Viernes, abril 26, 2024

Sismo en la pandemia

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¿Estamos mejor preparados para resistir los embates de la naturaleza? El sismo de magnitud 7.4 en la escala de Richter que azotó al país dejó saldo blanco, aunque hubo lamentablemente varios fallecidos y algunas casas, bardas, postes y árboles que sucumbieron al movimiento telúrico, en general salimos bien librados. En otros tiempos la magnitud por sí misma hubiera generado una catástrofe similar a la ocurrida en septiembre de 1985 y los estragos causados en 2017. Sin embargo, a pesar de las alarmas sísmicas, de mejores leyes, reglamentos y tecnología para la construcción y de una mejor cultura de la protección civil, es fundamental recuperar la memoria histórica para llevar siempre presente que ante la imposibilidad de saber cuándo, dónde y de qué magnitud será el próximo sismo, estemos mejor preparados para actuar sobre todo cuando se presentan contingencias paralelas como ahora con la pandemia por Covid–19.

El terremoto de septiembre de 1985 colapsó varias ciudades del país, el saldo fue rojo, cientos de personas murieron, muchas ni siquiera fueron encontradas, quedando probablemente atrapadas entre los escombros, sobran historias de niños, jóvenes y adultos mayores que nunca se supo su paradero, aunado a las pérdidas humanas, el sismo provocó la caída de edificios, casas, vías carreteras y ciudades enteras prácticamente desaparecieron, en un abrir y cerrar de ojos nuestro país quedó devastado, fallaron las telecomunicaciones, la energía eléctrica, los sistemas de distribución de agua y, desde luego, los hospitales no se dieron abasto para atender la emergencia, muchos fueron rebasados y otros se desplomaron con médicos, enfermeras, pacientes y personal administrativo al interior de éstos.

La infraestructura educativa también se vio afectada, para fortuna de millones de mexicanos el horario del temblor evitó la muerte de miles de niños y jóvenes que asistían a clases. Ocurrió lo mismo con la clase trabajadora, desde la burocracia hasta los prestadores de servicios, el sismo fue al amanecer. Pese a ello, la sacudida no sólo dejó muerte, desconsuelo, tristeza y desesperación, sino además nos dejó incomunicados. Al caerse las telecomunicaciones se perdió el contacto con los familiares, amigos, conocidos y demás, sobra decir que en esa época no existía la telefonía celular, ni internet, ni las benditas redes sociales, hecho que significó una mayor tragedia. Hubo nula información de lo que estaba ocurriendo, en algunos lugares tuvieron que pasar días para volver a contar con energía eléctrica y telefonía; en función de medios, la televisión comercial única era Televisa, no había más opción para seguir con el recuento de los daños.

El sismo de 1985 nos tomó con los dedos en la puerta, sin medidas de protección civil y sus respectivos protocolos, por eso las réplicas ocurridas sobre todo del día siguiente al anochecer fueron traumáticas para millones de personas, otros tantos murieron ya sea porque estaban de rescatistas, porque seguían atrapados o porque de plano no abandonaron sus hogares con la firme fe de que sus casas resistirían, no fue así.

En ese entonces, tal como ahora con la pandemia, era normal tener algún conocido que estaba desaparecido o que había fallecido por el sismo, a todos nos pegó de una forma u otra. Tuvieron que pasar varios años para poner de píe a México. Se cambiaron las reglas para sortear los desastres naturales, pero aun así no fue suficiente para tener una verdadera cultura de protección civil, ahí falta mucho por hacer, tal como se evidenció en el sismo de septiembre de 2017, donde otra vez fuimos azotados por la naturaleza, el temblor de ese año dejó sobre todo daños en infraestructura, también hubo fallecidos pero comparado con lo ocurrido en 1985 fue mucho menor la cantidad, aun así se desplomaron edificios, miles de escuelas se vieron afectadas y cientos de casas terminaron en escombros, sobre todo en los lugares cercanos al epicentro.

Luego de tres años, continúa la reconstrucción en gran medida por las prácticas de corrupción, pues el dinero público terminó siendo botín de funcionarios públicos y empresas contratistas, tal como está documentado en el gobierno de la Ciudad de México en el periodo de Miguel Ángel Mancera, pues varios de sus colaboradores están en la cárcel. Ciento de escuelas se siguen reparando porque Aurelio Nuño, secretario de Educación de Peña Nieto, dejó un tiradero. De hecho, la crisis sísmica de 2017 fue aprovechada para saquear recursos públicos dejando en el abandono a cientos de familias que a tres años siguen viviendo en las calles de la Ciudad de México y de otras entidades.

En ese sentido, los sismos y ahora la pandemia nos siguen demostrando que no hay mejor medicamento que la prevención, si hubiéramos mejorado la salud de los mexicanos el número de muertos no sería el que ahora tenemos, si hubiéramos acabado con la corrupción desde hace décadas la reconstrucción fuera cosa del pasado, si hubiéramos enraizado los protocolos de actuación la probabilidad de saber qué hacer en caso de terremotos, pandemias y cosas peores nuestro país sería otro, más seguro y con más calidad de vida. Es tiempo de recuperar el pasado para no seguir con los mismos errores.

Entre tanto, el atentado en la CDMX demuestra que nos dejaron un tiradero… mientras que Javier Lozano nos recuerda que cuando la rabia gana, la razón se pierde.

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