Viernes, abril 26, 2024

John Snow, cólera y el método epidemiológico

Las palabras ciencia y método son intrínsecos. De ninguna manera se pueden separar, pues una depende de la otra; sin embargo, en el siglo XIX no se contaba con estas herramientas. Las enfermedades eran prácticamente desconocidas y solamente se consideraban como castigos divinos o demoníacos, de los cuales no se podía escapar.

Sin embargo, ya desde Hipócrates existen evidencias de una búsqueda causal de la enfermedad a través de la influencia del medio ambiente, que tiene su culminante esplendor con John Snow (1813–1858), quien fue un médico extraordinario que entregó a la posteridad, la versión más acabada y depurada del método científico y el desarrollo de la Epidemiología, al controlar una epidemia de cólera en Londres, salvando una cantidad de vidas que aún no se puede cuantificar.

Su historia es particularmente interesante. El desarrollo del comercio entre la India y Europa comenzó a distribuir esta enfermedad alrededor de 1820. Snow tuvo la agilidad mental de deducir que el problema era difundido precisamente en la medida en la que se establecían rutas comerciales, lo que condicionó su suposición de que esta enfermedad no se transmitía a través de animales sino del hombre al mismo hombre, afirmación que también tuvo sustento en la medida en la que analizó que las epidemias se generaban inicialmente en los puertos, para posteriormente propagarse de ciudad en ciudad, siendo particularmente frecuente en los núcleos de mayor densidad poblacional. Fue a través de estas observaciones que lo llevaron a expresar, con sus propias palabras que “algún material que pasa del enfermo al sano, tiene la propiedad de aumentar y multiplicarse en los sistemas de la persona que ataca”.

Apoyándose en la Biología, también dedujo que “el material mórbido del cólera, teniendo la propiedad de reproducirse a sí mismo, necesariamente debe tener algún tipo de estructura, semejante a una célula. El hecho de que la estructura del veneno colérico no pueda verse al microscopio, puede reconocerse por sus efectos solamente y no por sus propiedades físicas”.

También determinó el carácter intestinal del problema, por lo que concluyó que la infección debía ser condicionada por el consumo de alimentos o agua contaminada. Así, las excretas arrojadas a pozos, potencialmente infectaban las norias afectando los centros de abasto de agua en las ciudades. Esto también explicaba que las personas que convivían directamente con afectados por cólera, no enfermaban si se encontraban en ambientes limpios. Por eso notó que los barrios pobres, con casas sucias y hacinadas, eran más propensos a padecer la enfermedad.

Estudiando un brote particularmente intenso en un barrio llamado Broad Street, percibió que los enfermos habían consumido agua de una fuente común. Al plantearse que el agua era el origen de la infección y estudiando los antecedentes de epidemias, descubrió dos cuestiones sorprendentes: en ciudades con abastos que se suponían contaminados por descargas de alcantarillado, el cólera presentaba una distribución general a todas las clases sociales mientras que en ciudades cuya captación de agua es alta, relativamente libre de contaminación, el cólera prevalecía casi exclusivamente en las clases pobres, donde podría predominar la transmisión persona a persona.

Analizando la probabilidad de contaminación, descubrió que los abastos de agua más afectados pertenecían al sur del río Támesis, donde la compañía Southwark–Vauxhall y la compañía Lambeth distribuían agua. Así, en 1853, la captación de Lambeth fue trasladada aguas arriba, fuera de la zona de contaminación, mientras que la otra captación (Southwark–Vauxhall) siguió en el mismo lugar. El área servida por este último abasto, continuó con las tasas más elevadas de mortalidad, contrariamente al fenómeno de disminución de enfermos en aquellos distritos que recibían agua de la compañía Lambeth. Bajo esta observación, simplemente modificó el abasto de agua y controló las epidemias de cólera en Londres.

Esta hazaña solamente pudo ser condicionada por una combinación de trabajo, estudio, esmero, inteligencia, capacidad de observación, pero sobre todo, por un gran y genuino sentido humanitario. Cuánta falta hace, en la actualidad, médicos así. Sin embargo, paradójicamente, su figura es poco conocida en el ambiente de la medicina. Frugal en su vida, generoso y desprendido, Snow debería representar el modelo a seguir en cada estudiante y practicante de la medicina de hoy; medicina sumida en una verdadera crisis de un materialismo perverso y malévolamente inhumano, donde como hace cientos de años, quienes tienen las de perder, en general tiende a ser la gente pobre.

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