Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que el movimiento del 68 es el hecho político más relevante, más significativo de la segunda mitad del siglo XX y se ha convertido en el punto de referencia obligado para comprender el sistema político mexicano.
Lo que el movimiento del 68 cuestionó, por lo menos como lo expresaron muchos dirigentes del movimiento –más allá de lo que hayan dicho interpretaciones posteriores–, fue la forma como transcurrían las relaciones entre la sociedad y el gobierno.
Por eso, el movimiento del 68 marca el inicio de una larga transición política que pasa por los crímenes cometidos, nuevamente, contra los estudiantes en 1971; la infame guerra sucia; la construcción del sistema de partidos; el fraude electoral de 1988; los asesinatos de indígenas en Acteal y de campesinos en Aguas Blancas, por mencionar sólo algunos de los muchos crímenes de Estado; la criminalización de la protesta social, como a de los médicos; y la persecución de la disidencia; la frustrada alternancia democrática del año 2000; el desafuero, los fraudes de 2006 y 2012, Ayotzinapa y las fosas ilegales, se convirtieron en el recurso del método del régimen político que siempre se mostró incapaz de democratizarse.
Dada la estructura política autoritaria y represiva existente en el país en esa época, y que se prolongó en la era neoliberal, el movimiento tuvo como su primer impacto esencial quitar la máscara a las palabras; para los participantes en la revuelta, el Estado dejó de ser el padre enérgico, pero generoso, omnipresente y omnipotente, que todo lo resuelve y pasó a ser comprendido como un instrumento al servicio de la clase dominante, que aunaba a la demagogia la represión y la hipocresía.
Ese proceso de transición política, marcado por la violencia de Estado, culminó el primero de julio de este año, con el contundente triunfo popular que fortalece la esperanza de cambiar el rumbo neoliberal del país.
Finalmente, el movimiento del 68 hay que verlo como un hito histórico que fue capaz de movilizar a muy amplios sectores de la clase media y del pueblo, lo que generó muchas expectativas, quizá no de un cambio de régimen, pero sí de lograr algunos avances democráticos en el país que dieran acceso y protagonismo al pueblo de México en las grandes decisiones nacionales.
El inicio de la transición política fue la aportación del movimiento del 68 a la historia de México de las últimas cinco décadas. No hemos de atribuir al movimiento del 68 lo que nunca se propuso, sus demandas muestran sus posibilidades, pero también sus límites. Ni conjura comunista ni levantamiento subversivo, simplemente un movimiento que marcó a una generación de jóvenes que, como escribió José Alvarado Siempre! N. 779, 17–10–1968), tuvieron la ilusión de construir un país distinto: “libre de la miseria y el engaño. Que pretendieron la libertad, el pan y el alfabeto para los seres oprimidos y olvidados y fueron enemigos de los ojos tristes en los niños, la frustración en los adolescentes y el desencanto de los viejos”.