunfo de esta política es considerar natural que las ciudades se construyan despojando de la tierra a sus propietarios originarios, despojo muchas veces acompañado de una violencia extrema, lo que se justifica con el pretexto del progreso, que siempre termina engordando las cuentas bancarias de las empresas especuladoras.