Las alianzas las practicaban los pueblos mesoamericanos como mecanismo de defensa o dominación, dependiendo del interés del señorío, sin que cada grupo étnico pusiera en riesgo su identidad ideológica, territorial y religiosa. Por el contrario, se sabe de extensas y muy conocidas alianzas, como la que formaron tlaxcaltecas, cholultecas y huexotzincas para no ser avasallados por la confederación tripartita, conformada a su vez por Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopan, o las que constituyeron etnias mayas, purépechas y mixtecas.
En la actualidad, las alianzas que realizan los partidos políticos tienen por objeto disputar o mantener el poder, ya sea que el partido gobierne o forme parte de la oposición. En el año 2000, un grupo de partidos señaladamente de izquierda, hicieron jefe de Gobierno del Distrito Federal a Andrés Manuel López Obrador. En 2006, los partidos de izquierda, PRD, PT y Convergencia, volvieron a aliarse en la “Coalición por el Bien de Todos”, tanto para la jefatura de Gobierno como para la Presidencia de México; fórmula que se repetiría para 2012 mediante la alianza nombrada como “Movimiento Progresista”.
Ideología por votos
En las elecciones federales de 2018 se dio una coalición electoral, que no política, entre Morena, PT y el partido confesional PES, –el cual, por cierto, perdió su registro nacional en el mismo año. El resultado de aquellas elecciones fue demoledor para la derecha, lo que significó el fin del tripartidismo del PAN, PRD y PRI, además de sus aliados históricos del PVEM y Panal –que también perdió su registro nacional.
Mientras todo ello ocurría, Morena obtuvo triunfos significativos en lo cuantitativo, no así en lo cualitativo, pues a partir de la alianza con el PES y una descuidada selección de candidatos provenientes de otros partidos y cuya ideología distaba mucho de la del partido, la calidad de los representantes políticos de Morena quedó en entredicho.
Para este proceso electoral, se dio por descontado que la política de alianzas sería diferente y que en esta ocasión la militancia y las bases de Morena serían escuchadas. Asimismo, se asumió que el proceso de designación de todas las candidaturas se haría mediante convocatorias públicas, abiertas a la militancia y a los simpatizantes, así como a través de la aplicación de encuestas para todos los niveles. Sin embargo, la dirigencia de Morena regresó al camino de las decisiones pragmáticas, y decidió aliarse a nivel nacional con un partido que no es ecologista, ni verde, ni partido, pero sí negocio familiar.
La forma es fondo
En Tlaxcala no fue distinto. Aquí se firmó una alianza con dos partidos locales de ideología lejana, al menos de la de Morena: el Panal y el PEST. Y, por si fuera poco, se repartieron 10 de 15 distritos electorales locales, como se reparten dulces en las posadas, sin tomarse la molestia de preguntar a los militantes si estaban de acuerdo con esta decisión o por lo menos analizar si existe afinidad de esos partidos locales hacia la 4T. Se trató de una decisión cupular, escasamente operada en la base. Una resolución perfectamente vertical.
El que se haya llegado hasta este punto no es casualidad. A Morena lo fueron desmantelando de a poco; primero quienes se apoderaron de la dirigencia estatal evitaron la realización de asambleas para renovar a las consejeras y consejeros estatales, y así elegir un nuevo comité; luego se paralizaron los comités municipales, lo que llevó a su inmovilización y a que la estructura cayera en la inacción. Todo ello desembocó en que el partido dependa de decisiones verticales y que el trabajo político de cientos de militantes quede relegado por personajes cuyo único mérito es la cercanía con quien toma las decisiones dentro del partido.
El riesgo poselectoral que se corre, tanto con representantes populares que no están completamente identificados con Morena como con coaliciones electorales deficientemente operadas en la base, es que el compromiso de echar a andar un proyecto transformador en Tlaxcala quede en suspenso.
No queda otro camino que seguir trabajando desde abajo y sumando conciencias que interioricen la labor del militante de Morena, para quien el “no mentir, no robar y no traicionar al pueblo” sea una máxima en el quehacer político diario; máxima, por cierto, que quienes aspiran a ser representantes populares deberían cumplir a cabalidad. De otra manera, la política seguirá siendo un asunto de los políticos y, sólo de vez en cuando, de ciudadanos como usted o como yo.