Jueves, abril 25, 2024

Farándula y ciencia

El pasado 9 de diciembre Randy Schekman, ganador del premio Nobel de medicina en 2013 y editor de la revista eLife, revista científica de libre acceso, publicó un artículo en la edición de ese día de The Guardian donde reflexiona sobre el daño que le producen a la ciencia publicaciones “científicas de mucho prestigio”, pues, según argumenta, “Todos sabemos lo que los incentivos distorsionadores han hecho a las finanzas y la banca. Los incentivos que se ofrecen a mis compañeros no son unas primas descomunales, sino las recompensas profesionales que conlleva el hecho de publicar en revistas de prestigio, principalmente Nature, Cell y Science. Se supone que estas publicaciones de lujo son el paradigma de la calidad, que publican solo los mejores trabajos de investigación. Dado que los comités encargados de la financiación y los nombramientos suelen usar el lugar de publicación como indicador de la calidad de la labor científica, el aparecer en estas publicaciones suele traer consigo subvenciones y cátedras. Pero la reputación de las grandes revistas solo está garantizada hasta cierto punto. Aunque publican artículos extraordinarios, eso no es lo único que publican. Ni tampoco son las únicas que publican investigaciones sobresalientes”. Se refiere al sistema de incentivos o becas que diferentes gobiernos del mundo otorgan a los investigadores en las universidades para incentivar la producción científica, aquella que se divulga una vez terminada una investigación determinada. En general, dicha producción se suele publicar en libros que se elaboran en las editoriales universitarias (como la UNAM, la UAM, el IPN o la UAP) o en editoriales comerciales de prestigio (como el FCE, Siglo XXI, Gedisa, Era, entre otras) aunque generalmente tardan en producirse muchos años.

Otra manera de divulgar ese conocimiento, son las revistas científicas, generalmente publicadas por universidades, centros e institutos de investigación. No obstante, como lo he comentado en otros momentos, vemos que aquello que denuncia Schekman no sólo tiene verificativo en el ámbito de competencia de esas publicaciones, sino que también se ve en las Ciencias Sociales, las Humanidades y en las Económico Administrativas. La relación del investigador con su producción es monetaria, ya no científica. Como afirma Schekman, “Un artículo puede ser muy citado –refiriéndose al factor de impacto que mide el número de citas de un artículo– porque es un buen trabajo científico, o bien porque es llamativo, provocador o erróneo. Los directores de las revistas de lujo lo saben, así que aceptan artículos que tendrán mucha repercusión porque estudian temas atractivos o hacen afirmaciones que cuestionan ideas establecidas. Esto influye en los trabajos que realizan los científicos. Crea burbujas en temas de moda en los que los investigadores pueden hacer las afirmaciones atrevidas que estas revistas buscan, pero no anima a llevar a cabo otras investigaciones importantes, como los estudios sobre la replicación”. En efecto, lo que importa a estas revistas es que estén citados en los diversos estudios y que su factor de impacto sea alto, lo que permite que en sus países puedan recibir más y mejores subvenciones por parte de los comités científicos como sucede en nuestro país con el Conacyt. Pero pese a todo, resulta quizá este último asunto el problema: los gobiernos están implementando políticas científicas cada vez más restrictivas con lo que realmente  no se incrementa la producción. Como reporta Emir Olivares Alonso en La Jornada (23–12–13), al entrevistar a diversos personajes de la ciencia en nuestro país a cuento de un nuevo programa por parte de Conacyt, “El presidente de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC), José Franco; la directora de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México, Rosaura Ruiz, y el investigador del Instituto de Geofísica de esa casa de estudios, Jaime Urrutia, señalaron que se trata de una buena noticia, pues el crecimiento en este rubro era cero, cuando México gradúa 2 mil doctores al año, aunque aún se está lejos de los 10 mil que anualmente se gradúan en Brasil y de los 50 mil de Estados Unidos”. Según esta misma nota, el ámbito se estancó durante los dos sexenios panistas debido a la nula creación de plazas para jóvenes y la falta de programas de retiro digno para los investigadores. El nuevo programa que se anuncia, por cierto, tiene un presupuesto de 550 millones que se emplearán para generar 500 plazas de investigadores.

Como vemos, el problema no es sólo la baja producción científica o que las editoriales se banalicen; el problema está en el bajo interés que muestran gobiernos y sociedades para la ciencia y el excesivo gasto para muchos otros rubros. Por ejemplo, de acuerdo con la página de transparencia del IFE, el presupuesto aprobado para ese Instituto en 2013 fue de más de 11 mil millones de pesos de los cuales 3 mil 700 millones son para el financiamiento de los Partidos Políticos. Elecciones libres y transparentes, pero con resultados sumamente discutibles. El argumento de que Pemex tiene una tecnología obsoleta y por eso era urgente la reforma energética se desmorona ante esta falta de interés en desarrollar tecnología propia; a la larga, esa inversión habría sido más redituable. Lo dicho, en México lo insubstancial es la regla y lo importante es lo de menos.

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