Hugo Aboites, en la introducción a su libro La Medida de una Nación, los primeros años de la evaluación en México, afirma perspicaz el sentido de la crisis que estamos viviendo en la actualidad con los maestros de nuestro país: “A fines de los años 1980, los tecnócratas neoliberales recién llegados al poder en México en lugar de poner manos a la obra para mejorar la educación optaron por evaluarla. Como consecuencia de esta disociación y luego de más de 20 años, la educación mexicana no ha mejorado –e incluso se puede argumentar que hoy está más mal que nunca–, en cambio se puede decir con errado orgullo que se ha superado ya la cifra de 100 millones de aplicaciones de exámenes estandarizados. Se construyó un aparato costosísimo de medición y evaluación educativa de niños, jóvenes, instituciones y programas, se gastaron enormes cantidades de recursos institucionales y sociales para esa tarea y se creó una próspera industria de la medición, pero se perdieron más de dos décadas del esfuerzo que debió haberse hecho desde 1990 por mejorar la educación en México. La evaluación moderna (y su expresión más tecnócrata, la medición) respondió claramente a múltiples y muy diversos intereses (de los evaluadores, de los gobiernos, de los organismos internacionales, de las burocracias de la educación y de la cúpulas empresariales) pero muy poco a la urgente necesidad de reparar y reorientar una educación en crisis”. Y hoy que desde la Secretaría de Educación Pública y desde las oficinas de los principales noticiarios del país –en especial de Azteca y Televisa– se hace una hoguera en torno a la disidencia en Guerrero, Oaxaca, Michoacán y Chiapas, no queda más que preguntarse cuáles son las identidades reales detrás de este juego de máscaras.
El lector poco profundo creerá que los maestros y la CNTE son lo que opinó Arturo Fernández, rector del ITAM, reportado en el portal de Proceso “…un animal herido de muerte, que lanza gruñidos y zarpazos a diestra y siniestra; se trata de una organización política que agrupa a un gremio radical formado en una ideología guerrillera, rémora de lo peor de nuestro pasado político”. Según Fabrizio Mejía en Proceso también –número 2068–, para gente como Nuño y Fernández, la idea es que “quisieran que la educación pública se manejara como un Wal Mart que divide a sus empleados en tres: los competitivos, los aterrorizados, los perdedores. Según las ideas de Mexicanos Primero, la organización empresarial que lanzó la campaña de odio contra la educación pública, los estudiantes son ‘alumnos’ y, en realidad, ‘emprendedores’, ‘gerentes’. Cada uno debe ser un Wal Mart”. Por tanto, todo aquello que se contravenga a la idea educativa lanzada desde Los Pinos y diseñada por los ideólogos neoliberales ha de ser no sólo descalificado, sino a su vez reprimido, como se ve en los sucesos de esta semana en Oaxaca. No cabe duda que la Coordinadora es un reflejo claro de su origen, el Sindicato; no obstante, aquellos que hemos trabajado con docentes de la SEP sabemos de qué se trata el asunto. Hay miles de maestros que padecen día a día las inconsistencias del propio sistema educativo del país; hay numerosos directivos y funcionarios de todos los niveles que se esfuerzan para más o menos dotar a las escuelas de las condiciones mínimas para operar, ya no digamos para que las administren los padres de familia y los trabajadores como propone la reforma educativa. Hay docentes que se hacen garras para poder enseñar en escuelas multigrado, en escuelas de las sierras y zonas desérticas del país… estos docentes llevan la carga de muchos que cómodamente dictan políticas, programas y acciones sentados en sillones de miles de pesos en la Ciudad de México. No conocen la realidad, eso es un hecho.
Hay, qué duda cabe, corrupción, hay dispendio, hay latrocinio por parte de organismos sindicales y funcionarios, no sólo en este momento, sino a nivel histórico; y sí, hay maestros que no están en el sistema por vocación, sino porque heredaron la plaza o porque la compraron. Pero como lo he dicho, esos vicios, esos males, se remontan hondo en el pasado de este país y han sido cobijados por priistas, panistas y medios de comunicación. Recordemos a Elba Esther Gordillo y su pasado priista, panista y novoaliancista; sus enjuagues detestables con los que ahora se rasgan las vestiduras por las protestas de los grupos disidentes que ellos mismos alimentaron. No se define el magisterio por la Coordinadora y mucho menos por la reforma, cruel homenaje a la educación neoliberal que, empero, ha visto sus frutos en una sociedad cada vez más materializada y superficial, más preocupada por el bloqueo de sus calles que del problema de fondo detrás de la reforma: que el futuro educativo de nuestro país está en juego al depender de una evaluación mediocre. Lo que importan son los indicadores, no el auténtico valor de la educación que implica la transmisión del conocimiento que por generaciones se ha venido produciendo. Temo por las sociedades del futuro donde sujetos pésimamente formados por esta reforma tomen decisiones sobre el rumbo de la nación. En una sociedad como esa –digna de novela de ficción científica–, lo que imperará será la sinrazón, la intolerancia y no se respetarán los más elementales derechos humanos. Los acontecimientos recientes nos llevan claramente hacia allá.