Diálogo con los pueblos náhuatl y otomí constituye una revisión de una política del Estado mexicano. Inicia en 1925 para construir un país y hacerlo desde lo que se concibe como moderno.
A lo largo y ancho de México se instalan Centros de Integración Social. Escuelas con característica de internado para niños y jóvenes de las distintas poblaciones indígenas para ser “castellanizados”.
La premisa de la que se parte es que la educación es la base para el cambio. Transmitir la cultura a una población que no está madura. Toma como base el lenguaje y el vestido. Se trata de que no hablen sus lenguas sino el “castilla” y se vistan como los mestizos. Lo que les lleva a “integrarse” a una sociedad moderna y dejar atrás lo tradicional y arcaico.
Pero, como afirma el Congreso Nacional Indígena y particularmente el EZLN, han pasado 500 años de la llegada de los españoles y no lograron aniquilarlos. Llevan 75 de integración social y la escuela no pudo con los pueblos originarios.
El Congreso de Tlaxcala desde hace muchos años le da por declarar patrimonio intangible a todo lo que se le presente u ocurra. A la fecha no ha diseñado política alguna y, por lógica consecuencia, tampoco asigna recursos para fortalecer la cultura náhuatl y otomí.
Los datos de eventos censales de 1895 a 2015 muestran que en 1930 el 15.12 por ciento era hablante de una lengua indígena en Tlaxcala. 10 años después ésta registra un descenso dramático: 3.27 por ciento. En 1950 se incrementa a 7.81 por ciento. Para 1960 es el 5.24 por ciento y a partir de ahí registra un descenso constante que llega al 2.74 por ciento en la Encuesta Intercensal 2015.
Si la escuela fue el medio para castellanizar, ésta debe convertirse en el espacio para la recuperación de la cultura indígena. Sin olvidar que el trabajo debe hacerse con las personas mayores de las comunidades.