Es difícil saber en cuáles textos se enteró Enrique Peña Nieto del significado del populismo, información que le provocó desvelos y terror al grado de alentarnos sobre el posible retorno de esa modalidad del capitalismo –de hecho no hay socialismo populista acompañada de la demagogia, innecesaria en los proyectos socialistas que, sencillamente, plantean un modo de producción distinto al capitalista.
¿Pero qué sabrá Peña Nieto del populismo, como no sea lo que alguien le susurró al oído? Quizá nunca leyó el prólogo que escribió Octavio Ianni a la obra de Gino Germani y Torcuato di Tella, Populismo y contradicciones de clase en Latinoamérica, cuya primera edición está fechada en 1973. En el prólogo mencionado, dice Ianni: “La problemática del populismo latinoamericano sigue siendo uno de los hechos al mismo tiempo políticos, económicos y sociales más importantes de la historia de América Latina […] En especial, nadie duda (con excepción de Peña Nieto quien habla de oídas de aquello que no sabe, JOD) de que los estados, movimientos, partidos, clases sociales, líderes e ideologías populistas representan una etapa fundamental de la historia de Latinoamérica”.
En otro texto del propio Ianni, notable intelectual de Nuestra América, titulado La formación del Estado populista en América Latina (1975), el autor reconoce al populismo como una importante experiencia política para la mayoría de los países de América Latina, “ese fenómeno –concluye Ianni– representa la experiencia política más notable de los últimos 40 años.”
En cambio, con creciente frecuencia desde los aparatos del poder en México se han escuchado voces de condena contra el populismo, concepto que por ignorancia o por interés en el que, sin más, se tiende a incluir todas las posturas que, de una u otra manera, contradicen los postulados y principios del libre mercado impuestos por los oficiantes y devotos del pensamiento único.
Ahora, ante el errático comportamiento de la economía, la falta de empleo, así como el aumento social y regional de la desigualdad y la pobreza, así como muchos otros signos evidentes de la crisis neoliberal, vuelven las preocupaciones del gobierno ante la posibilidad de que la población opte por un camino distinto, que ya de antemano está descalificado acusado de ofrecer “soluciones mágicas” y demagógicas. Pero que más demagogia que la vertida por el gobierno para imponer las reformas propuestas por Peña Nieto como “soluciones mágicas” a lo problemas del país.
A cambio, el presidente ha dado la señal de arranque para que los aparatos del Estado emprendan una nueva campaña contra el “populismo”, que nadie define y que se deja ver como todo aquello que es distinto al neoliberalismo. Seguramente, harán el coro trágico todos los miembros del gabinete, así como las fuerzas políticas beneficiarias con el ejercicio del poder, como es el caso de los empresarios vinculados al capital extranjero y a los sectores exportadores, así como de muchos intelectuales orgánicos del neoliberalismo que alertarán a quienes suponen desprevenidos “sobre los riesgos del populismo y la demagogia.”
A todo esto, inevitablemente, surgen varias preguntas que conviene plantear: ¿Qué es el populismo? ¿Cuáles son sus propuestas económicas y políticas? ¿Por qué, desde el poder se difunde que ser populista es peligroso para el país y la economía? ¿Cuáles son las razones por las que se pretende desprestigiar a quien se acusa de populista? ¿Qué razones esgrimen los funcionarios públicos y los empresarios para considerar necesario combatir la vuelta al pasado populista que los aterra?
No es Enrique Peña Nieto quien podría responder a estas preguntas, carece de los las lecturas y los conocimientos suficientes para hacerlo. Entonces, lo menos que le podemos pedir, es que no hable de lo que ignora.