Con la muerte reciente del otrora vocero noticioso de Televisa, Jacobo Zabludovsky, se removieron años de crítica enconada hacia su persona y hacia la televisora que representó durante décadas. Su trabajo en la deliberada desinformación en contubernio con la empresa y el Estado priista, contribuyó de manera clara a la conformación de un auditorio que poco se interesa por lo que acontece a su alrededor, salvo que lo afecte de manera directa y que participa escasamente en la toma de decisiones públicas. Se podrá argumentar no sin razón que Jacobo no fue el artífice de tales despropósitos, que no fue la mente detrás de la conspiración; pero de que formó parte de la aplicación del plan, de eso no cabe duda. La discusión se centra en una dicotomía que no se ha resuelto: la contraposición maniquea entre lo objetivo y lo subjetivo. En este sentido, Manuel Martín Serrano en su ya clásico La producción Social de Comunicación, afirma que “una concepción ingenua de la objetividad supone que el acontecer produce los datos de referencia de la comunicación como el campo las flores; el informador honesto sería aquel que se limitase a cosechar los datos para presentarlos a las audiencias compuestos como un ramillete de imágenes o de palabras. Lo cierto es que el cambio de realidad no genera datos sino sucesos (en el sentido ontológico del término); el informador observa sucesos y elabora datos. Este proceso implica irremediablemente en el producto comunicativo resultante la propia actividad cognoscitiva y expresiva del Relator”. Lo anterior, fuera de justificar la maliciosa intromisión de comunicadores en el relato de la realidad o en la eliminación a posta de datos, significa que los encargados de informar y de relatar han de asumir una postura moral ante el público al que se deben y no ante los intereses que pudieran representar.
A partir de una mal entendida visión de lo objetivo–subjetivo y de la labor de comunicadores y medios, se han construido cátedras y trayectorias tanto en la academia como en los medios de comunicación. Dentro de los comentarios que se sucedían velozmente en las redes sociales, encontré loas a la rigurosidad de Zabludovsky, a su franqueza y su profesionalismo provenientes de personas que lo conocieron y de muchos otros que solamente lo vieron en la televisión y lo escucharon en la radio; encontré también una andanada de improperios, denostaciones, burlas y consignas, que provenían del conocimiento y de la ignorancia. Por supuesto, poco se profundizó en su vida y en las decisiones que pudo tomar sobre lo que se debiera informar o no; de hecho, las redes se confirman como el espacio donde cualquiera puede decir lo que sea a quien sea sin que deba o no responsabilizarse de lo que dice o lo que comparte. Para el caso, los que compartieron una cosa o la otra en el facebook o en el twitter, sea para criticarlo o alabarlo, se encuentran en la misma dimensión que argumenta Serrano líneas arriba: son un Relator que se ve afectado por su actividad cognoscente y de expresión. Por tanto, de igual manera, han de asumir aquellas posturas con una fuerte carga axiológica que les permita no sólo decir lo que dicen, sino a su vez hacerse responsable de lo que dicen. Mi crítica fundamental a Zabludovsky y a sus sucesores en la televisora más grande del país, es que no asumen su responsabilidad en el manejo de la información y se precian de ser enteramente objetivos, cosa de que Jacobo se jactó hasta la muerte.
Serrano continúa de esta manera: “Los datos de referencia procedentes de los medios masivos de comunicación son el producto de una elaboración institucionalizada de la información previa a la elaboración cognitiva de la información con la que se constituyen las representaciones subjetivas”. Lo anterior quiere decir que existe necesariamente un actor que conoce con antelación la información que ha de transmitirse por un medio determinado de información –lo que indudablemente determina al actor y a su interpretación del acontecimiento– y que ha de ser transmitido de manera que el sujeto cognoscente –el auditorio– lo entienda de la manera en que se quiere transmitir. Si el sujeto cognoscente no tiene una predisposición previa a adquirir información y a interpretarla posteriormente, tenderá a vincularse con la persona que informa como si de un ídolo se tratara y todo aquello que diga, será considerado como verdad absoluta. Justo eso es lo que sucedió con Jacobo. Era muy normal escuchar que tal o cual cosa era verdad porque lo había dicho “El Güerito”, como le apodaban cariñosamente a Zabludovsky. Tal situación, fuera de parecernos anecdótica, marca el quid del problema: ante una sociedad acostumbrada a recibir poca o nada de información y a no hacerlo de manera crítica, personajes como Jacobo medran hasta que el sistema los cambia por otros. Claro está que generó escuela y hoy se ve superado por los nuevos prestidigitadores mediáticos como Joaquín López Dóriga o Carlos Loret de Mola. Hace unos días, justo cuando salió la noticia de la fuga, un amigo vaticinaba el recorrido histriónico que haría Loret por el afamado túnel: no se equivocaba, al otro día nos llevaba de la mano palmo a palmo. Loret y los otros deben ver lo que pasó con la memoria de Zabludovsky pues les pasará exactamente lo mismo: serán colocados en el Salón de la Fama de la Ignominia Mediática, se lo merecen.